Cuentos de Fray Mocho

La Despedida

A ña Simona Peraira, como ella solía decirlo, no le agarraron sin perros ni los más madrugadores y en cuanto a su Carmencita, tal vez cayese en las uñas de algún gavilán artero, pues no hay muchacha en el mundo de quien se pueda decir que sabe seguir consejos, pero, antes que desgraciada, habían de verla sus ojos en el mismo cementerio.

Y al mirarme ña Simona, por entre un monte de cejas, juntadas sobre sus ojos para darle a sus palabras un tinte de más firmeza, halló que me estaba riendo, al verlos cerca del pozo al aparcero Francisco y a la linda Carmencita, diciéndose sus ternezas como si nadie los viese en esa hora postrera, pues él dejaba sus pagos para irse de pialador a trabajar en las yerras...

–No crea que me la ganan y que yo me mamo el dedo...

–¡Qué ocurrencia, ña Simona!...

–Déjese de cumplimientos y de hacer el socarrón, que usté no nació par’eso, como no nació Francisco, a quien si yo le doy lao pa que hable con Carmencita y le diga lo que quiera, es porqu’el mozo me gusta y no porque m’echen tierra, como ustedes se lo piensan.

–¡Pero, mire!... Atiéndame con paciencia y verá...

–¿Y pa qué quiere que vea... si viendo he llegao a vieja?... Sepa sólo de una vez y pa que na aliegue ignorancia, que a ña Simona Peraira no es quién usté pa pitarla, por más narices que tenga y que a’nqu’hijo del patrón, no me ha’e boliar el caballo ni me ha’e gritar “bijulé” cuando salga d’este rancho... Son muy cachorros los dos p’hacer semejante hazaña y a usté, a’nque no le guste, se lo’e decir francamente... ¡pa gancho no le veo laya!

–Pero atienda, ña Simona, y no agarre campo afuera... mire que voy a pensar que es cierto lo que se corre, de que usted ve piernas en todas partes cuando no ve interesados en alzarle las tamberas y que no tiene más vida qu’estar chumbando los perros a cualquiera que se allega...

–¡Mirenlón al dotor, afanao por hacer renga a Simona la puestera!... ¡Vaya, pregunte a su padre, que con ser lo que él ha sido, nunca pudo en este rancho venir a soliar sus jergas sin permiso de la dueña o al menos... sin que lo viera!... ¡Fijesén la parejita que hace m’hija con Francisco, paradita junto al pozo, oyendolé las mentiras con que trata d’envolverla!... Lo mismo que a ella le pasa me pasó a mí con Mamerto, a quien Dios tenga en su gloria, el día que vino a’blarme antes de dirse a la guerra... Era un mozo bizarrote, así como Carmen, su hija, y sabía decir las cosas con una gracia y un modo, que a’nque uno ya las supiese, gustaba escuchárselas, pues parecían siempre nuevas...

Cayó a casa esa mañana montado en un redomón que recién mascaba el yerro y mientras mama’acababa de llenar un zarzo e quesos, trujo el caballo e la rienda, así como hizo Francisco y m’empezó a decir cosas, qu’eran todas cosas viejas, porque no encontré ninguna que ya no la supiera... Y habiendo estao en el trance, ¿qué quiere usté que yo no sepa lo que le dice Francisco a la pobre de m’hijita, que hacen ya como dos meses que lo anda llevando en l’alma como él la llev’a ella?... No crea en eso que corre que yo chumbo los perros a todos los que se allegan... Son dichos de pulpería, circulaos por cuanto vago sale a campearse un churrasc’o una cebadura e yerba pegandolé a la sin güeso p’hacer crer que no’stá seca... Francisco es un mozo bueno, como lo era mi Mamerto, y ya me ha dicho el patrón que lo v’hacer capataz cuando haga l’estancia nueva y entonces mi Carmencita y también mis cuatro riales, han de pasar a sus manos, si acaso Dios me permite...

–Y se lo ha de permitir, porque Carmen y Francisco...

–¡No me hable d’esos canallas que cren que m’están pitando!... No les diga que yo sé, mejor que lo qu’ellos saben, ese secreto que guardan... Hay flores que sólo güelen en el misterio de la noche, pues parece que el olor con la sombra se casara...