33. Tragedia de un terremoto en Purranque

El Padre John Wilson escribe desde la parroquia de San Sebastián en Purranque, un vívido relato del reciente ‘terremoto’ en el sur de Chile.           “Después de Japón, Chile tiene más terremotos que ningún otro país en el mundo. Por lo tanto, los chilenos, están muy conscientes de los temblores. La mayoría de los temblores ocurren en la parte central de Chile, a unos ciento cincuenta kilómetros al sur de Santiago. 

     “Pero el año 1954, que ha sido un año de marcadas excepciones en muchos aspectos, produjo también una excepción en terremotos. El 26 de julio de 1954, la fiesta de Santa Ana, nunca será olvidado por los feligreses de nuestras tres parroquias sureñas. 

     “Ese día, había recién regresado de la clase de catecismo en el colegio y estaba por sentarme frente a mi máquina de escribir, cuando con un cielo claro y sin un aviso de nada, un sonido profundo, un ruido sordo, aterrador,  irrumpió en mi conciencia. 

     “A veces la mente se forma un juicio rápidamente. La mía lo hizo esta vez. Pensé que era un tremendo tren de carga que estaba pasando por la habitación del lado. El ruido fue seguido inmediatamente por el crujir de las vigas y maderas, a medida que la casa parecía mecerse para adelante y atrás como una cuna. Mi primer pensamiento fue salir, pero eso era en realidad imposible, porque apenas podía mantenerme en pie. Este movimiento siguió y siguió en lo que pareció una eternidad. En realidad duró sólo veinte segundos. 

     “Al primer signo de una rotura, corrí a la puerta delantera de la casa parroquial. Un grupo de diez niños estaba en clases en una sala de la casa parroquial, frente a la oficina. Ahora estaban de pie en el umbral gritando. Recuerdo haber tomado uno en cada mano y correr hacia fuera, llamando al resto para que salieran. Una vez afuera mis primeros pensamientos fueron para nuestra iglesia nueva y para el tabernáculo con la presencia eucarística del Señor. Era tan nueva y hermosa, el orgullo de toda esta región. El Padre Ambrose Lengerich había trabajado, se había esclavizado y había pasado, sólo Dios sabe, cuantas horas sin dormir de planificación para ver terminada esta hermosa iglesia. 

 “Quedé sin aliento cuando di mi primera mirada a la inmensa abertura en la estructura superior de la entrada, que es de concreto sólido. Mi corazón dio un brinco cuando vi la torre; estaba en realidad inclinada. Los doce pies (cuatro metros) superiores del campanil se habían soltado de sus amarras, lo único que lo mantenía unido era el fierro dentro de las columnas. El concreto se había soltado completamente. Afortunadamente no se había colgado una campana  en el campanario, porque con ese peso extra se podría haber caído la torre. Me costó reprimir las lágrimas. Esta hermosa iglesia, de menos de un año de antigüedad, que había costado tanto sudor y trabajo estaba muy dañada. Meses de trabajo deshechos en veinte segundos. 

     “La parte superior de la entrada principal, parecía como si un gigante inmenso hubiera golpeado la parte de arriba con un mazo rompiendo la muralla de concreto en ambos lados de arriba abajo. Incluso la base estaba rota por la fuerza terrible del golpe. 

     “Afortunadamente la parte principal de la Iglesia soportó el temblor bastante bien, y excepto por un poco de yeso que había caído, no había un daño serio. Prácticamente todas las casas y construcciones de la ciudad están hechas de madera, de manera que no se informó de daño en ellas. En realidad nuestra iglesia nueva era la única estructura de la ciudad que fue dañada y es la más nueva y la mejor. 

     “La reconstrucción ya  comenzó. Tomará meses de reparación y, por supuesto, nunca será la misma. Trataremos de levantar la torre en el mismo estilo, pero esta vez con refuerzos de fierro más firmes. Hasta ahora no tengo idea cuánto costará, pero será bastante.  Quizás debería decir que será demasiado para que nuestra pobre gente lo haga sola.” (Precious Blood Messenger, noviembre de 1954, págs.339-341. Vol.I)