Cuentos de Fray Mocho

Robustiano Quiñones

Mi amigo exclamó exasperado mirando las botellas que traía el mozo del café:

–Que se vayan al diablo todos los falsificadores y con ellos el ministro de hacienda y el presidente de la república... oye... ¡Esto se lo dice Robustiano Quiñones, que no tiene pelos en la lengua y que gracias a Dios se precia de saber hacer un San Martín como la gente y de no beber estos brebajes infames con que ahora se envenena al público a mansalva!

Y luego bajando el tono, como arrepentido de sus excesos oratorios, agregó:

–¡La ginebrita no parece mala... pero mezclada con ese bitter plebeyo, debe resultar una verdadera canallada... una cañifla infame!

–Tómela sola, entonces, compañero...

–¿Yo?... Pues no faltaría más... ¡Nosotros, los de mi casa, no tomamos jamás la ginebra sola, compañero, porque nos han dicho que es mala para el reumatismo!... ¡Vea... che... mozo! Hagamé el San martín a la portuguesa... ¿sabe?... ¡Bueno!... Yo lo voy a dirigir... ¡Eche la ginebra!... Siga no más... siga sin miedo hasta que se llene el vaso... ¡Bueno! Venga ahora el aperital y echelé despacio cinco gotas chicas y dos más grandes... ¡Eso es!

Cuando concluyó don Robustiano la delicada operación que dirigía y que no era otra que prepararse disimuladamente un medio litro de ginebra, me dijo chasqueando la lengua:

–¡Qué hombres los portugueses, amigo! ¡Ellos, con cinco gotitas de bitter, le preparan a usted un verdadero néctar, delicioso y económico!... A mí me enseñó la receta el jefe de mi oficina, cuando estaba empleado en el correo... Ese era un hombre tigre, che, y que sabía vivir, como decía mi mujer... Cuando vinieron los brasileros ¿se acuerda? Me propuso a mí que diéramos un baile en casa para festejarlos y con veinticinco pesos que sacamos de subscripción entre varios amigos y su ingenio, puso una mesa en que no faltaba ni el marrasquino para las señoras de paladar delicado... Los brasileros no concurrieron a la fiesta porque tuvieron que asistir al baile del Jockey Club, pero nosotros pasamos una noche de esas que no se empardan... ¡y sé que cuando volvieron a Río era el haber faltado uno de los pesares que llevaban!... Y... ¡a propósito!... ¿Sabe que vienen los chilenos a visitarnos? El país argentino, mi amigo, les debe demostrar que los sentimientos de fraternidad y de compañerismo no son entre nuestro pueblo pura faramalla y papel pintado, como ocurre entre la gente de gobierno. Yo, por mi parte, he resuelto darles una fiesta en casa, como la que habrá en lo de Unzué y en lo de Luis María Campos... ¿Qué le parece la idea?... ¡Mozo!... ¡Vea!... El San Martincito este se está poniendo picantito... ¡agréguele un poco más de la maldita ginebrita esa!... ¡Bueno!... ¿Y qué me dice del proyecto, compañero?

–Me parece bien...

–Yo ya he hablado con varios amigos y es con ellos que hemos resuelto invitarlo a formar el comité de festejos.. Están apalabrados el tuerto García, el ñato Miguelín, Pituco y ese mozo oriental que va todas las noches a la confitería de la esquina de su casa y que hace maravillas en el billar... uno bajito, medio tartamudo...

–¿Lo conozco?... Pero es el caso, compañero, que estoy con enfermos en casa y que el asunto es para largo...

–¿Y eso qué tiene?... ¡Contribuya con su cuota de diez pesos y cumpla con la patria, amigo, como le corresponde! ¡Aquí, en estos casos, es cuando se ven los hombres de entraña y de hígado, che... que aman la tierra en que nacieron!... ¡Mire que me va a dar vergüenza de comunicarle al comité que nada menos que un criollo de su laya se ha hecho el sordo a la voz del patriotismo!

–¡Pero la cuota es muy alta, don Robustiano!...

–¿Alta? ¡Y con qué quiere hacer cantar un ciego, entonces?... ¿No ve que hay que poner una mesa y comprar un juego de sala y otras chucherías?... Yo doy la casa, pero no los implementos de que carezco... Después... hay que poner coches, porque los chilenos no van a ir a pie hasta la calle Castro Barros... ¡En fin, la cosa se hace bien o no se hace!...

–Yo, amigo don Robustiano... ¡lo tengo que pensar! Vez pasada entré también en la subscripción aquella del baile de los brasileros de que me habló ¿se acuerda?... Entonces compramos también un juego de muebles y...

–¿Ahora salimos con esas?... ¿Y cre que los muebles van a durar toda la vida?...

–¡No digo eso... pero me acordé no más!

–¡A mí no me venga con agachadas, compañero!... Los muebles ahí están en casa, todos comidos por la polilla y sería una vergüenza presentarlos en el salón cuando vayan los ilustres huéspedes... Es por eso que para cumplir como la gente, que ahora ando viendo a los amigos honorables y patriotas que se quieren hacer ver y paras los cuales no sea par de miserables pesos asunto tan esencial como el hígado o las tripas... Dejémonos de roñas cuando se habla de la patria.

–No digo que no, don Robustiano... pero cuando el hombre no puede...

–¡Ah! ¡No puede!... ¡Bueno!... ¡Vea!... Esta venida de los chilenos me va a servir para liquidar muchas amistades que no sirve ni para escupirlas... ¡Vaya a juntarse con Roca, con Pellegrini, con Torquist, con Basualdo y con toda la caterva de acopiadores de centavos que reniegan del nombre de argentinos, cuando llaman a formar en nombre de los más caros intereses de la patria, y olvídese de su amigo Robustiano Quiñones que felizmente no es de su casta ni de su laya!

¡Y salió el patriota como si le hubiesen puesto un cohete en los talones... probándome que de todos los brebajes que venden en la confitería, era el más económico el San Martín a la portuguesa, como él lo preparaba y bebía!