Cuentos de Fray Mocho

Después del Recibo...

–¡Dejam’hijita!... ––exclamaba doña Prudencia, de pie en los últimos peldaños de los treinta que forman la escalera de la casa de su sobrina––, ¡No me hablés... que vengo con la garganta seca y n’oigo ni una palabra!... ¡Dios me livr’y me guarde de volver a semejante visita!... ¡Se fueron baúles, che, y han vuelto petacas!... ¡Con eso te digo todo!

–Pero mi tía... ¡si yo no sé ni de donde viene!... ¡Espérese!... Saquesé la gorra...

–¡No, hijita, déjame así no más!... Mirá... ¡Haceme servir más bien una tacit’e caldo, si tenés a mano... o mejor un matecito, che!... ¡Qué cosa bárbara las tales Pitaguascas!... ¿Pa qué me habré metido a visitarlas?... ¡Aura, m’hijita, después de lo que me ha pasao, les hago una cruz a todas las que vuelven de Uropa, ni a’n’que les pongan noticias en los diarios y digan que han visitao a las reinas y a las princesas!... ¿Querés crer que Ramona me acompañó hasta la puert’e la sala y allí m’hizo una reverencia como si yo fuese alguna condesa qu’iba a visitarla y me largó a pata... con este romanticismo y sin decirme ni siquiera el trangüe que tenía que tomar?...

–Bueno, mi tía... pero usted ha hecho mal también en irse a meter de visita en lo de misia Ramona...

–¿Mal?... ¿Y por qué?... ¿No las he visitao siempre hasta que se fueron pa Uropa y no me trataban antes como me correspondía, no solamente por más años, sino por ser la viuda del hermano de su marido?... ¡Bastantes tortas de tape nos hemos comido con mate, sentadas frente a la puert’e la cocina!... ¿A’n’de se ha visto que porque haigan estao dos meses en París, ya se van a olvidar hast’e la parentela?... ¡Mirá que antes m’iba dejar salir Ramona sin darme siquiera pa’l trangüe y sin convidarme a’n’que fuese con un matecito!... ¡Éstas de aura, son cosas de las muchachas, que l’han trastornao con sus lujos y son sus modas, che!... ¡Mocosas atrevidas!... La muert’el padre no les ha servido sino pa que agarren al destajo los pesitos que les juntó, y todavía las he de ver arriand’ovejas en algún puesto’e mala muerte, como la he visto tantas veces a su madre... porque Ramona, m’hijita, a’n que la veas aura con tanto ringorrango, montaba hecha hombre en cualquier mancarrón y se largaba por esos campos con la pollera como chiripá... Y aura quién la ve metida a pelo colorao, cuando tiene las cerdas como cepillo... ¡y con el pescuezo, qu’era una cola’sada por lo negro y por lo seco, pintao de blanco y hasta con venas azules!...

–¿Pero que le han hecho, mi tía... qu’está tan enojada?

–¡Enojada no, che!... Lo qu’estoy es resentida como argentina, con todas esas mamarrachas, que siempre se han llenao la barriga con galleta y mate amargo... y eso cuando tenían... y que aura no toman sino té con bizcochitos de ala’e mosca... ¡Fijate!... Llego a la casa y m’entro sin golpiar, como siempr’he tenido por costumbre, pero cuando subo, me topo arriba’e la escalera con un gringuito todo afeitao, qu’estaba’e centinela y que pela una bandejita de oro y me la mete por las narices pa qu’e dejara la tarjeta... ¡Mirá, yo con tarjeta, che!... ¿An’de estaremos?... Le dije despacito, porque noté que había gent’en la sala y no quería hacer ruido, que yo ib’a pasar al comedor y que cuando saliese Ramona le avisara... ¡Si vieses la cara que puso y los ojos con que me miró!... ¡Parecía que le hubiese propuesto robar el Cristo’e la Catedral, che!... ¡En eso veo que se levantan dos paquetonas de las qu’estaban de visita y qu’eran nada menos que las hijas de don Pepín, aquel verdulero del mercao Comercio que m’hizo que le sacase un hijo’e la pila, allá p’al tiempo en que mi marido era ispetor, y que son unas gringuitas conocidísimas!... ¡Claro!... Quise saludarlas, pero no tuve tiempo, porque parándose frente a la escalera, se hicieron unas cortesías con Ramona y sus hijas, dando como unas sentaditas sobre los garrones y largándose la cola pa lucirla, haciéndose las que la dejaban p’agarrarse de la baranda, salieron muy orondas... Ni me miraron, che, y pasaron por junto a mi embebidas en los trapos... La saludo a Ramona y a las muchachas, que me recibieron, no como antes, con aquellas exclamaciones y aquellos agasajos de la gente criolla, sino con una sonrisa con mostrada’e colmillos y un apretón de manos con el brazo tieso como pa ensartarse si acaso querías besarlas... y ya me dio un sofocón, che... No sabiendo qué decirles después de los saludos, me acordé de las gringuitas de don Pepín, que aura andan tan alcotanas y que yo había conocido roñosas, comiendo los desperdicios del mercao... ¡y no me contestaron ni una palabra, che!... Aquello no era una visita sino baño helao y me salí ligerito, no fuera que me agarrasen a escobazos...

–¡Hizo mal, mi tía, en ir a decirles esas cosas, también!... ¿Para qué andar así... recordando la vida pasada?...

–¡De gusto!... ¡P’hacerlas rabiar y morderse la cola, por mamarrachos y por sonsas!... ¡Quisiera que levantase la cabeza mi cuñao, pa que viera en un recibo la familia’e su apellido... él qu’era tan criollazo!... Nunca me olvidaré del reto que le pegó a Ramona, una vez, por meterse a’ndar hablando con dicionario y queriéndolo’bligar a qu’hiciera lo mismo... Estábamos en rueda y él contaba que por no haber pagao un compadre suyo la sepultura’e la mujer, cuando se le venció el plazo, echaron los güesos al osario... Si vieras la cara de Ramona cuando le oyó decir osario con toda aquella boca que le había dado Dios al pobre... y la de él, cuando ella, con su vocesita’e flauta, le dijo haciéndose la fina: “¡No es osario, Miguel!... sino Osorio!... ¡Tené cuidado... pa no pasar por lo que no sos!...”