Cuentos de Fray Mocho

Un viaje al País de los Matreros

XV

En los bañados

Para hacer la cacería del carpincho y de la nutria, es preciso tener perros adiestrados a la lucha, pues ambos son agresivos cuando se ven en peligro y el primero es tan bravo que atropella las canoas, las vuelca con su empuje y muerde con sus largos y fuertes colmillos, haciendo heridas no sólo graves por su extensión, si no por su profundidad.

La nutria no ataca a las canoas, pero si encuentra a su alcance un hombre, lo atropella y lo hiere como el carpincho.

Los perros destinados a esta caza, tienen siempre los hocicos cruzados de cicatrices y por lo general las narices y las orejas las ostentan reducidas a su más mínima expresión. Son más apreciados, por ser más veteranos, aquellos que muestran mayor número de heridas: ellas son el mejor certificado de su valer.

Al carpincho, es necesario matarlo a bala la mayor parte de las veces, pues los perros, a no ser que sean varios y de gran alzada, no pueden con él, siendo, como es, animal de gran fuerza; además, difícilmente lo vencen sin causarle muchas heridas, y esto hace desmerecer el cuero.

Los cazadores se sirven de los perros, en esta caza, más para acorralar la pieza y poder hacer su tiro con precisión, que para librarla a sus esfuerzos. El tiro lo hacen siempre a la cabeza, a fin de que el plomo quede dentro del hueso y poder extraerlo y volverlo a usar después de fundido y tratan de que el proyectil penetre por el ojo, a fin de obtener la piel sin un sólo desperfecto.

Con las nutrias, el procedimiento es distinto. Un perro pequeño -un cupé como le llaman en la región- penetra a lo más enmarañado del pajonal y con sus ladridos las asusta -obligándolas a abandonar los albardones donde, con sus crías, van a tomar el sol bajo la salvaguardia de los machos que, en son de guerra, merodean alrededor de la tribu-, y a buscar el agua donde su salvación de todo peligro es indiscutible.

El cazador, con sus perros de presa y su rifle, las espera en el punto más estratégico y ahí comienza la batalla y la matanza.

La caza durante la noche es más fácil, aún cuando menos productiva. El cazador se sienta cerca de la costa, en la proa de su embarcación y con un farol con reflector o un manojo de pajas secas, proyecta un rayo de luz sobre el agua. Como el carpincho y la nutria son animales sumamente curiosos -como lo son los cisnes, los patos y demás aves de los bañados- se agrupan atraídos por la claridad y poco a poco se van acercando al foco para reconocerlo: el cazador, entonces, elije su pieza y hace fuego. Cuántas veces repite la operación obtiene resultado y esto hace decir a los cazadores que esos animales y esas aves «se encandilan» y no pueden disparar aún cuando lo deseen.

La nutria es animal que pueden cazar los perros sin hacer desmerecer la piel, pues las heridas se las producen generalmente en el lomo o en la parte superior del cuello siendo más apreciada la parte de la barriga, que queda intacta. Por esta razón los cazadores prefieren siempre matar la nutria de día y las expediciones nocturnas se las dedican a los carpinchos que, sobre ser más raros y no andar en grupos, no pueden cazarlos con auxiliares.

La época de la caza de la nutria, así como la de la garza, es precisamente, el invierno, cuando viste su traje de gala, echando el pelo o plumón más espeso y flexible, pero coincidiendo desgraciadamente con el período del procreo: esta razón ha traído casi el agotamiento de la raza, no solamente en las islas y esteros de la costa porteña, sino también de la entrerriana y santafecina.

En cuanto al carpincho, se le caza todo el año y por esta razón ya no se le halla como en otros tiempos.

La explotación de ramo de riqueza tan importante y tan productivo como la caza, no está reglamentada y se agotará por completo si no se adoptan medidas que impidan la destrucción absoluta de lo poco que queda.

-¿Y el carpincho y la nutria no son animales vigilantes? ¿Cómo los sorprenden con tanta facilidad?

-¿Qué van a ser vigilantes?... ¡Son unos sonsos! Cuenta la tradición, aquí en los bañados, que, cuando el tigre declaró la guerra a todos los animales del pajonal -antes de ser su rey por supuesto- aquellos se reunieron y formaron un ejército, esperando al enemigo en un gran albardón. Como es de regia, destacaron centinelas en el bañado y confiaron esta comisión al chajá, al carpincho y a la nutria.

Una noche, éstos sintieron de repente, un ruido sospechoso.

El chajá alzó el vuelo, gritando «ahí está»; el carpincho gruñó «¿dónde?» con su voz cavernosa y se zambulló; la nutria se limitó a decir entre dientes «¡qué flojos!» y se quedó dormitando.

¡Claro!... ¡Cayó prisionera y desde entonces es esclava y por lo tanto el ser más inofensivo del bañado, pues entre los animales como entre los hombres, al que es confiado y no se precave, lo carnean!

Y emprendimos el viaje de regreso bordeando un médano, cuya cumbre caprichosa se recortaba sobre el fondo azulado del cielo, reverberando con los rayos del sol de mediodía.