135. LAS VICISITUDES DE LAS VISITAS

Por Antonio Baus

 

(Lo siguiente fue escrito por Antonio Baus, como diácono, el 13 de junio de 1986. Fue ordenado al sacerdocio en Santiago, el 1 de julio.)

 

Estoy mirando por la ventana mientras llueve sin compasión sobre nuestro terreno aquí en Río Negro, donde ya todo está muy empapado. Pienso en la época cuando uno de nuestros primeros misioneros, el Padre Paul Buehler, trabajaba aquí en este sector, que era muy parecido a lo que es ahora; parece que ha estado lloviendo constantemente desde entonces.

 

Hoy día, en 1986, el trabajo apostólico de la Comunidad de la Preciosa Sangre continúa en esta parte de la viña de nuestro Señor; pero el nuevo ángulo es que por primera vez, los tres de nuestra Congregación que estamos trabajando en Río Negro somos de nacionalidad chilena. El párroco es el Padre Abelardo Ibaceta, yo soy el diácono y finalmente, está Alejandro Reyes, el seminarista.

 

El Padre Abelardo se encarga de las necesidades espirituales del pueblo de Río Negro (alrededor de 10.000 habitantes) y del crecimiento de las comunidades de base cristianas, asistido por Alejandro que se preocupa de la formación de grupos de jóvenes y organiza los muchos programas de trabajo para ellos. Mi tarea es preocuparme de las comunidades en el campo. En su mayoría consisten en pequeños grupos que generalmente viven cerca unos de otros, pero que igual están repartidos en lugares lejanos.

 

Este trabajo es un poco difícil y ocupa todo mi tiempo, sólo en visitar cada una de las casas pequeñas, humildes y rústicas. Los campesinos tienen una vaca o dos, pollos, unos pocos cerdos y los inevitables tres o cuatro perros. Cada lugar los tiene como protección de los ladrones  y de los visitantes no deseados. Pero estos animales no saben distinguir, de manera que están listos a atacar a cualquiera, sea vecino, pariente o sacerdote. Sí, y así sucedió hace un tiempo atrás, cuando fui de visita a cierto lugar.

 

Algunos vecinos me habían advertido: “Padre, no vaya a ese lugar porque tienen perros bravos allí”. Sin embargo,  como había visitado unas 150 casas sin incidentes serios, pensé que con el Señor a mi lado todo estaría bien.  Y así me aproximé a la casa que estaba rodeada por cercos de alambre, dentro de los cuales, vagaban los animales, incluidos los perros. Salté por sobre una barricada y me estaba felicitando de haber llegado casi a la puerta, cuando de pronto tres perros inmensos vinieron hacia mí. Actué como si les fuera a tirar una piedra, ya que alguien me había dicho que así se asustarían…craso error, ya que vinieron más exaltados en pos de mí. Desesperado corrí, caí y aterricé en una masa de barro con estiércol (llovía fuerte) y pozas de agua. Me las arreglé para escapar por un momento y traté de saltar nuevamente por sobre la reja, sólo para caer encima de más barro y estiércol. Cuando finalmente logré ponerme de pie, estaba tan embarrado, sucio y con los pantalones rajados, que podía sentir el barro colándose por todas partes. ¡Eso terminó con mi visita pastoral!

 

Al día siguiente tuve una reunión con la gente de ese sector. Aunque por el incidente del día anterior no pude dar mayor aviso de la reunión, mucha gente se presentó, porque según me relataron, les habían llegado las noticias que “el Padrecito había ido al campo y había quedado embarrado entero” (lo que ellos celebraban, pero también apreciaban).

 

Estoy mirando por la ventana, y continúa lloviendo. La evangelización también debe caer como la lluvia. Con la gracia y protección de Dios, así será. (Cincinnati C.PP.S. Newsletter, Nº231, julio 24, 1986, pág.1897)