LA IGLESIA EN CHILE
Padre Leonard Fullenkamp
Poco después que los conquistadores españoles y portugueses recorrieron Sudamérica a todo lo largo en busca de oro, especies y otras riquezas, con las cuales podían congraciarse con las casas reales, otros aventureros cruzaron los mares para establecerse en el nuevo país y comenzar allí una nueva vida. Éstos rápidamente se hicieron los amos de todas las tierras y de los indígenas habitantes, que eran indios de varias razas.
EL SISTEMA FEUDAL
Los recién llegados, no contentos solamente con someter a los indígenas, continuaron usando de su ventaja para forzar un completo control, hasta que todos se convirtieron, por decirlo así, en peones o campesinos. Este era el sistema feudal de la Edad Media trasplantado al Nuevo Mundo y fácilmente comparable al sistema de esclavos que existió en nuestros Estados Unidos, hasta antes de la Guerra Civil. El amo era conocido como “Patrón” y el campesino como “inquilino”. Estos nombres se han mantenido incluso hasta la actualidad. Alrededor de un cinco por ciento era dueño de los “fundos”, enormes haciendas de seis mil, diez a veinte mil hectáreas, mientras que el otro noventa y cinco por ciento de la población, eran sus peones, que trabajaban por un salario lastimosamente pequeño, en el mejor de los casos, o por ningún salario en otros.
Naturalmente surgieron dos clases distintas bajo este vicioso sistema, los muy ricos y los muy pobres. El “patrón” prácticamente tenía el derecho a la vida y muerte de su “inquilino”. Este último, estando cada vez más resignado a su bajo estado, obedecía en todo al “patrón” y su esposa, la “patrona”. Nacido peón, no se le ocurría escapar del miserable estrato social para superarse. El amo, principalmente preocupado en ser más rico, se preocupaba poco del bienestar espiritual y social de sus “inquilinos”. Generalmente ese esfuerzo era dejado a la “Señora” o “Patrona”, si estaba dispuesta a asumirlo.
La rica clase propietaria, siendo españoles en su mayor parte, era por lo tanto, católica. Muchos de ellos tenían con ellos a sacerdotes, como capellanes familiares, quienes también, en cierto sentido, estaban sometidos “al patrón y a su señora”. Unas pocas de las grandes Órdenes religiosas de España, enviaron a sus miembros a establecer monasterios e iglesias, pero independiente de cómo vinieron, ya sea, como capellanes familiares o religiosos independientes, entendieron bien el sistema feudal trasplantado de Europa al Nuevo Mundo. Estos primeros misioneros españoles tuvieron que trabajar con, y a menudo, bajo la dirección de los terratenientes.
Quedamos asombrados por el hecho de que en la mayor parte de los países sudamericanos, al igual que en los de América central, cerca del noventa y cinco por ciento de la población es católica, pero sólo el diez o el doce por ciento practica en realidad la fe. Esto es casi explicable si consideramos algunos de los factores anteriores.
PREPARACION RELIGIOSA
Primero que todo los indígenas conquistados de Sudamérica no tenían elección. Eran mandados por su “patrón” para abrazar la fe católica. Esta llamada conversión se producía con un simple Bautismo y poquísima instrucción. También porque el “patrón” no deseaba que sus “inquilinos” tuvieran mayor educación, y porque había tan pocos sacerdotes, los indígenas paganos, aprendían sólo lo esencial y simple de la Fe para recibir su Primera Comunión. Mantenían, sin embargo, muchas creencias y prácticas supersticiosas de la antigua religión india pagana.
Todos sabemos lo que nos podría, fácilmente, haber sucedido a nosotros, si hubiéramos sido prácticamente abandonados, después de las enseñanzas de nuestra Primera Comunión. Pocos de nosotros habríamos permanecido fieles a nuestra religión católica. Como muchos sudamericanos, habríamos llegado a considerar la Fe como una necesidad de la niñez, y cuando adultos, sólo una conveniencia ocasional. Habríamos sonreído, satisfechos y complacientes, a las prédicas de los sacerdotes que señalaban la seriedad de los preceptos eclesiásticos: asistir a Misa, confesarse al menos una vez al año, recibir la Santa Comunión por Pascua de Resurrección. Después de eso, podríamos haber ignorado la seriedad de los Diez Mandamientos, escogiendo creer sólo lo que fuera conveniente y negando todo lo inconveniente, que Dios es justo y condenará al pecador que no se arrepiente para siempre al infierno.
Esto es precisamente lo que ha sucedido a los indígenas sudamericanos y sus hermanos mezcla español-indígena.
El indígena recibió poca atención espiritual después de su Primera Comunión, excepto que su dueño le decía con quien casarse, que debía casarse por la Iglesia y finalmente ser enterrado después de haber recibido los Últimos Sacramentos. Esto explica, la razón por qué muchos de los actuales sudamericanos, llenos de antiguas supersticiones como están, tienen horror de un sacerdote cuando visita a los enfermos. Se le mira como al Angel de la Muerte y su administración de los últimos ritos es considerada como señal de que el enfermo va a morir.
Podemos resumir diciendo que para muchos en América Central y Sudamérica, el catolicismo es el Bautismo, la Primera Comunión, y a veces, el matrimonio y los Últimos Sacramentos.
El misionero que trabaja allí actualmente, se enfrenta a esta situación y encuentra muy difícil cambiar esta excusa para el catolicismo. La mayoría de la gente trae sus hijos para que sean bautizados tarde o temprano. Alrededor del sesenta por ciento de los padres insisten en que sus hijos reciban la Primera Comunión, pero después de eso, muchos se quedan al borde del camino sólo con el matrimonio civil, o con ninguno, y un gran número muere sin recibir los Últimos Sacramentos porque no se llama al sacerdote o se le llama demasiado tarde.
