Cuentos de Fray Mocho

Entre dos Mates

Y el viejo capataz, que ha andado a campo toda la mañana, acompañando al patrón en una de las raras recorridas que suele pegarle a su estancia, a la entrada de cada estación, para ver cómo vienen los pastos y pesar con sus ojos de ganadero práctico los kilogramos de gordura que tiene su hacienda, aprovecha la oportunidad de una parada en las casas para reconfortarse el estómago con un par de amargos, cebados por la mano primorosa de doña Petrona, la cocinera de la familia, propietaria y su amiga vieja, con quien le gusta de vez en cuando echar un párrafo sabroso, haciéndola platicar sobre sus desventuras matrimoniales, que son de pública notoriedad, y que él se permite echar a la chacota, como estimulando su verba maliciosa y picante, que lo mismo se ensaña con doña Graciana, la mujer del arrendatario, que en los melindres de la patrona.

Y ha llegado en buen momento, a juzgar por la cara avinagrada de su amiga, que si bien le alcanza el mate, entre sonriente y grave, muestra en su ceño adusto y en el relampagueo de sus ojitos negros y lucientes, que una tormenta ruge en su espíritu a punto de estallar.

El gaucho, socarrón y malicioso, saborea en silencio el primer mate, observando al descuido la cara de la cebadora y piensa para sí en que quizás la visita matinal de la señora a cacerolas y fogones habrá valido a su guardiana lo que le valieron a él, a la misma hora y de parte de su patrón, unos alambres flojos hallados allá en el linde del campo o unos corderos muertos encontrados a la salida del cardal, y que eran prueba manifiesta de desidia y abandono.

La verdad es que hay días que parecen consagrados al diablo y que, en ese caso, lo mejor es echarse el alma a la espalda y buscarse diversión barata a costa de cualquiera que esté dispuesto a tomarse a lo serio las contrariedades de la vida.

Y al recibir el segundo mate, no pudo menos que sonreír, mirando el aire preocupado de la cebadora y quedarse mirándola con aire bonachón...

–¡Orst!... ¿Qué me mira?... ¿Se cree que soy figurita?

–¡Qué ña Patrona ésta!... ¿Conque al fin la dejó mi compadre?

–¿La dejó?... Seré hilacha, acaso, pa que me deje cualisquier rotoso...

–No digo tanto... cuanti más que sé de alguno que anda perdiendo el poncho por usté...

Y así le decía siempre a mi compadre cada vez que la vía con su pollerita cortita, de aquí p’allá con los trajines de la cocina: “Mire, compadre... conserve esa prenda, que es un tesoro!...” Y mi compadre se reía nomás, y moviendo aquel dedo mocho que tenía en la zurda, me decía que no sabía porque lo quería tanto usté, y cráia que juera por el olor a caña que siempre le tomaba...

–¡Qué arrastrao?... ¿Con que eso le decía?... Mire, compadre... lo que me está hablando, estoy recordando a doña Eloya la puestera de la costa, que supo ser su consentida... aquella que se le juyó al marido dejándole todos los hijos... ¿se acuerda?...

La pobre me decía siempre, pensando en lo que usté la quería: “¡Qué hombre, ña Petrona, es su compadre!... Por lo aquerenciao, parece que se hubiese criado guacho...

De aquí de casa no sale mientras hay yerba o un churrasco colgao en la ramada...