Cuentos de Fray Mocho

En el bañado

Al paso de nuestras cabalgaduras seguíamos la tortuosa senda que cruzaba el bañado en los días de seca, chapaleando aquí y allá el agua cristalina, conservada como un tesoro por el pajonal, que cubría celoso con su manto verdinegro, orlado de nenúfares y camalotes.

–¿Sabe que es lindo el bañado, don Pascasio?

–¡Y cómo no, amigo! Por eso el que cae a estos aguazales no los deja sino con pena, y los que nacieron en ellos y se ausentan, jamás lo hacen para siempre. ¡Volvedor como pato’e laguna, dicen los criollos y es verdad!

Tendí la vista sobre el pajonal que ondulaba movido por la brisa y seguí complacido las bandadas de siriríes que se alzaban en montón, dando el alerta con el rumor de sus rápidas alas a las gallaretas y a las grullas y a los pesados ocós que dormitaban a orillas de los juncales, esperando el paso de las mojarras, inquietas y perspicaces...

–¡Mire que tendrá cuentos el bañado, don Pascasio!... Si yo pudiese, me quedaba un tiempo... ¡Ha de ser divertido estudiar las costumbres de tanto pájaro y de tanto bicharraco, como hay!...

–No crea que son muchas las clases... Pronto las conocería a todas y después le sucedería lo que a mí, que no distingo los pájaros ni los bichos sino cuando tengo que comerlos... ¡y eso por el olor y la necesidad, porque como decimos aquí “pa boc’hambrienta no hay carne’hedionda”!

–Mire cómo hierven los patos en aquel charco... Fíjese qué colores más lindos... ¡Si parecen bruñidos los cuerpitos y hechos con mosaicos de rubíes, de esmeralda y de brillantes!

–Esos no son patos sino gallinetas... como quien dijera las perdices del bañado... Comen lombrices y por eso hay algunos que no las quieren aunque sean riquísimas... ¡Vea! No admiten en su sociedad sino a los cucharones que con sus picos chatos les revuelven el barro del fondo y les descubren la comida... Se dice que son compadres, pero que no se tutean para no darse confianza y tener después que pelearse... La gallineta es ligerísima para comer, pero no abusa de la lentitud de su amigo y le da lugar y tiempo...

–¡Qué precioso aquel charquito de la derecha!... Mire... Parece esmaltado.

–Este no es un charquito sino un charco muy hondo... Si fuese playo, no andarían en él los cisnes y los patos picazos, que revuelven las aguas profundas persiguiendo los pescaditos... Éstos vienen en cardumen a guarecerse, asustados, entre las malezas de la orilla y por eso están en ella las garzas blancas y los flamencos rosados esperándolos atentos. Todos estos canilludos son haraganes y se aprovechan del barullo que arman en el agua los grandes nadadores o de los ruidosos zambullones de los carpinchos y de las nutrias... En el bañado, amigo, es como en tierra firme... ¡El vivo vive del sonso y el sonso de su trabajo!

Y don Pascasio, mirando a lo lejos y señalándome un punto lejano, prosiguió:

–Mire, allá, junto a aquel sauce quebrado que está cayéndose al agua... ¿No lo ve cubierto por una bandada de biguaes, que son las aves negras del aguazal?... Obsérvelos... Saltan, zambullen, dan volidos cortitos y vuelven a su puesto a sacudir sus plumas, que parecen de azabache, y a tragarse cualquier animalejo que haya robado su pico. Fíjese bien y verá, casi entre ellos, pero discretamente apartada... una garza-mora que se tiene sobre una pata, quizás para no cansar las dos, mirando el agua con ojos de codicia...

Según un cuento de aquí, la garza-mora era una viuda muy rica cuya confianza ganó el dandy de los bañados, el Martín-pescador, mozo pobre y haragán, fastuoso en el vestir y cargado de alhajas falsas como buen jugador sonso, quien inició la testamentaria, repartiendo cargos y comisiones entre sus parientes, los biguaes... ¡Claro! Muy pronto desaparecieron los tesoros y la viuda se vio obligada a pleitear con su apoderado, que es un maestro en la chicana.

El juez es el tuyuyú, personaje grave y sesudo que dicta buenas sentencias, pero que no tiene a sus órdenes ni un miserable gendarme que lleve las citaciones... Y ahí la tiene usted a la viuda, persiguiendo en los bañados a todos sus defraudadores para entregarles las cédulas... Todas las mañanas viene la garza a buscarlos y sale con las bandadas con rumbo hacia las cuchillas donde vive el tuyuyú, pero cuando pica el sol, los biguaes se asientan en las lagunas y no quieren seguir viaje a pretexto de que el calor los enferma. La garza, desconfiada se queda entre ellos y observa el malezal con atención para ver si en las corrientes ve pasar los rubíes y los brillantes que formaban su tesoro, aunque en realidad espere los animalejos que los biguaes desprecian... porque no pueden con ellos. No tienen ni amigos en el bañado: ¡ellos son ellos y nada más!... Si formasen gobierno, alguna vez, serían los representantes del más completo nepotismo... Se visten igualitos, no conversan sino unos con otros ni se les ve reunirse con nadie que no sea de su familia... Son envidiosos, egoístas y rapaces hasta darles con un palo y de ellos no se saca sino perjuicio... ¿La carne es hedionda como la pluma y no se alimentan sino de bichos inofensivos, porque son flojísimos y no se le animan a la sabandija!

–¿Y el Martín-pescador?

–Adonde anda la garza-mora no se le ve a ese canalla. Ella recorre los ribazos que alumbra el sol, porque a ellos concurren las lombrices y las víboras de que se alimenta y que los biguaes desprecian, y él vive entre las malezas sombrías o entre el ramaje tupido de las arboledas costaneras, buscando las plateadas mojarritas que vienen curiosas a contemplar las pedrerías de su ropaje reflejado en el cristal de las corrientes.