Cuentos de Fray Mocho

¡Que suerte pa las de Miguens!...

–No, mi tía... no juzgue así las cosas del corazón, ni califique de capricho pasajero el sentimiento que me domina... Mire qu’es cosa seria...

–No me hagás reír, Pituco... ¡que tengo el labio partido!... ¿Vos, con cosas serias?... ¿Pero sabés lo qu’estás diciendo?

–Haga el favor de atender, mi tía y déjeme que la hable al alma, ¿quiere?... ¿Nunca le han hablao al alma usted?

–¡No, che!... Tu tío no habló jamás sino en criollo y esta lengua parece que no se presta...

–¿Qué no?... Vea... Ust’está diciendo a gritos que hast’ha óido hablar los mudos... Si aura mismo y con ser que soy su sobrino, l’estoy tomand’un olorcito que casi no es de tía sino de moza garrida.

–¿Sabés que sos adulón, Pituco, y que m’están dando ganas de crer que te se’t’está quemando algo?... ¡Mirá si fuese verdá!... ¡Qué suerte pa las de Miguens!

–¿Cómo pa las de Miguens, tan luego?... ¿Y porqué?...

–¡Es un refrán, hijito!... ¡No hagás caso... ni creás qu’es pa lavarte la cara!... Es un refrán de familia ¿sabés?

–¡Bueno!... ¡Vea!... Yo sé que le ha llegao el run-run y no tengo porqué ocultarle qu’es cierto... Me tienen mal, mi tía, y es por eso que busco el calorcito’e la familia...

–¡Se conoce!... ¿Será por eso que has volado de tu casa?...

–¡Atienda!... Yo sé que me v’a dar la razón... ¿Sabe porqué me separ’é la familia y me salí a vivir solo, armando el bochinch’el siglo?... ¡Bueno!... Todo fue por esta cosa que me tiene trastornao. En casa me augaba, estando tan lejos d’ella... Piens’en lo qu’es la distancia mi tía y tengamé lástima y no me pegue de hacha... Me parecía que hast’el aire me faltaba en aquel barrio tan triste... como son todos los barrios que no son el barrio d’ella... y aquí me tiene buscando acercarmelé...

–Pero esas son muchachadas, Pituco... ¡Eso no es amor!...

–¿Y cre que yo sé lo qu’es, ni m’he puesto a’veriguar?... Yo lo que sé, mi tía, es que no vivo tranquilo cuando no la estoy mirando y que d’el lao qu’ella vive, hast’hallo más lindo el cielo y me parece qu’el aire que ha pasao por su casa tiene un cierto no sé qué... que no tienen otros aires... ¿Usted no ha querido nunca, mi tía?

–Mirá, Pituco... No seás atrevido...

–No me diga Pituco, ¿quiere?... Llamemé por mi nombre... ¡Mire qu’estamos hablando cosas serias!... ¡No se olvide!...

–¿De cosas serias?... ¡ qué suerte pa las de Miguens!

–¿Pa las de Miguens?... ¿Y por qué?...

–Ya t’he dicho que no hagás caso... Es un refrán de mi tiempo ¿sabés?... como aquel del mate de las Morales que nunca llegó a cebarse... ¿No sabés quiénes eran las de Miguens?... Cuando lo sepás, tev’a gustar el cuentito... ya que te gusta hasta el aire que te viene desde ella... Las de Miguens eran las tías del tesoro con que soñás... unas muchachas que tenían talón de fierro y llegaron a ser famosas por su afán de divertirse.

Ya se sabía en Buenos Aires, che, que no había velorio, casamiento, bautizo, comida, entierro, misa ni el diablo... en que no estuvieran las de Miguens... ¡Era una cosa bárbara! ¿Había un enfermo en una casa?... Las de Miguens iban de visita a indagar cómo se hallaba. ¿Había una misa en el Sur y otra en el Norte y un baile en el Oeste y una comida en el puerto, a bordo de algún barco, y un bautismo en Flores?...Pues, hijito... las de Miguens se hallaban en todas partes, alegres, contentas, comiendo bombones y sándwiches a dos carrillos, tomando chocolate y comiendo naranjas o sandías o tomando leche... Jamás ni nunca se supo que a ellas les hiciese daño nada, ni les doliera alguna cosa, ni discutieran un menú, ni tuviesen una pena, y de repente nació entre la gente, así, de sopetón, como te ha nacido a vos ese amor por la sobrina, el refrancito embromador... Qué suerte pa las de Miguens, quería decir qué motivos para jaleo, qué ocasión para salir a la calle, para jarana o para lloriqueo o para almuerzo o para baile o para rezo... Y corrió tanto, que una tarde estaba yo en la mercería alemana y de repente se la cay’una pieza de puntilla a la dependienta y el dueño, al ver que l’ barajaba antes de tocar el suelo, dijo con su media lengua, “qué suerte pa las de Miguens” significando qu’el hecho podía ser motivo para que vinieran a la tienda... ¿y quién te dice, hijito, qu’en eso las veo entrar a Panchita y a Celestina, qu’eran las mayores, con aquel aire de inocencia que tenían?...

–¡Bueno!... El cuentito es lindo, mi tía, como todo lo de usted... pero yo no he venido a visitarla para que m’enseñe la historia (pa eso hubiese ido a lo de don Bartolo o a lo de don Vicente López), sino pa pedirle que me ayude’n esta empresa en que se juega mi vida... Invítelas a comer cualquier día d’estos...

–¿A quién?... ¿A las de Miguens?... ¡Pues no faltaba más! ¡Mirá si lo sabe tu mama!... ¿Cómo te imaginás, Pituco, que yo puedo contribuir a qu’entrés en el refrán, vos... el hijo, nada menos que de mi hermana, que (¡Dios me perdone si me equivoco!) hasta creo que fue la inventora del refrán?...

–¿Y qué tiene?... Yo, que soy el hijo y usted qu’es mi tía, le agregaremos la cola y la cosa quedará en familia... La vieja podrá decir con justísima razón: “¡Qué suerte pa las de Miguens ... y para mi’hijo Pituco!”