Cuentos de Fray Mocho

Memoria de un Vigilante

XXIV

EL PANAL EN LA LENGUA

Los que hacen el scrucho o cuentan el cuento, son simplemente, en buen romance, los estafadores, los más inteligentes, más astutos y de más buen tono en el mundo lunfardo; son, como si dijéramos, su aristocracia.

¡Y así son de odiados por sus congéneres los punguistas y los escruchantes!

Éstos se llaman batidores—delatores—y cuidan de ocultarles sus manejos lo más que pueden; pero todo es inútil: no escapan al ojo sagaz del estafador que es un infatigable caminador, y que, como anda día y noche por las calles en busca de otarios—víctimas—no deja de conocerles las guaridas y los trabajos en que andan ocupados. Se les oye decir con mucha frecuencia:

—¡Vea!... ¡El trabajo (robo) que hace un hombre, se conoce en el modo de caminar!... ¡Si fuéramos de la policía, qué pesquisas de mi flor!

El estafador, como el punguista, nunca camina solo. Siempre lleva a la distancia un compañero que le sirve para cualquier papel que sea necesario desempeñar.

Sus útiles de trabajo son simples: consisten sólo en un diario doblado, al cual le llaman el toco mischo—el montón pobre—o el balurdo, y en algunos cobres.

No se tienen por ladrones, y siempre dicen:

—¡Nosotros lo que hacemos es embromar a quien nos tiene por zonzos! ¡A los otarios les contamos un cuento, les ofrecemos una ganancia enorme, y encandilados, los clavamos: eso es todo!... ¡No les hacemos daño, no los golpeamos, ni asustamos!... ¡Si se clavan, nadie tiene la culpa!

Si uno los apura, demostrándoles que son ladrones, exclaman

—¡Bueno!... ¡Entonces, también los otarios lo son!... ¡En el Brasil, la ley los castiga como estafadores!

Individuos de estos he conocido que cuando se les ha motejado de ladrones se han indignado.

—¿Yo ladrón?... ¡no he estado preso jamás por eso, señor!... ¡Yo no tengo sino estafas!...

—¿Y la estafa no es robo?

—¡No, señor; no es robo!... Dígame, ¿qué va a hacer uno cuando ve un tano (napolitano) que a fuerza de no comer junta unos marengos, y lo primero que hace es largarse a su tierra?... ¡Quitárselos!

—¡Pero eso está mal hecho!

—Pero señor, ¿y uno va a tener la sangre fría de dejar que se lleve la plata del país?

—¿Y acaso la plata es tuya?

—¡Claro que es mía!..., ¿cree que no soy argentino?

Y si es extranjero varía la respuesta, diciendo

—¡Mía no; pero sí de mis hijos que han nacido aquí!

Hay pillos de estos para quienes es una mala noticia saber que un trabajador extranjero ha abandonado el país, llevándose una fortuna.

Alcachofa, el ladrón más decidor que he conocido, decía siempre, cuando lo llevábamos a la comisaría:

—¡Aquí me tráin, señor!... ¡siempre por lo mismo!..., secuestro de marengos—parodiando el estilo de los partes policiales—¡a un gringo que quería volar!

Y éste murió en su ley: lo mató una puñalada, tirada por uno que, próximo a embarcarse, llevando unos ahorros, se encontró en un minuto más pobre que Job.

El método de robo en que la inteligencia desempeña un papel más activo, es la estafa.

El buen resultado para el ladrón depende de mil circunstancias que deben estudiarse, tales como el carácter del individuo, candidato a robado, sus tendencias, sus aficiones, sus amistades, su parentela, etc.

Todo debe ser tenido en cuenta, y no puede darse un paso sin premeditación, bajó pena de perder el tiró.

Por eso los estafadores veneran el tiempo: teniéndolo, son capaces de robar a un avaro.

Sus trabajos son largos, pero seguros.

Rara vez emprenden ellos la tarea de estudiar el individuó a quien van a hacer víctima de su habilidad: ese es trabajo del auxiliar, a quien ellos llaman changador de otarios, y que permanece siempre en la sombra, aun cuando lleva la parte más gorda de la empresa.

Este auxiliar es, por lo general, un almacenero, que es el confidente de todos los artesanos y sirvientes de su barrió, un amigo desleal e infamemente codicioso, un pequeño negociante con apariencias de honorable, en fin, un individuó que a mansalva se informa de las peculiaridades de cada semejante, y las vende luego a los que inventarán el cuento apropiado para despojarlo, los que fabricarán la ganzúa que les franqueará el acceso hasta la caja anhelada.

Jamás los estafadores dignos de fama malogran un esfuerzo: cuando se determinan a dar su golpe, es ya sobre seguro.

El vulgo generalmente dice:

—¡Amigo, que todavía haya tontos que se claven con estas cosas!

Esta frase es hija de la ignorancia: no es que la víctima sea un tonto, no es que haya visto el lazó que le tienden: es que las cosas se le presentan con tal habilidad y con tal disimuló, que no hay previsión ni desconfianza que valgan.

Un buen día se encuentran con un paisano y amigo—recién venido, a estar a su declaración—que les habla de la familia ausente, de la carta última que ha recibido, de las noticias en ella consignadas, relativas al estado de ánimo y fortuna del pariente que está en América, y éste cree a pie juntillas que quien le habla es efectivamente persona de su pueblo, amigo de los suyos, uno de esos seres indiferentes, cuyo recuerdo se ha borrado de la memoria con el transcurso del tiempo.

Y entabla la relación; establecida la confianza, pronto la empresa habrá llegado a su término.

¿El individuó es desconfiado y avaro?

El cuento que se prepara halagará su pasión predominante, y será no para que hable a su imaginación, sino a su juicio.

¿Es la víctima futura un imaginativo o un aventurero que quiere forzar la suerte?

El cuento tendrá todos los caracteres necesarios para arrebatarlo.

El sargento Gómez y Regnier—mi maestro inolvidable más tarde, en los días en que ya la fortuna comenzó a sonreírme y que me sirvió de guía para penetrar en el bajó mundo social de Buenos Aires, cuyos misterios haré desfilar ante la vista de mis lectores en cursó de estas Memorias—me fueron enseñando poco a poco a distinguir los caracteres de las cosas que como en un caleidoscopio pasaban ante mi vista.

El primero me contó algunas estafas en que él había intervenido como empleado, en el tiempo viejo, que son, para aquella época lejana, obras maestras de habilidad, que si bien no pueden compararse con las de la época actual, que son verdaderas maravillas, dan ya una idea de lo que es el estafador y de los recursos de que echa mano para conseguir sus fines.