24. "EL CAPITÁN"

 Luego de que nuestro Padre Thomas Sweeterman hiciera famoso el episodio de los pollos robados en Santo Domingo, comenté el asunto con una de las pandillas más bravas de jóvenes que andan rondando por la parroquia, para que tuviesen los ojos abiertos y consiguieran un perro.  El perro es 'algo obligatorio' en Chile; hay más perros que gente.  La razón del por qué son tan necesarios los perros, es debido a los ladrones. Unos días después, uno de los niños apareció con un cachorrito. Era de color kaki, con unas patas enormes. Cuando se paseaba por el patio trasero de nuestra casa, le tomó el olor a la cocina y constantemente iba y venía.  Desde ese momento no hubo duda alguna dónde estaban sus intereses. Le pregunté al niño cuál era el nombre del perro y me dijo 'Capitán'. 

     Lo teníamos en el patio de atrás, y no pasó mucho tiempo hasta que Capitán comenzó a crecer llegando a demostrar que era realmente un perro grande.  Desde ese día, nadie, excepto los que eran de casa, se atrevían a pasar al patio de atrás. Habían justo terminado la escuela nueva en San José, y tenían problemas con los ladrones. Alguien entró y robó todas las cañerías que había en el muro del baño. Los Padres no sabían qué hacer.  Les recomendé que se llevaran a Capitán como perro guardián. Para esa fecha ya me había encariñado bastante con él. Ciertamente no estaba mal criado, era grande y tonto, pero bravo y fiel.  Hizo el viaje a la escuela en Jeep y parece que lo disfrutó; ese sector de la ciudad le gustaba mucho más. Desde el momento en que Capitán puso sus patas en la Parroquia San José en Quinta Normal, no hubo nunca más problemas con ladrones. Allá tenían un Jeep-camión que siempre estaba estacionado justo al otro lado del portón de fierro, al frente de la casa parroquial. Capitán siempre dormía en la parte de atrás del Jeep y asustaba a cualquier persona que intentara ingresar a la propiedad. 

     No pasó mucho tiempo hasta que supo cuáles eran sus responsabilidades, y tomó su trabajo con gran seriedad. En aquellos días, al igual que hoy, había siempre una gran pandilla de niños que merodeaban por el frente de la propiedad.  Capitán llegó a conocerlos a cada uno de ellos, y nunca se equivocó; pero dejen que apareciera un extraño, él se levantaba y hacía tal escándalo que el individuo se alegraba de estar al otro lado del portón, esperando a que uno de los Padres viniera a responder la llamada. Los niños, que son iguales en todas partes del mundo, pronto aprendieron su nombre y no había nada que le gustara más que saltar y jugar con ellos en el patio de la escuela. También aprendió que muchos de ellos tenían algo para comer durante el recreo. Lo he visto rondar y reconocer exactamente a aquellos niños que eran generosos con él, ofreciéndole un pedazo de su sandwich. Había una cosa que parecía desconcertarlo. Era cuando los distintos grupos de personas que se iban a bautizar tenían que pasar por dentro, a través de la puerta principal en dirección hacia la sacristía. Se tendía en uno de esos lugares privilegiados con su cabeza y patas en dirección a la gente, observando. Muy a menudo algunos de los padrinos ya habían comenzado a celebrar antes de venir a la iglesia; a éstos Capitán siempre les hacía pasar un mal rato, para placer extremo del Padre Bernard Mores. Un día, en uno de esos grupos, había una niña de pocos años de edad. Por alguna razón, ese día Capitán corrió hacia la pequeña niña ladrando furioso. Esto tuvo su efecto al asustar a los 'culpables' y hacerles pasar la borrachera a muchos de los ebrios. Pero la niñita había tenido mucha experiencia con perros grandes; si eran más grandes, mejor para ella.  Ella, en vez de arrancar a protegerse, comenzó a atacar al Capitán, a pesar que el perro era un gigante al lado de ella.  El perro se quedó pasmado. Ella había hecho su parte y él no sabía qué hacer. Nos detuvimos y vimos como la niñita se abalanzó y le dio una patada con su piececito, logrando que emprendiera la retirada corriendo. 

     Ninguno de los Padres sabía mucho de cómo entrenar a un perro, hasta la llegada del Padre Walter Junk a San José.  Le hizo pasar un mal rato a Capitán por algún tiempo, pero lo extraño de su psicología es que al parecer les gusta ser obedientes. Capitán inició su entrenamiento sin muchas ganas, pero no pasó mucho tiempo hasta que se convirtió en uno de los perros que mejor se portaban en Quinta Normal -este es el nombre del suburbio en donde se encuentra localizada la Parroquia San José-. Cualquiera de los 1.100 niños que iban a la escuela parroquial podía hacer lo que quisiera con Capitán durante el día, pero llegada la noche, cualquier extraño que intentara entrar en el terreno de la Parroquia era sorprendido por el Capitán, quien alertaba a todo el mundo con ladridos tan fuertes que podían escucharse a varias cuadras de distancia. Al perro le encantan los sacerdotes, o cualquiera que anduviese con sotana. Uno se siente muy seguro cuando a pesar de saber que no hay electricidad y no hay luz en las calles o en la casa, hay sin embargo un guardián incondicional cuidando la propiedad. 

     Pero llegó el día en que el Padre Junk fue trasladado a otra parroquia, y Capitán volvió a adquirir alguna de sus viejas costumbres. Se informaba que incluso había mordido a varias personas; los niños comenzaron a molestarlo, lo que llevaba al final a que el perro pudiera morder a alguien.  Sin embargo, a pesar de que lo molestaban, Capitán raramente perdía su compostura, especialmente con los niños.  A él le encantaba asustarlos con ese aullido profundo y especial que tenía. Yo lo he visto correr hacia el portón y brincar para atrapar a un grupo de niñas que lo estaban molestando; lo que hacía era acercarse a ellas ladrando y cuando estaba al lado las empujaba gentilmente con su nariz. 

     En la primera semana de julio de este año, el Padre Junk regresó por un corto período, y pidió llevar el perro consigo, en tren hasta Pitrufquén, que queda a unos 600 kilómetros al sur de Santiago. Se tomó el acuerdo que llevara el perro. El Padre Leonard Fullenkamp y yo, acompañamos al perro a la estación.  Él fue gustoso. Lo último que vi del perro fue cuando el Padre Junk lo ingresó, amarrado con una cadena al cuello, al compartimento de equipaje. Cuando Capitán me miró y comenzó a mover su cola, tuve que mirar para otra parte para evitar ponerme a llorar. Ahora está cuidando la parroquia de Pitrufquén.  Estoy seguro que allá le gusta mucho más, porque hay más pasto fresco sobre el cual puede tenderse a dormir, y no hay ese ajetreo y bullicio de la ciudad, que los perros odian tanto.    - Este artículo no trae el nombre del autor-. (The Precious Blood Messenger, septiembre de 1952, pp. 272 -273)