28. El Cardenal José María Caro

Padre John Wilson, C.PP.S      Una de las principales razones  porque  los Padres de la Preciosa Sangre están trabajando hoy día en Chile es el Cardenal Arzobispo, de Santiago, Su Eminencia José María Caro Rodríguez, el primer Cardenal de Chile.

      En cien años más, cuando la historia de la primera mitad del siglo veinte en Chile se escriba, sin lugar a dudas, el Cardenal, encabezará  la lista de patriotas, estadistas, y hombres de Iglesia.

      Hace tres años, cuando el semanario más conocido del país (equivalente al Look Magazine) hizo un concurso en el cual sus lectores podían elegir a las diez personas más conocidas y queridas de la tierra, el humilde Cardenal, con su sonrisa permanente, ganó el concurso fácilmente sobre los otros candidatos. Su fotografía fue publicada en la tapa del próximo número, rodeada por sus otros nueve contrincantes; parecía la luna rodeada por las estrellas en una noche iluminada de invierno.

      Fue en el año 1866 que un varón nació en el seno de una familia humilde, en un pequeño e insignificante pueblo llamado Pichilemu, situado en un protegido rincón a lo largo del vasto territorio costero del Pacífico. Difícilmente sus piadosos padres, ni el sacerdote español que lo bautizó pudieron sospechar que este pequeño niño sería el primer príncipe de la Iglesia Chilena.

      A medida que el niño iba creciendo en un ambiente de piedad, nunca se cansaba tampoco de ayudar al buen sacerdote en sus innumerables tareas, a medida que lo acompañaba a servir a su pueblo que estaba disperso en un vasto territorio. Y así fue que desde sus primeros años, aprendió y comenzó a darse cuenta de los problemas de la Iglesia en su tierra natal.

     Luego de terminar los cursos de la primaria dejó su casa para comenzar sus estudios para el sacerdocio en el Seminario Menor de Santiago. Rápidamente sus profesores sintieron que estaban frente a un alumno que salía de lo común. Debido a sus brillantes antecedentes, el joven seminarista fue enviado a Roma para completar sus estudios de teología en la famosa Universidad Gregoriana. A la edad de veinticinco años fue ordenado sacerdote y recibió su doctorado en teología en la Ciudad Eterna. Volvió a Chile en ese mismo año, en 1891, y fue inmediatamente destinado como profesor del Seminario mayor, enseñando filosofía, teología y hebreo.  Por ocho años ayudó a formar a los sacerdotes de Chile, pero su indomable espíritu misionero estaba constantemente en búsqueda de terrenos más vastos en los cuales pudiera ejercer.  Se ofreció como voluntario para servir como párroco de un pequeño pueblo en el extremo norte del país, llamado Mamiña. Ciertamente la extrema pobreza puede encontrarse en muchas partes del país, pero en ninguna parte hay condiciones tan difíciles como las que existen en el norte. Aquí no llueve nunca; ni siquiera hay evidencia de una pequeña brizna de hierba y el agua se vende en los pueblos por litros. Los pocos pueblos pobres que se encuentran, están ubicados a lo largo de la línea costera, y son literalmente pueblos fantasmas -la mayor parte de ellos desiertos. Este fue el lugar de trabajo elegido para nuestro joven apóstol.  Mientras que todo esto ya pasó hace más de cincuenta años, algunos vecinos de esos tiempos recuerdan el celo apostólico heroico del joven Padre José María Caro. Viajar estaba sólo limitado a hacerse a pie o a caballo, pero nada era suficientemente difícil para este joven sacerdote.  Ninguna familia vivía tan lejos de su parroquia, aunque esto significase que al visitarlos tuviese que dormir varias noches en el suelo. Viajó incesantemente a través del desierto, sirviendo a los pobres e instruyendo a los ignorantes.  Luego, después de doce años de sacrificada labor, fue nombrado Vicario Apostólico de la Provincia de Tarapacá, por el Papa Pío X, y fue consagrado Obispo en 1911. Su celo como pastor no tenía fronteras.  Ahora que a él se le ha confiado y consagrado con la plenitud del sacerdocio, no puede darse al descanso, habiendo algo por hacer.  En su vasta diócesis no había hombre mujer o niño que no conociese a Monseñor Caro, y de su constante ayuda a los pobres.

          En 1925 fue nombrado Arzobispo de la Serena. Allí trabajó  durante doce años, y la excelente condición en que la diócesis se encuentra en la actualidad, se debe en gran medida a sus esfuerzos. Aquí comenzó a estudiar inglés, disponiéndose entonces a descubrir la riqueza de esta lengua.  Siempre también con una mirada de servicio y en beneficio de su pueblo.  Representó a la Iglesia Chilena en el Congreso Eucarístico Internacional de Chicago, en 1926, y parece que nunca se cansaba de recordar sus experiencias en los Estados Unidos. Viajó a Nueva York, Boston y Philadelphia, y retornó a su tierra natal con renovado vigor e inspiración.

           Poco después fue confiada a sus capaces manos la delicada tarea de preparar la separación final entre el Estado y la Iglesia en Chile, en esto, y como en todas las cosas en que participó, se ganó el valioso aprecio de sus amigos y el respeto de sus enemigos.

           Por ese tiempo, en Chile, ya era reconocido como un hombre de Iglesia muy capaz.  Así, fue algo natural que al quedar vacante la sede principal de Santiago, fuese nombrado para conducir sus destinos.

           A pesar que asumió sus deberes a la edad de 71 años, sus actividades hasta la fecha parecen ser las de un hombre mucho más joven.

         En 1945 fue llamado a Roma y nombrado Cardenal por su Santidad el Papa Pío XII. Esta era ciertamente la señal que esperaban sus coterráneos, quienes estaban exuberantes de alegría.  A su llegada fue objeto de expresiones de cariño universal, y le rindieron honores, tanto ricos como pobres.

     Muchas historias se cuentan acerca de su generosidad. Una vez, un grupo de señoras de la arquidiócesis recolectó una considerable suma de dinero con la cual compraron una costosa capa para Su Eminencia y se le hizo entrega del obsequio, pero cuando llegó la hora de su partida para ir a Roma, para recibir el capelo cardenalicio, nunca se encontró la capa.  Así, después hacer distintas preguntas, el secretario del Cardenal supo que Don José María la había obsequiado a una familia pobre que había llegado a pedirle ayuda.

     Sin embargo cuando el gobierno chileno le obsequió un buen automóvil, sabiamente mantuvo la propiedad del vehículo y esto previno que el Cardenal vendiese el vehículo y usara el dinero para los pobres.  En los últimos cinco años, Su Eminencia ha comenzado treinta parroquias nuevas, sólo en la ciudad de Santiago. Al momento de escribir esto, él está en el proceso de construir un nuevo Seminario Pontificio, que será el mejor de Sudamérica.

     A pesar de que está terminando sus 87 años de vida, está  tan celosa, apostólica y espiritualmente interesado en los problemas de su diócesis, como hace cincuenta años. Es realmente un príncipe ejemplar de la Iglesia.

     Una vez  me hizo notar que refiere todos los honores y homenajes que recibe, al Santo Padre, ya que realmente es a él a quien se le están ofreciendo". (Precious Blood Messenger, julio de 1953, pp. 210 - 212)