ESCASEZ DE VOCACIONES
La segunda gran razón para la pobre condición del catolicismo en estos países es la terrible escasez de sacerdotes, monjas y otros religiosos. Hay aproximadamente quince mil almas por cada sacerdote, en el trabajo parroquial, actualmente en Chile. Y este país está mejor que otros en Sudamérica. Los sacerdotes españoles nunca hicieron mucho por cultivar las vocaciones, porque la gente rica estaba distraída con su riqueza, y los campesinos era mantenidos analfabetos e incultos. Siempre se tomó por descontado que España, y a veces, otros países europeos, continuarían enviando misioneros. Pero llegaron sólo unos pocos y continuó la aguda falta de sacerdotes.
Hace ocho años atrás, los Padres de la Preciosa Sangre de la Provincia Norteamericana llegaron a Chile y encontraron la situación descrita anteriormente. En 1947, llegaron nuestros primeros sacerdotes, habiendo dejado una bien organizada vida parroquial que existe en los Estados Unidos. Quedaron impactados por lo que encontraron. Encontraron gente que se decía católica, pero la mayor parte no practicaba su Fe; gente con antecedentes católicos tradicionales que había caído en la Masonería para abrirse paso social, política y económicamente; gente que a causa de la ignorancia de la Fe había aceptado el protestantismo o que a causa de la pobreza sucumbió al comunismo. Fue un gran impacto encontrar desprecio por el clero, y completo anticlericalismo, en casi todas partes, principalmente, porque poco a poco las clases bajas han asociado a los sacerdotes, más y más, como amigos sólo de los ricos. Esta actitud es el resultado natural de que los misioneros tenían que hacer su trabajo a través de la condescendencia de los grandes dueños de “fundos”. ¿Era de maravillarse, entonces, que después de un tiempo el “Padre Yanqui” fuera mirado como una clase diferente de sacerdote porque no se inclinaba ante el “patrón” .
Ninguno de nuestros Padres pretende que puede cambiar, todo esto que ha sido Chile, por varios siglos, no importa cuán grande sea su sinceridad y celo. Sin embargo, puede y trata de enseñar, nuestro sistema de democracia, el juego limpio e igualdad para todos.
Nuestra primera esperanza está en enseñar a los niños a vivir como mejores católicos que lo que son sus padres. Muchos de estos niños todavía caerán en la indiferencia a causa del mal ejemplo de sus mayores, pero generación por generación, mostrarán más y más progresos como puede verse incluso en los pocos años en que hemos estado en Chile. La virtud y la fortaleza de la organización parroquial también debe lograrse mediante la cooperación directa y bien dispuesta de aquellos que son buenos católicos, mediante la fundación de escuelas parroquiales, sociedades y clubes parroquiales.
DISTINCIONES DE CLASES
Hay muchos obstáculos por delante. Sin duda, uno de los más difíciles factores que estorban a nuestros sacerdotes en su trabajo de organización y en la promoción de un verdadero amor fraternal entre los chilenos, es la maldición del estrato social o distinción de clases. A pesar del hecho de que la llegada de más extranjeros en el último siglo ha enseñado a los pobres a superarse con la educación, y crear así, algo parecido a la clase media en Chile, los estigmas de apellidos y sangre continúan pesando fuerte en la gente.
Hoy día uno pertenece generalmente a una de cinco clases: a una antigua familia de apellido español con o sin fortuna; a los nuevos ricos; a la nueva clase media que crece rápidamente; a los pobres respetables que a pesar de su poca educación y oportunidades, tratan de vivir decentemente; y finalmente, a los verdaderamente miserables, que, o no saben cómo superarse, o no les importa.
Es absolutamente imposible juntar a todas las clases, porque cada una se aferra fuertemente a su estrato. Por esta razón, está virtualmente fuera de toda cuestión, incluir todas las clases en una e igual organización parroquial. Una familia de apellido o una persona rica, no podría pensar en trabajar en común en un proyecto parroquial, en muchas parroquias de Chile, de la misma forma que las personas blancas y negras no considerarían tolerarse entre ellos en algunos estados sureños en donde la segregación racial es una maldición. Este último factor se nos echa en cara cuando tratamos de culpar a los chilenos por la falta de caridad y cooperación entre ellos.
Nuestra principal esperanza está en dos de las clases anteriores: la nueva clase media, que incluye a mucha gente profesional y trabajadores “de cuello y corbata” y los pobres respetables que trabajan sus pequeños terrenos, trabajan en fábricas, o tienen su pequeño comercio. Esta gente ya está comenzando a ser muy fuerte en el gobierno, educación y otras formas de liderazgo. Están formando la genuina raza y nación chilenas. Con éstos la iglesia debe trabajar para ganárselos e impedir que caigan continuamente en las manos de la masonería, el protestantismo y el comunismo. Un sacerdote en Chile debe ahora conocer estas clases muy bien, seleccionar o formar líderes entre ellos, e infundir una sólida atmósfera cristiana en sus hogares. Sólo de este modo, Sudamérica progresará en general espiritualmente, madurará en sus tradiciones católicas y proporcionará las vocaciones religiosas que tanto se necesitan.
El nuestro es todavía un trabajo pionero. En verdad, cosechamos ventajas del trabajo de los misioneros españoles, pero el sistema bajo el cual trabajaron se está acabando rápidamente. Ahora debemos poner las bases sobre las que construirán nuestros sucesores. Que Dios nos bendiga y María nos ayude (Precious Blood Messenger, enero 1956, pág. 17-18-19-20-21, Vol.I)