Cuentos de Fray Mocho

Conspirando

–¡Eh! So bene que la mochacha e linda... ¡ma cuela furba di vequia e propio in cane!...

–¡Pero tú se la pidiste y te enogas porque te la nejó!

–¡Corpo!... Ha fato in bechincho di gran siete e ha detto tanti porquerie... tanti bestialitá, come oggi la fatto co l’amico viquilante... ¡Ma!... ¡Dico io!... ¿Cosa ha la mochacha, que tutti noialtri andiamo propio como lo pero?...

–¡No, che... pare el carro... y no igualemos!... A usté la vieja lo echó por roñoso y porque es gringo...

–¿E perqué t’ha fato a té la medésima chanchería... vediamo? ¿Cose t’ha detto?...

–¡Sí, hombre!... Cuéntanos lo que te pasó... ¡Entre amijos, comu decía Castelar, nu debes tener verjuenza!

–¿Y qué vergüenza v’iá tener de ustedes que, al fin, también han salido en el asunto como perros con tramojo?... ¡Bah!... Estaba parao allí en la esquina del mercao, cuando la veo venir a la vieja pujando con la canasta y me le acerco, ansina, de golpe como pa no darle ni lugar a resollar, y le digo: “Mire, doña Robustiana, es mejor que hablemos claro, qué diablos, ¿no le parece?...” Me miró con unos ojos que hast’aura me dan miedo, dejó la canasta en el suelo y no abrió el pico... Yo seguí: “Vea... usté aunque sea una triste cocinera, alguna vez haberá sido joven y si se acuerda me comprenderá... Yo confiao justamente en que usté, como persona de juicio saberá lo que son ciertas cosas de la joventú, es que m’he animao a’cerle esta dentradita y com’ust’es madre y al fin no ha de querer su hija pa tenerla prendidita e la pollera, ni pa reliquia, es que...” Ahí nomás pegó un bufido e rabia y me gritó: “Acabá, condenao... que no sé cómo no te arranco algo en plena calle... ¡Acabá!...” “No se me enoje, doña Robustiana, le contesté, mire que va’ser pa pior... Al respeto de su hija, yo no tengo sino motivos pa quererla, y si vengo a decírselo es porque usté’s su mama...” ¡Buena vieja mala había sido la cocinera! Ahí nomás me retrucó: “¡Y vos sos un arrastrao y antes que darte la muchacha me has de ver en un cajón con cuatro velas!...”

–Cristu con la viega que había sidu más mala que Anchurena... Y tú, ¿qué le diguiste?...

–Pa qué ma va a’cer llorar, doña Robustiana, con ese canto tan triste... ¡Cambie el tono y nos hemos d’entender!... ¡La vieran cómo se desató!... ¡La gran perra! Parecía que tuviese una bicicleta en lugar de lengua, y gritaba: “¿Mirá quién pa pretenderme la muchacha? Si crerás que la h’estao criando como si juera una raina pa que se fijase en vos u en otros de tu calaña...¡Es atrevimiento!... ¡Casarse con un vigilante, nada menos que una hija de Robustiana Paredes!...¿Vos sabés quién es Petrona pa fijarte en ella?...

¿Lo has averiguao?...¡Bueno!… Petrona es ahijada e don Antonio Gandulla, el dueño del almacén del Resuello, en la barranca e Balvanera, y su madre, que soy yo, nació en la casa del finao Rodríguez, en la parroquia e Monserrat, frente a la plaza... Y nosotras no somos de la laya que te pensás... ¡provinciano aguachao, mantenido con patay!” Y aquí me tienen ustedes aura, sin saber qué hacer y hasta medio maltratao.

–¡Peru qué importa de la viega si la muchacha sigue la prucesión!... Yu creu que este, ajora, nu se debe de andar cun chicas, y si ya ha sonadu la campana, ¡que baja la humbrada y se alce cun la prenda!... ¡Al que nu entiende razones, que dicen en mi tierra, las custuras le hacen llajas!