Cuentos de Fray Mocho

Cada cual se agarra con las uñas que tiene

La lechuza, agorera de la muerte para nosotros los de la edad presente, era para los de la edad remota –que zurcieron el poema en que a los animales se atribuyen las prerrogativas de los hombres– mensajera de amores y de enredos y quien preparó con sus hábiles manejos la extraña boda de la nutria y el jabalí, progenitores del carpincho, en unión con su comadre la vizcacha, personificación de la avaricia que proporciona la comodidad de sus barracas subterráneas a todos aquellos que han menester de un refugio, siempre más barato que el servicio con que ellos retribuyen el hospedaje.

Las oscuras galerías del enorme palacio siempre en obra, son campo neutral donde no hay antagonismos ni rivalidades, debido a la celosa vigilancia de las dueñas de casa, y así se ve al ratón, que haciéndose el distraído, revuelve un montón de raíces olorosas, mirar impasible al sapo compadrón, que con el sombrero sobre la oreja y las manos en los bolsillos se pasea nervioso, lanzando miradas de soslayo a una víbora viuda y coquetona, que luce su agilidad sobre una rama seca, en cuyo extremo una araña chismosa, con los anteojos casi en la punta de su nariz vergonzante, combina nuevos dibujos para sus telas sutiles, canturreando entre dientes una antigua canción de amor, que hace sonreír a un viejo lagarto centenario, a quien la parálisis impide sus habituales correrías y que mata el tiempo refiriendo extrañas aventuras a un peludo rengo y desdentado, sobre cuyo lomo rugoso juegan al truco tres moscas aventureras y un joven escarabajo rechoncho, que tiene sus pespuntes de Tenorio.

Abría el palacio su ancha portada protectora al pie de un coposo tala que crecía sobre un verde ribazo pintoresco y era en éste donde la extraña boda se hubiera festejado a no haberlo impedido una lluvia torrencial que, desbordando el vecino arroyo, obligó a los concurrentes a refugiarse en las galerías.

Allá, en el fondo, se veían, a la luz azulada e intermitente de las linternas, las curiosas parejas que bailaban y llegaban por ráfagas al oído de los mirones agrupados en la puerta, los mágicos sonidos que las chicharras y los grillos arrancaban a sus flautas sonoras, las notas alegres de los clarines que tocaban las mosquitas y los abejorros, y el rasgueo armonioso de las guitarras en que lucían su habilidad las ranas acompañantes.

De repente las músicas cesaron, se apagaron las luces y una masa informe que chillaba angustiada, comenzó a rodar hacia la puerta, apareciendo al fin en ésta sin sombrero, con el poncho arrollado al brazo y en la diestra el facón ávido de sangre, un gato montés a quien atacaban encarnizados cuatro vizcachones veteranos, auxiliados por una veintena de jóvenes lagartos turbulentos. La lucha había sido ruda, y el viejo perturbador de bailes y diversiones llegaba jadeante a la salida, cuando vio que el agua le cortaba la retirada. Ya se disponía a una nueva embestida a sus adversarios, que, ignorantes de la situación angustiosa en que se hallaba, se habían agrupado en el vestíbulo, temerosos de salir a campo raso, cuando oyó la voz cascada de un viejo bagre asmático que, aprovechando de la creciente y de la proximidad del baile, estaba acurrucado junto a un raigón que ya bañaban las aguas:

–¡Hola, amigo!... ¡Que cosa bárbara!... ¡Páseme al otro lado, por vida suya!... ¡Me van a achurar en este albardón!... ¡Si había habido un gentío tremendo y una mozada bravísima!...

–¡Orst!... ¿Y cómo no?... ¡Qué! ¿No sabía quienes se casaban?

–Si... pero ¿qué quiere? Yo estaba convidado también, pero me agarré con una vizcacha delicada que, en cuanto la tomé de la cintura, se echó a gritar y ahí nomás salimos trenzados con el hermano.

–¿Y cómo haré para pasarlo?... ¡Usted ha de ser pesadito!

–¡No señor! ¿Qué esperanza!... Yo me paso sobre usted y... es cuestión de un minuto.

Y así lo hicieron; pero no había nadado media vara el bagre cuando preguntó a su protegido con vos compungida:

–¿Qué hace, compañero?... ¡Me está desollando!

–Si voy paradito...

–¡Qué paradito, ni qué diablos!... Me va rompiendo el cuero...

–¡Ah! Serán las uñas.

–¡Bueno! ¡Saque las uñas entonces!

Discutiendo el punto, llegaron a la otra orilla y mientras el gato saltaba a tierra y el bagre se zambullía para meterse entre el barro y restañar la sangre que le brotaba del lomo, dijo el primero:

–Gracias, amigo, mil gracias, y ya sabe... el gato montés es su amigo...

–¡La gran perra!... ¡Buena caña para mojarrero!

Y el bagre se zambulló atormentado y dolorido, maldiciendo de su negra estrella y de su buen corazón que en tales pellejerías le metía.

Pasaron los días y con ellos las aguas del arroyo, que poco a poco fueron dejando en seco centenares de peces, cuyos esqueletos rígidos yacían sobre la arena, con gran dolor del viejo bagre compasivo, que los miraba desde un pequeño charco donde se había refugiado, pensando en la triste suerte que le aguardaba si no intervenía en su favor algún santo milagroso y encomendándose a todos con piadoso recogimiento.

Una mañana ––que él creía fuese la última que perteneciera a este mundo, pues desde la noche el agua en que se revolvía había sufrido una merma considerable––, vio de repente acercarse con cautela a su amigo el gato, que andaba a la pesca de un bocado apetitoso:

–¡Hola, compañero!... ¡Acérquese!... ¡Mire cómo está su amigo!

–¡Hombre, hombre! ––dio el gato, atusándose el bigote––; ¡cómo lo encuentro, compañero!... ¿Y qué tal la señora?

–¡Vea!... No estoy para informes ahora... ¿Quiere hacerme el favor de arrastrarme hasta por ahí donde haya agua?... ¡Me estoy ahogando en seco!

–¡Cómo no, bagre amigo... ya lo creo!... Vea: monte a caballo sobre mí y lo llevaré hasta allí, frente a aquel barranco donde hay un pozo profundo.

Y pronto comenzó el gato a trotar con su jinete, que se agarraba con las aletas y echaba el alma tosiendo:

–¡No tan ligero, por vida suya!... ¡Espérese, que me caigo!

Y de repente el gato, dando un brinco, exclamó encolerizado:

–¿Qué es eso, compadre?... ¡Me está taladrando las costillas!

–¡No, compadre; es que me agarro!

–¿Qué se agarra?... ¿A ver si larga?... ¡Orst!... ¡Esto sí que está bueno!... ¡Largue, compadre, o lo estrello!

Y el bagre, en silencio, aguantaba los brincos de su cabalgadura, exclamando entre dos golpes de tos:

–¡Si no es nada!... ¡Me he afirmado con la espina, no más!... ¡Siga un poquito que ya llegamos!

–¡Bueno!... ¡Saque, amigo!... ¡Que me agujerea el costillar!

–¡Pero, hombre, usted me desolló el lomo la vez pasada y yo no grité tanto!

–¡Fue con las uñas, amigo, que es distinto!

–¡Hombre! ¡Yo me afirmo con la espina no más!

Y como en ese momento llegaran a la orilla, el bagre pegó un salto y cayó al agua, exclamando mientras el gato se revolcaba en la arena desesperado.

–Amigo, en este mundo cada cual se agarra con las uñas que tiene... y no hay vuelta... Ya lo sabe para otra vez, como lo sé yo.