Cuentos de Fray Mocho

En familia

–¡Pero, Eleuterio, ya con Susanita, va a ser la quinta de tus hijas que se casa y todavía andás con cosquillas!... ¡Bendito sea Dios!... ¡Y cuidado que a terco y a disconforme no te va a ganar cualquiera!... Habías de estar en lugar de García, que no ha podido salir de ninguna de las muchachas y veríamos... ¿Qué más querés todavía?

–¿Cómo qué más querés, Ramona, por Dios?... ¿Y cres que yo, más criollo que la Concepción vi’astar conforme con que las muchachas se m’estén casando así?...

¡Caramba!... Ya mi casa, che, no es casa... más parece coche e tranguai o pasadizo de hotel... ¡Mirá!... Por esta cruz ¿ves?... yo cada vez que tengo que hablar con alguno de mis yernos, le juego señas no más y pura arrugada e cara, pa que vean que no estoy enojao... pero no les entiendo ni un pito... No, che...¡convencete!... lo pior que le puede pasar a una familia, es lo que nos pasa a nosotros... La primera que comenzó fue Julia con su alemancito, y de ahí siguieron nomás como lienzo de alambrao, Petrona con su italiano, Antonia con su portugués, Eulogia con su inglesito ¡y aura se nos viene Susana con un francés?... ¡No, che, no... a no embromar, vamos!... ¡No faltaba más!

–Tené entendido para tu gobierno, que la otra tarde, en lo de Martinita, que aura recibe los jueves porque María le ha tomado los miércoles por causa de las lecciones de la Chona, estuvieron ponderando la suerte de Susanita y diciendo que el francesito era una gran cosa y de lo más educado.

–¡Qué gran cosa ni qué demonios!... ¡Un chuchumero e media pulgada de alto, con el pelo echadito para adelante y una carita de asustao o de hombre que buscase algo que hubiera perdido!... Y con un modito e dar la mano que parece sacao del codo... ¡Che, mirá, el hombre será todo lo que quieran pero a mí no m’entra!... ¡Amigo, con la Susanita, que había sido lerda!... ¡Mire que dejarlo escapar al Chicho, el hijo de Juanita, un muchacho que da gusto por lo juicioso y aprovechadito!...

–Salí, Eleuterio... ¡no seas infeliz!... ¿Qué no sabés que el Chicho es un pajuate... un verdadero hijo e vieja?... Así me decía Susanita una vez que hablábamos d’eso: “¡Mire, mi tía, el Chicho sabe demasiado catecismo para poder ser mi novio!...”

–¡Y ponerte a hacerle caso a semejante macaneadora!... Si ha de ser mejor el francesito este con su paradita de chingolo maniao... Mirá, Ramona, te lo juro que si yu’biese siquiera sospechao lo que m’iba pasar en la familia, no soy yo el que crío las muchachas aquí... ¡No, che, me las dejo en la estancia nomás y cuando mucho, allá pa semana santa o el veinticinco e mayo, las hacía dar una vueltita por el Pergamino y después a casa!...

Se me hubiesen casao con algunos muchachos del pago, ya que son tan buscaditas, y yo, siquiera, che... ¡caramba!... podría saber las fiestas de la familia y no como aura que un de repente me mandan llamar de lo de Eulogia, voy y ¡zas! fiesta... ¡santo e la reina Vitoria!... Una noche me cuelo a lo de Antonia, así, de sopetón, y me encuentro la casa llena e portugueses bailando... festejaban no sé qué cosa de Portugal... Si ya casi ni hermanas son mis hijas, che... si todo es un titeo.

–Pero mire que sos, Eleuterio... ¡Bendito sea Dios!... Y yo, fijate... gloria hubiese sido que mis dos hijas, las pobrecitas, se hubieran casado con extranjeros, che...¡Gente tan fina, tan correcta!... Y después ¡ya ves!... hasta cuando se mueren los yernos es mejor, se sufre menos... A mí, cuando se murió Gómez, que era criollo y que, como sabés, fue un cachafaz, lo lloré que era una barbaridá, sin pensar ni en lo que la había hecho sufrir a m’hijita, y cuando se murió Tonelli, que había sido tan bueno con Ernestina y me había hecho tan dichosa, apenas lo sentí, che... Tal vez, como el pobre era extranjero, me dolía menos...

–¡Bueno... Yo... ¡eso sí!... no tengo de qué quejarme, los hombres son buenos, trabajadores y me tienen las muchachas en palmas de mano... pero, ¿qué querés? Me revienta la mescolanza y el titeo e la familia, y lo que es más, no poderles entender su media lengua, che, ¡y ni siquiera oírme llamar derecho viejo!... Figurate que al italiano todavía no le puedo hacer agarrar el paso... ¡Me dice don Cementerio, y se queda muy suelto e cuerpo!