11:7

"Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua,

para que ninguno entienda el habla de su compañero."

הבה נרדה ונבלה שם

שפתם אשר לא ישמעו

איש שפת רעהו

,הָבָה, נֵרְדָה, וְנָבְלָה שָׁם

,שְׂפָתָם--אֲשֶׁר לֹא יִשְׁמְעוּ

אִישׁ שְׂפַת רֵעֵהוּ

LXX:

δευτε και καταβαντες συγχεωμεν εκει αυτων την γλωσσαν

ινα μη ακουσωσιν εκαστος την φωνην του πλησιον

Vulgata:

venite igitur descendamus et confundamus ibi linguam

eorum ut non audiat unusquisque vocem proximi sui

Descendamos.

El uso del plural "descendamos" indica la participación de por lo menos dos personas de la Deidad (ver Gén. 1: 26).

Confundamos allí su lengua.

Dios no quería destruir otra vez la humanidad. La maldad no había llegado todavía a los límites que alcanzó antes del diluvio, y Dios decidió reprimirla antes que alcanzara otra vez ese punto. Al confundir su idioma y obligarlos así a separarse, Dios tenía el propósito de impedir una acción futura unida. Cada uno de los grupos podría todavía seguir una conducta impía, pero la división de la sociedad en muchos grupos impediría una oposición concertada contra Dios. En repetidas ocasiones, desde la dispersión de las razas en Babel, algunos ambiciosos han procurado sin éxito contravenir el decreto divino de la separación. A veces, hábiles dirigentes han tenido éxito en forzar las

naciones para lograr una unidad artificial. Pero con el establecimiento del glorioso reino de Dios las naciones de los salvados estarán realmente unidas y hablarán un solo idioma.

Ninguno entienda el habla de su compañero.

No se trataba de que ningún hombre pudiera entender a ninguno de sus prójimos, pues una situación tal habría hecho imposible la existencia de la sociedad. Habría diversos grupos de tribus, cada una de las cuales tendría su propio idioma. Tal es el origen de la gran variedad de idiomas y dialectos del mundo, cuyo número se aproxima ahora a los tres mil.

La multiplicidad de idiomas, aunque constituiría un obstáculo para los proyectos humanos de cooperación política y económica, no lo sería para el triunfo de la causa de Dios. El don de lenguas en Pentecostés había de ser un medio para superar esta dificultad (Hechos 2: 5-12). Las diferencias nacionales no impiden ni la unidad de la fe ni de la acción de parte de los hijos de Dios, ni tampoco el progreso de los propósitos eternos del Altísimo. La Palabra de Dios está al alcance de los hombres en su propio idioma y los hermanos en la fe; aunque separados por diferencias raciales y lingüísticas, sin embargo están unidos en su amor a Jesús y en su consagración a la verdad. La hermandad de la fe los une más firmemente de lo que podría unirlos la posesión de un idioma común. El mundo ha de ver en la unidad de la iglesia una evidencia convincente

de la pureza y del poder de su mensaje (ver Juan 17: 21).

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