Cuentos de Fray Mocho

Cazando al Vuelo

–Usté no me puede decir eso, don Francisco... Acuerdesé qu’es un hombre casao...

–P’cha que modo’e decir casao... Te gozás pronunciando la palabra, como si le hallases alguna música rara y la hacés sonar y la saboriás como si fuera dulce, olvidando que pa mí, que al fin no he cometido otro delito que quererte, ha de ser más amarga que la yel... Oíme con l’alma, che, y no te olvidés de qu’el que te habla es un compadr’e tu mama que nunca’ha sabido mentir ni a’anque sea padr’e familia...

–Vea, don Francisco, yo no l’he dicho eso pa que s’enoje, sino porqu’es la verdá... ¡Piens’en lo que diría doña Petrona!...

–¡Aurita me v’y ocupar, teniéndote junto a mí!... Decime lo que querás, que si es viniendo de vos ha de ser como un sahumerio, pero no te me hagás la inocente pa herirme con más crueldá, ni me saqués la familia... Demasiao sé que a tu amor le voy jugando mi dicha y quizás hasta mi vida...

–Y si lo sabe, entonces, ¿pa qué sigue’n su capricho, don Francisco, por Dios?

–¿Capricho?... ¿Pero por qué sos tan cruel con quien no se lo merece, y cómo tenés valor pa llamarle capricho a est’ansia que me devora? ¡La gran perra!... Se me hace que hasta gozás sabiendo que ando penando, y no tan sólo m’herís, sino que to’avía te rais, revolviéndome’l cuchillo... ¡Mirá! Yo t’he visto criar ¿sabés? Y siempre t’he codiciao... Vos no lo crerás, tal vez, porque como soy casao, pensarás que soy de palo... pero para que no alegués inorancia, te juro por l’alma de la finada mi madre, a quien Dios condene por toda la siega si no es verdá lo que te digo, que yo no vivo sino pa vos y pa pensar en tus ojos y pa soñar con tu boca y p’andar como abombao llevándote adentro mío, oyendo tu voz que me habla hasta en el viento que pasa... Y aura que ya lo sabés, hacé lo que se te antoje, pero no echés en olvido que hay un hombre que te quiere, a’nque sea sin esperanza y que ha de peliar tu cariño como si fuera su vida... ¿Porqué no me querés crer? ¿Le has óido decir a naides que yo haya jugao jamás lo que a vos te estoy jugando?... ¿No sabés que al hablarte como te hablo, me olvido del mundo entero y que t’he querer muy mucho pa no acordarm’e mis hijos y de la pobre Petrona, que naides mejor que vos conoce lo que la quiero?... ¿Y qué jusjaría tu mama al saber que su compadre se había salido’e la güeya?... No, che, pensá que en esta parada no va más que plata mía, porque, al fin, vos sos solita y no debés cuenta’a naides si te querés dar un gusto...

–¡Pero esto es una locura, don Francisco!... Yo no lo puedo acetar...

–¿Qué no podés acetar?... ¿Querés decirm’el porqué?... ¡Mirá!... ¡Si no me lo decís, v’y a crer qu’es cierta una sospecha que tengo, y qu’es la que me hecho hablarte!...

–¿Sospecha de mí?... ¡Esto sí que es lindo!...

–¡Ah! ¡Ah!... ¿Te parece lindo?... ¡Bueno!... Conforme pase por casa el hijo de tu madrina, me lo paro como a un mono, y ahí no más le cuento todo...

–¿Todo?... ¿Todo qué?...

–¡Ya verás!... Van a salir muchas cosas, y entr’ellas un peluquero trenzao con un vigilante...

–¿Y será capaz, don Francisco, de levantarme algún falso?... ¿Dond’está este cariño que me tiene?...

–¡Mirá, m’hijita, no vengás pidiéndole agua al que se muere de sé! ¡Bien sabés vos qu’es verdá!

–Acaso yo no tengo nada con Eduardo ni con naides... ni sé de lo que me habla...

–Ya sé que no... ¡pero puede!...¡Atendeme! Este asunto merece ser conversao con más secreto que aquí... ¿Querés que te espere luego?...

–¡Mire, don Francisco... por Dios!

–Dejat’e meter a Dios en lo que no l’importa...

–Vea... Le ruego por lo que más quiera, que no se acuerde con naides d’esas cosas que me ha’blao... ¿quiere?... Piense en mí, don Francisco,... ¡se lo pido!

–¡P’cha con la recomendación!... ¿Te cres que hay algún minuto en que yo no piens’en vos, u qu’el amor d’esos sonsos, que te andan comprometiendo, se v’a poder comparar con uno de fundamento?... ¿Qué van a enseñarle al zorro lo que son pollos y guascas?