10. En el Hospital Salvador

EN EL HOSPITAL SALVADOR

 

                  Al contar las distintas actividades de nuestros Padres en Sudamérica podemos estar pasando por alto el trabajo del Padre Leonard Fullenkamp en el Hospital San Salvador de Santiago. Pero en realidad en cuanto a números se refiere, ciertamente tiene más contactos con gente, que cualquiera de los otros Padres. Como promedio hay continuamente 1.600 pacientes en el Hospital. Unos pocos están allí por un largo período, pero la mayoría está un promedio de diez días. El Padre Leonard escribe: “Camino varios kilómetros al día porque las salas y otras construcciones están desparramadas. Y para estar a tono con esta población en movimiento, no puedo dejar que crezca pasto bajo mis pies. Las Hermanas me tienen una gran lista todos los días después de almuerzo, y debo preocuparme de que se confiesen y comulguen, corregir  uno que otro matrimonio defectuoso o ayudarlos de cualquier otra manera. Si no hago esto mientras están aquí, es posible que nunca se haga, porque muchos de ellos son de sectores distantes y han recibido sólo el bautismo. Eso significa que tienen una mínima cantidad de instrucción, si es que la tienen, y tengo que partir de nada. Con pocas excepciones están todos ansiosos por verme. Y aquí hay un punto muy interesante: es mi Cruz Misionera la que produce los milagros. ¡Qué lindo crucifijo! Es la expresión que escucho varias veces al día. Quieren besarla, abrazarla e incluso quedarse con ella. Pero mi respuesta es: ¡Primero hagan una buena confesión y luego comulguen! Luego ocurre ese pequeño milagro. En la mayoría de los casos, consienten en hacer cualquier cosa por el privilegio de besar la Cruz Misionera. Esto les puede parecer extraño y un poco imposible, pero tengan en cuenta el amor  casi apasionado que tiene esta gente por las medallas y otros artículos religiosos. Para ellos la Cruz Misionera es una de las más grandes ‘medallitas’ que hayan visto. Las cintas que la atan a mi sotana están gastadas de tanto sacar la cruz para dársela a la gente.

                  “Estas personas son una mezcla de latinos e indígenas, porque la mayor parte lleva un lote de supersticiones de ambos lados. Uno de las peores con las que tengo que luchar es con el terrible temor que tienen cuando es el momento de recibir el Sacramento de la Extremaunción. Eso para ellos es señal de muerte, y después que han recibido el sacramento, se sienten como si no les quedara ninguna oportunidad. A causa de esto, se niegan a que el sacerdote administre los Últimos Ritos, y los parientes se oponen abiertamente si el sacerdote insiste en este tema.

                  “En su conjunto, esta gente realmente ama  a los Padres norteamericanos y nos pregunta cien cosas sobre nuestro país. Para la mayoría de ellos, los EE.UU. es la tierra de los sueños. Esta gente es muy impresionable y sacan todas sus ideas de EE.UU. de las películas. La mayoría de las películas que aquí exhiben son de Hollywood, y para mí entender, hacen más mal que bien. La gente cree que todos son millonarios que viven en mansiones estilo Hollywood, con piscinas, y que se divorcian todos los meses. Cuando les digo que es de otra manera y que hay millones de buenos católicos, apenas me creen. Una oportunidad estupenda llegó hace un tiempo atrás, cuando un amigo mío que tiene un proyector mostró “Las campanas de Santa María”. Era la misma copia que se mostró en los EE.UU. con subtítulos en español. Y como ellos toman las películas seriamente es difícil explicar que Bing Crosby no es sacerdote.

                  “A pesar de estas cosas hay muchos puntos alentadores. El gran número de confesiones en nuestra misión reciente en las salas de hospitalizados y la participación general en la mejor y más grande procesión, que nunca vi, la de las Cuarenta Horas. Fue muy gratificante. Me hace darme cuenta que nuestro trabajo está logrando algo. Recen para que la gracia de Dios pueda continuar el trabajo en las almas de estas buenas y simples gentes. Sé que todos mis amigos en los EE.UU. son responsables de este éxito.”

(The Gasparian, Vol.XII, julio 1949, N°7, pág.5 – 6)