Nuevo cuento de Manolo Santana: ficción en torno al 23 F

Post date: Feb 24, 2013 7:11:49 PM

Historia de un instante

Manuel Ángel Santana Turégano, La Laguna, 23 de febrero de 2013.

El 23 de febrero de 2013 hizo un frío siberiano en casi toda España. En Barcelona nevó casi hasta el nivel del mar. Daniel lo recordaría toda su vida porque esa mañana, mientras desayunaba en su ático en la parte alta de la calle Verdi, prácticamente a la altura de las Rondas, al mirar por la ventana vio la imagen de una ciudad rodeada de montañas nevadas. El Tibidabo parecía una montaña suiza con un santuario en la cima. La sierra de Collserola, envolviendo la ciudad, pegada al mediterráneo, parecía los Alpes rodeando una ciudad centroeuropea, pegada a un lago (quizá Zúrich o Ginebra). Como la ola de frío ya se preveía desde hacía unos días, en su club de triatlón habían decidido cambiar el plan de entreno. En lugar de ir a Collserola a hacer un rodaje largo (cerca de dos horas), una sesión de natación seguida de otra bici indoor.

Esa mañana, tras terminar el entrenamiento, mientras compartían un café con leche y churros, la conversación, en vez de deslizarse por los habituales asuntos de dónde ir a la próxima competición o lo bien que lo habíamos pasado cuando fuimos a la última (al final eso importa tanto o más que la competición en sí) se centró en dos temas poco habituales. Por una parte, el frío que estaba haciendo. Por otra, el futuro de la monarquía. Se cumplían 32 años del golpe de estado de Tejero, y los recientes escándalos de corrupción relacionados con el yerno del Rey, Urdangarín, que precisamente había sido jugador de balonmano del F.C Barcelona, el affair relacionado con la caza de elefantes en África y la crisis galopante tenían el prestigio de la institución por los suelos. Santi había expuesto la teoría de que en esas circunstancias lo más probable es que el rey abdicara a favor de su hijo. Así, argumentaba, se da una renovación, un lavado de cara, y la gente empezaría a hablar de lo bueno y sabio que había sido el rey al no aferrase al poder y abdicar en su hijo. Como 32 años antes Adolfo Suárez no se había aferrado al poder y había dimitido a favor de Leopoldo Calvo Sotelo. Pero de la misma manera que el 23 de febrero de 1981 nadie podía imaginar que la sesión de investidura del nuevo presidente se vería interrumpida por un Guardia Civil que asaltaría el congreso, el 23 de febrero de 2013 nadie podía imaginar que no haría falta que el rey abdicara para dejar la jefatura del Estado en manos de su hijo. Porque esa misma mañana, mientras ellos comían churros, Juan Carlos I de Borbón falleció como consecuencia de las heridas causadas por un accidente doméstico ocasionado por una placa de hielo.

Daniel se enteró a mediodía, al despertar de la siesta, cuando anidado en el sofá, y aún medio dormido, encendió el televisor para acabar de despertarse. Demasiadas coincidencias. En televisión estaban poniendo un documental que recordaba, 32 años después, el golpe de estado de Tejero, y estaban hablando del Elefante Blanco, la autoridad que Tejero y los golpistas esperaban que llegara al congreso para hacerse cargo de la situación. La emisión se interrumpió y una conocida periodista (pareja sentimental de un famoso futbolista) apareció en pantalla. Informó de que interrumpían la emisión para dar cuenta de una noticia por completo inesperada e importantísima. Su majestad Juan Carlos I de Borbón, rey de España, había fallecido como consecuencia de un accidente doméstico. Todo ello sucedía en la televisión mientras en su sofá Daniel, acurrucado en la manta, volvía lentamente de la vigilia al sueño. Por un momento dudó si seguía soñando o si ya se había despertado. Esa mañana habían estado comentando los accidentes de don Juan Carlos cuando cazaba elefantes en África. Y un accidente se había llevado al rey a otro mundo (y no precisamente a América) justo en el día en que se volvía a hablar del elefante blanco, la misteriosa autoridad que debía tomar el mando aquel 23 de febrero de 32 años atrás. Justo esa mañana había escuchado a Santi decir que había leído, en Anatomía de un instante, de Javier Cercas, que había teorías que planteaban que el elefante blanco no era otro que el rey. Un pensamiento peregrino cruzó la mente de Daniel: tendría gracia que un elefante africano hubiera sido lo que se había cruzado en la vida del elefante blanco para acabar de destrozar su prestigio. Y que éste hubiera acabado sus días, entrando en el hogar de todos los españoles como un elefante en una cacharrería, armando escándalo en la televisión de una de las tardes de sábado más frías que se recordaban en mucho tiempo.

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