Sevilla 2012, mi primera maratón.

Post date: Feb 22, 2012 5:30:41 PM

Desde San Fernando, Cadiz, hemos recibido la crónica de su "primera vez" de Rocío, hermana de nuestro compañero Manolo. El Guachinche Maratón te felicita una vez más, te da las gracias por compartir con nosotros esta agradable experiencia y te invitamos a nuestra próxima cita con la Maratón, que si todo sale bien será en Amsterdam.Nota: Cuando nos referimos a "nuestra", queremos decir "la de casi todos", porque para Alvarito nunca se sabe cuál va a ser la próxima, ya que él siempre entiende por "próxima", la "más cercana". Fíjense si el tío es bravo, que se intentó inscribir para correr los San Fermines pensando que era alguna Maratón que se celebraba en Pamplona.

"En una primera maratón todo es nuevo: las sensaciones, el ambiente, la distancia y a veces incluso también la ciudad. Mi experiencia en la XXVIII edición de la Maratón Ciudad de Sevilla el pasado 19 de febrero reunía todos los ingredientes para convertirse en una jornada llena de emociones difíciles de olvidar. Al miedo y las dudas del estreno se sumaba el hecho de llevar corriendo menos de un año, y el hacerlo en Sevilla -ciudad donde viví mis años de estudiante-, acompañada de mi hermano Manuel, al que admiro por su fortaleza física y mental, además de por otras muchas razones.

Nuestra jornada comenzó temprano, cuando dejamos el hotel junto a los guachincheros Jesús y Álvaro para dirigirnos al estadio olímpico. Una vez allí, tuvimos el tiempo suficiente para hacernos unas fotos, visitar el servicio y el guardarropa antes de situarnos en la línea de salida junto a otros 5.500 corredores. En todo momento intenté no ponerme nerviosa pero fue inevitable sentir la punzada de la duda en un par de ocasiones. ¿Seré capaz de lograrlo y cruzar la línea de meta?, ¿no habré sobrevalorado mis capacidades? Al final, la ilusión pudo más y abandoné el estadio con espíritu optimista y con la sola idea de conseguir mi objetivo: convertirme en uno más de esos locos aventureros capaces de completar los 42.195 metros.

Muerto mi Garmin en el segundo antes de la salida, no me quedaba otra que confiar en mis propias sensaciones y en la experiencia de Manuel para no forzar el ritmo más de lo conveniente durante los primeros kilómetros. Creo que hacer la carrera sin pulsómetro me ayudó a pensar menos en el tiempo para disfrutar más del recorrido, un itinerario alejado de la Sevilla monumental y plagado de grandes avenidas, que en algunos puntos resultaron un poco solitarias. Sin embargo, el calor del público en las zonas más concurridas de la carrera fue espectacular. La gente no se cansaba de animar y yo me veía saludando y dando las gracias a cada paso, sintiéndome una campeona por el simple hecho de estar ahí, intentándolo. Me sorprendió lo sencillo que fue todo hasta el kilómetro 25: Sevilla nos había regalado su mejor día de invierno, soleado y con una temperatura más que agradable, la organización de la carrera había sido excelente en la disposición de los puntos de avituallamiento, y nosotros habíamos mantenido un ritmo suave que ahora me permitía tener la reserva de energía suficiente para aguantar el tirón.

Pero a partir del kilómetro 30, como dijeron Jesús y Álvaro antes de salir y como me recordó después Manuel, comenzó una carrera distinta: la verdadera maratón, la razón por la que muchos corredores ni siquiera lo intentan, los 12 últimos kilómetros que pueden llegar a pesar como bloques de cemento en las piernas. Afortunadamente, el dispositivo familiar que teníamos desplegado por los puntos estratégicos del itinerario se empeñó en darnos ánimo hasta el último momento, y poco menos que me llevaron en volandas hasta el estadio. Pero lo más importante fue sin duda el apoyo de mi hermano, que renunció a hacer su marca por quedarse conmigo hasta el final y no me dejó desfallecer.

Pese al esfuerzo de los seis últimos kilómetros, que me dejaron el ánimo bastante mermado, la llegada a meta fue muy emocionante. Me acordé de las horas de entrenamiento solitario por los caminos de mi ciudad, San Fernando, y de todas las mañanas en que quise apagar el despertador y no lo hice. Y pensé que el resultado había valido la pena. El tiempo, casi 4.30, es lo de menos. Jesús y Álvaro, que son unos máquinas, se encargaron de dejar el pabellón del Guachinche bien alto. Ojalá nos veamos en otra."

Rocío Heredia