Dos compañeros, dos Manolos, 42 Km, Santa Cruz de Tenerife, Nueva York: dos crónicas

Post date: Nov 22, 2014 4:27:00 PM

Crónica de Manolo Santana (Santa Cruz de Tenerife):

Todas las cartas de amor son ridículas. O cuando correr es un deporte de equipo. Crónica de la I Maratón Internacional Santa Cruz de Tenerife.

Fracasar no es retirarse, fracasar es no haberlo intentado. Era domingo por la noche y me estaba lavando los dientes, preparándome para ir a dormir. El espejo me lo estaba diciendo: hay que volver a cortarse el pelo. Es el truco de muchos cuarentones: nos cortamos el pelo muy corto para que no se nos note que las canas y el poco pelo son una marca del inexorable paso del tiempo. ¿Por qué parece que en nuestra sociedad no nos gusta reconocer el paso del tiempo? Como si uno tuviera que avergonzarse de haber vivido. El tiempo, ése que pasa tan rápido cuando te miras al espejo y tan lento cuando estás corriendo una maratón y quieres llegar ya a meta. El tiempo entre que se anunció que se iba a celebrar, por primera vez, una maratón en Tenerife, y la celebración de la primera edición fue muy escaso. A principios de Julio se anunció que en Noviembre se celebraría la I Maratón Internacional Santa Cruz de Tenerife. Tema de conversación en muchas tertulias con mis compañeros del Guachinche Maratón. (Seguir leyendo)

Crónica de Manolo Heredia (Nueva York):

Hacía tiempo que tenía ganas de viajar a New York. Queria experimentar cómo es esta capital financiera y cultural, sus gentes y sus contrastes, hacerme una idea de lo que significa vivir en una ciudad de casi 15 millones de habitantes, que no descansa nunca, y donde cada año a principios de noviembre se celebra el evento deportivo popular más importante del mundo.

Participar en el maratón de New York era una vieja aspiración. Lo había intentado un año, con el dorsal y el viaje reservados por lesión no pude ir, y lo había pensado muchas otras veces pero por circunstancias nunca me había cuadrado bien.

Este año, sin embargo, por motivos laborales estaba bastante abstraído de maratones y no le había prestado demasiada atención, pero justamente después del verano me llegó una publicidad promocionando las últimas plazas, creo que la mía fue la última, y ahí mismo nos decidimos. Comprobamos fechas y sin más preámbulos hicimos la reserva.

Como digo, no entraba en mis planes participar en maratones este año. Desde que nos vinimos a la península, primero por lesiones y después porque aquí he contactado con más aficionados al ciclismo que a correr he estado bastante alejado del running. En general, el deporte me lo tomo ahora como un complemento diario, que me da fundamentalmente equilibrio. Aunque sigo participando en competiciones, sigo disfrutando del ambiente y de ese puntito de competición, he ampliado el abanico y además de alguna carrera he hecho rutas ciclistas y triatlones, por lo que también estoy nadando bastante.

En general, soy optimista, pero tras dos años sin hacer ninguna maratón y dos meses por delante y un plan de entrenamiento consistente en 1 ó 2 salidas a la semana de 1 hora de duración, quizá estaba rozando el larguero del optimismo. La tirada larga del plan la hice 6 días antes de la carrera y consistió en 20 km por las calles de Lleida, aunque, por quitarle dramatismo al asunto, habiendo hecho este año 3 medios ironman en torno a 5-6 h de duración, y pruebas de bici de entre 6-8 horas, estaba más o menos seguro de que salvo problema físico terminaría bien. Como lecciones aprendidas de este experimento deportivo me quedo con que las condiciones aeróbicas, es decir umbrales y potencias, se pueden mantener bien con diversas actividades, pero que para afinar en un deporte particular el entrenamiento debe ser específico. En este sentido no hay milagros y la segunda media maratón se encargó de recordármelo.

El sábado salimos pronto a rodar un poco por Central Park. Bastante frío, lluvia y viento, rubbish weather but the runners are on the way como decían allí. Para mañana anuncian mejor tiempo, decía la megafonía. Fuimos a recoger el dorsal con el grupo de españoles. La feria del corredor es a lo bestia. Un pabellón enorme, de techos de cristal. Una zona expo de Asics donde te puede dejar todos los dólares que lleves, otro montón de expositores y ambiente de gran evento. Por la tarde, vuelta por la ciudad y pronto a descansar.

Con el cambio horario, 6 horas menos en la costa este, el primer y segundo día allí nos quedábamos dormidos a las 18:00h y nos despertábamos a las 3:00 de la mañana, así que esto facilitó mucho que llegara descansado como nunca a la carrera, puesto que el jet lag se encargó de coordinar los horarios de descanso con los de la salida. El hecho es que a las 6:00h nos marchábamos en autobus hacia Staten Island, por lo que a las 4:30h bajamos a desayunar. En el hotel en el que estábamos no había buffet, aun siendo un hotel de la organización, por lo que nos fuimos a desayunar a la calle. Si uno se imagina cualquier ciudad de España a las 4:30 de la mañana, seguramente pensará que encontrar sitio abierto para desayunar no es fácil, pero New York a esa hora es un herbidero. Hay gente por las calles, coches, ruido, y por supuesto bares abiertos.

