Cuentos de Fray Mocho

Mi primo Sebastián

Las personas que no tengan entre sus parientes un ejemplar como mi primo Sebastián, no mirarán, seguramente, los tranways eléctricos ni los automóviles, con la fruición que yo los miro, ni leerán las noticias referentes a choques y colisiones, con mi impaciencia golosa, sobre todo al recorrer anhelante la lista de las desgraciadas víctimas. Anteayer acababa de desayunarme en el club y leía los periódicos, cuando se me presentó mi pariente:

–¡No salgás todavía, che! Tengo que hablarte seriamente de un asunto importante, que te interesa como primo y como argentino...

Y tomando asiento, con ese desparpajo fanfarrón, propio solamente de los hombres necesitados de entereza y que ocupados en fingirla no ven el ridículo que les hace señas, llamó al mozo encargándole uno de sus tantos herbajes favoritos, y encarándose conmigo, me dijo a quemarropa:

–Decime, che... ¿vos ya te has afiliado a alguno de los partidos en lucha?... ¿Qué sos en l’atualidá?...

Y mi primo Sebastián revolvía nerviosamente su vaso, sin mirarme.

–¿Yo?... ¿Y qué quieres que sea, Sebastián?

–¿Cómo que quiero que seas?... ¡Yo no quiero nada!... ¡El que debe querer sos vos, que no podés permanecer indiferente cuando ya están hirviendo las parroquias, olvidándote de que tenés un nombre tradicional en nuestras luchas electorales y parientes, como yo, que solamente esperan tu palabra pa pararse!... Anoche, no más, les decía a los muchachos de casa, que comentaban tu indiferencia: “¡Vean!... ¡A ese dejenmelón a mí, que yo lo v’y a templar!... ¡Y aquí me tenés a tu lao, dispuesto a todo!... ¡Vos sabés que yo soy el último Ferro que queda en la familia y que tengo de mi padre, entre muchas cosas buenas, la condición de ser desinteresado y decidido, como era él, que aunque hijo de italiano, no tuvo nunca nadie que decirle que no fuese un criollo cuadrao!... Yo, ¿sabés?, estoy dispuesto a transigir con todo, ¡menos con verte alejao del puesto que te corresponde y he tenido mucha rabia al no hallarte entre los notables que forman la convención!... ¡Qué se piensa Roca de nosotros, che?... Ya sería tiempo’e saberlo pa tomar rumbo fijo y enseñarle a respetar... ¿Qué te ha dicho Pellegrini?...

–¿A mí?... ¡Nada!

–¿Aura salimos con ésa?... ¡El gringo ha de estar creyendo que se la lleva de arriba!... ¡Bueno! ¡Mirá!... Lo primero que hay que hacer, es cambiar de tática y formar un clusito independiente pero maniobrero, algo así livianito, que podamos manejarlo como queramos... Sería una vergüenza pa vos y pa todos los amigos, che... que dejaran a un hombre como yo que dentrara a transar por el puchero, nada menos que con esos usurpadores envalentonaos... ¿Entonces quedamos en que vos lo que querés es dentrar entre los notables?...

–¿Yo?...

–¡Perfectamente!... ¡No hay ni qué hablar!... ¡Che!... ¡Mozo!... ¡Oiga! Traigasé una botellita e coñaque del mejor que tenga... que vamos a festejar una alianza que será famosa... ¡Este hombre tiene una suerte!...

–¡Sebastián!... ¡Yo no te he dicho nada ni quiero nada!... ¡No me mezclo en política, ni quiero saber de notables y convenciones!

–¿Qué no vas a querer hipócrita del demonio?... ¡Lo que hay es que ya estás creyendo que yo te me voy a dejar cair con un par de a quinientos y m’estás sacando el cuerpo!... ¡No creás, hermano!... Aura, desde que dejé mis viejos vicios, o mejor dicho, desde que ellos me dejaron a mí, se acabó el Sebastián de antes, aquel pasiandero y divertido que tanto les dio que hacer...

–¡Yo no te digo nada, Sebastián... pero no me meto en política ni quiero oír hablar de asuntos semejantes!...

–¿Qué no te metés?... ¡Eso será lo que tase un sastre!... ¿Y con qué derecho me querés cortar mi carrera, arrancándome de las manos nada menos que la bandera de la regeneración? ¡No, che!... ¡Vos tenés una tradición de familia que no es de tu sola propiedá y yo no v’y a consentir que te den una bofetada y te quedés como si tal cosa!... ¡No, m’hijito!... El honor y la dinidá no se valoran con plata, entendelo bien... y pensá que si vos sos rico en cambio te falta sangre en las venas y que yo tengo pa los dos...

–Bebete tu copa, Sebastián, y dejémonos de zonceras...

–¿Zonceras la dinidá?... ¿Zonceras el orgullo y la altivez?... Es decir, que porque a vos se te antoje dejarte aporriar con Roca y con Pellegrini, nosotros nos tenemos que aguantar... ¡Hombre!... ¡Ni que fueras don Bartolo, pa disponer así de nuestra voluntá!... No, che. Vos no te pertenecés y perdoná que te lo diga, ni tenés derecho pa condenarte a vivir como estoy viviendo yo, por conservar con honor el apellido...

–¿Y qué sé yo de lo que vives, ni lo que hacés?...

–¡Ah!... ¿No sabés de lo que vivo? ¡Bueno!... Vas a saberlo y entonces comprenderás de lo qu’es capaz el último de los Ferro de la familia, pa no desmentir la cría... ¡Asombrate! ¡Yo exploto el apellido, haciendoló servir pa encabezar banquetes en los hoteles y restaurantes, pues soy nada menos que promotor de despedidas de la vida de soltero y felicitaciones por haber concluido la carrera!... ¿Y sabés cuál es mi suerte?... ¡Bueno!... ¡El llamarme Ferro!... ¡Si me llamase Martínez, Velázquez, Álvarez o Fernández, no tendría ni siquiera ese miserable recurso de la comisión que me pagan los hoteleros como promotor!... ¿Quién diablo s’iba dejar promover nada, con un individuo llamado así? ¿Quién iba a crer que un criollo o un gallego podían andar pagando banquetes a cada triquitraque ni festejando estudiantes?... Y aura que conocés el misterio, ¿decime si cres que yo puedo mirar con indiferencia tu alejamiento egoísta de la política, que me quita hasta la posibilidá de poder lograrme un calce?

–¡Qué Sebastián este!... ¿Entonces crees de veras que yo tengo la obligación de meterme en lo que no quiero, nada más que por solidaridad de familia?

–¡Claro! ¡Los antecedentes atan, che, y obligan!... ¡Vos jujandomé por las historias de mi juventud de antes, te negás a ponerte en condiciones de ayudarme y preferís tu tranquilidá al honor, y yo, ni la familia, te lo podemos consentir!... Vos sos un personaje y tenés la obligación de procede como tal, con altura y dinidá... Yo, te lo confieso con franqueza, me veré obligao a hacerte dentrar entre los notables y a ponerte en condiciones, proclamando tu nombre en todos los banquetes que promuevo, porque me faltan unos doscientos pesos pa plantear mi clusito maniobrero...

–¡Y yo te digo redondamente, Sebastián, que no te doy ni un centavo y que te prohibo hasta acordarte de mí!

–¡Cómo no!... Esta misma noche comienzo la proclamación y mañana vuela tu candidatura presidencial de boca en boca... Pues estaría lindo que rehusaras a ser nada menos que personaje en esos momentos solenes... ¡Ya verás de lo que soy capaz por honor de la familia y por no dejar un güeco nada menos qu’en la historia electoral de nuestra patria!