Cuentos de Fray Mocho

La Bienvenida

–Fijesé, viejo... pero hagasé el que no mira, pa que no coceen... ¿Ha de ser triste la llegada a la tierra extraña y sentir que lo están filiando, no?... ¿Y ande vendrán todos éstos?

–Parecen italianos por la cachorrada y los paraguas... ¿Ha visto? Un italiano podrá llegar sin saco u tal vez sin sombrero, pero de fijo trai su paragüita abajo el brazo... A la cuenta cren que aquí no vivimos sino mojaos y se vienen prevenidos...

–Ese friolento, medio recortao, que está’hi junto a las canastras ha de ser el marido d’esa grandota con trazas de capataza... ¿Qué quiere apostar a qu’ese tiene almacén p’al año que viene?.. Vealó: tiene ojos de codicioso y de aporriao por la mujer... ¡Mire, amigo!... ¿Sabe por qué se hacen ricos estos bichos?... Pues es porque les obedecen a las mujeres, que no saben sino juntar pesos y criar muchachos... Cuando acuerdan son cincuenta los que tiran p’al montón...

–¡Qué me va’decir, amigo! Vea. Vez pasada dentré a trabajar en el rejuardo y conocí en la fonda ande almorzaba un muchacho lavaplatos qu’era la roña andando... ¿Quiere crer que un buen día, ansí en silencio no más y casi sin lavarse la cara, salió comprando la casa?... ¿Qué le parece?

–Sería ligero p’al cuchillo el hombre y encontraría carne blanda...

–¡No, señor! Era superior el muchacho... Lo que hay es que había tenido un enjambre d’hermanos y que a la madre le gustó la bolada y los metió a toditos en el asunto...

–¿Y decir, amigo, que nosotros los criollos que nos creemos vivos y tan civilizados no vamos sino reculando, no? ¡Porque, mire, cada barco d’estos que llega al puerto trai de todo: ahí vienen maridos pa las hijas de familias ricas, patrones pa las casas de comercio, estancieros que no sabrán lo qu’es un pingo pero que harán galopiar a su pionada, y sin fin de pajarracos desplumados que pronto se pondrán desconocidos!...

–Sin ir más lejos ahí tiene al finao mi abuelo que dicen que era genovés. El hombre llegó con lo puesto y se metió de albañil o qué sé yo, el hecho es que dejó platita, casa, terrenos y el diablo también, porque lo dejó a mi padre que a los cinco años andaba poco menos que atorrando, asigún me ha contao mi madre... Yo he oservao, amigo, qu’estos vienen y amontonan y se apuran, pero después cain los hijos que se ocupan en desparramar como con rabia...

–¡Claro! Ahí tiene al de las canastas que usté dijo, fijesé con los ojos que mira a la ciudá... Parece que anduviese buscando las casas que va a comprar y ya verá cómo las halla y como todos esos pergenios que trai criando lo ayudan a’montonar... Pero después va’ser el baile que no veremos ni usté ni yo.

–¡Quién sabe!... Acuérdese de que los criollos somos como los duraznos: nos conservamos en caña. Creamé lo que le vi’a decir, anque parezca macana... Yo era más viejo hace diez años que aura y más sonso también. Me sabía venir aquí al puerto, ¿sabe a qué?... a insultar a los inmigrantes que llegaban y ellos como no m’entendían le jugaban risa. Después dentré a trabajar en la descarga y poco a poco les fui tomando cariño, porque cuanto más llegaban más pesitos enbolsicábamos nosotros y hasta llegué a’cordarme de que mi abuelo también había sido d’ellos...

–¡Y ansina no más es la cosa, pues! El hombre, amigo, juja de la vida asigún está de comida... ¿no le parece?