Llegamos a Staten Island a las 7:00h. La seguridad en todas las aglomeraciones de gente es tremenda, así que a la entrada de la zona de salida, que es una especie de base militar, hay un control de objetos con arco de seguridad. Con tanta gente, la salida está organizada en cajones y en oleadas, de tal manera que tienes asignada una zona específica para salir y una hora (todo muy americano). A mi me tocaba en el cajón verde a las 9:40h, con lo que me quedaban 2h y media largas para salir, con un frío y un viento que pelaban. La organización te permite llevar ropa que dejas en la salida y recoges en la llegada, pero lo tienes que contratar. Como yo no lo hice, me tocaba llevar ropa de abrigo que dejaría en la salida. Este es un punto fuerte de la organización y es que toda esta ropa que los corredores dejan al empezar a correr se recoge y luego se entrega a beneficiencia. El punto débil es que te dicen que te dan un desayuno y lo único que pude tomar fue un café (muy americano también) que de lo bueno que era no pude ni acabar.

De novato, no me llevé de España más ropa que el chándal del Guachinche pero tirar esta joya era excesivo incluso en esta ocasión, así que la tarde antes me compré una sudadera negra con gorra, al estilo Rocky Balboa, que junto con el pantalón del pijama y una gorra de Dunkin Donuts me permitió no morir helado antes de empezar. De la pinta que llevaba, mejor no hablar.

En estas se hace la hora, nos abren las puertas del cajón, como en el rodeo, nos acercamos al puente de Verrazano y por la megafonía nos ponen New York de Alicia Keys. Yo esperaba la de Sinatra pero esta no está mal tampoco. Alicia Keys da paso a AC/DC. Estos sí que nos ponen las pilas con Highway to Hell. El speeker presenta a los profesionales. Tenemos el puente justo delante de nosotros. Es altísimo. Helicópteros, coches policía, olor a linimento, nervios, emoción y gong, campana y salimos.

El puente Verrazano tiene 4 km de largo, así que para calentar 2 km de subida. Vamos por la carretera inferior y cada vez que pasamos una abertura del puente el viento casi nos tira hacia un lado, pero la vista de la bahía y el sur de Manhattan es espectacular. Vamos rápido. Subiendo a 4’30. Pienso que mantener este ritmo está fuera de mi alcance. Pienso que no he entrenado. Pienso… Pienso que estoy en New York que llevo esperando toda la vida a disfrutar este momento y que lo voy a dar todo. Así que siguiré hasta donde pueda y si no puedo más que me pille sonriendo porque esto es una fiesta. Pasamos por Brookling. Es increíble el gentío, cómo animan, cómo te llevan en volandas. Escucho mi nombre. Es Silvia. El subidón de emoción es indescriptible. Es el Km 13 y paso antes de la hora. Me repito a mí mismo que no sé si aguantaré el ritmo pero que me quiten lo bailado. Esta carrera es totalmente distinta a cualquiera que haya corrido. La gente, la música durante todo el recorrido, los voluntarios, que te apoyan en todo momento. Animan hasta los policías con su come on boys! Llego a la media maratón con el paso más rápido de mi vida y con bastante buenas sensaciones. Ritmo por debajo de 4’30 y bien de piernas. Pero…

Pero aquí comienza la segunda parte de esta historia. Comenzamos a subir el puente de Brookling, dirección Manhattan. Otros 4 km. El recorrido se hace ahora más duro. Con muchas subidas y bajadas. Con un viento feroz. Y sobre el km 25 empiezo a notar dolor en las piernas. Dolor en los piés. Rara mezcla de sufrimiento y alegría. Bajar el puente y girar a la izquierda para enfilar la 5ª avenida te pone lo vellos de punta. El griterío es ensordecedor. Parecía que estabas en un estadio. El dolor va en aumento y voy perdiendo velocidad poco a poco. Aeróbicamente estoy bien pero la musculatura está muy resentida. Llego a trancas y barrancas al km 35 pero los 7 últimos son infernales. En algún avituallamiento paro a descansar un poco, arranco 200 m y vuelvo a parar si llega alguna subida, y así lentamente me voy acercando a Central Park. En el km 38 ya no veo a Silvia. Ella se desgañita desde la acera pero yo voy centrado en llegar, aislado sensorialmente y deseando terminar. Última milla. Último kilómetro. Últimos 300 m, cuesta arriba. Final.

Me resitúo mentalmente. Me dan la medalla y me siento bien. Muy bien. Ha merecido la pena venir aquí, vivir esta experiencia que ya parece un instante pero que es inolvidable.