Cuentos de Fray Mocho

Al Vuelo

–Vea, señor comisario, yo venía a verlo pa un asunto que tal vez no sea cosa e justicia ¿sabe?... pero qu’es de humanidá y así le dije a mi sobrina Paulita, la mujer de don Chicho, ese almacenero italiano qu’está a la vuelta e la cuadra... “No, m’hijita... yo me vi’a ver ese comisario, que ha e ser cristiano anque sea e las provincias y recién haiga venido a la sesión”; y aquí me tiene, señor, que vengo a trairle una consulta, sin conocerlo, confiada nomás qu’en su buen corazón...

–Hizo bien, señora...

–Rosaura Pico, pa servirle, señor... De las Pico del Once, que han sido bastante mentadas en sus buenos tiempos, cuando vivía su tatita don Nemesio Pico, que tal vez habrá conocido... uno de esos criollos que ya se acabaron, señor, de los que craian en don Bartolo como en Dios, y compadre e don Pedro Berné que sacó e la pila a uno de mis hermanos, ya finao...

–¡Perfectamente!... ¿Y qué deseaba, señora?

–Pues, a eso voy, señor comisario, si me permite... Es el caso, que vez pasada, hará d’esto como tres años, hubo en casa una inquilina que murió dejando un chiquito que apenas caminaba y que nosotros recogimos de lástima y criamos con nuestras pobrezas... Y aura, señor, con estos tiempos tan malos que corren, nosotras vamos pa pior cada día y más con la muerte de algunas señoras de relación que solían favorecernos y que han dejado unas hijas que dan vergüenza... Gentes d’esas que pesito que les sobra se lo echan en trapos y en gorras, como creyendo que el señorío y la categoría se alquieren en las tiendas... ¡Bueno!... Naturalmente, el chico, que al fin, no es de nuestra sangre, nos pesa y queríamos aliviarnos, aunque buscándole su felicidá, porque al fin nosotras no podemos olvidar que somos de los Picos del Once y que nos hemos criao en la calle Piedá, en unas casitas que había and’stá el Pasaje, frente por frente con las de Vela... las cuñadas del capitán Amarillo, qu’es viudo de la finada Mariquita.

–Bueno, señora... y yo ¿en qué puedo servirla?...

–Usté puede ser nuestra salvación, comisario... En los tiempos de aura, lo que no puede la policía no lo puede nadies... Yo he andado más de un año por meterlo en los güérfanos, pero no he podido, porque diz que no hay lugar... En cambio, vea lo que son las cosas... una señora conocida ha conseguido meter dos de sus hijos, a prestesto de qu’su marido, que es estanciero, vive en el campo y ella tiene qu’irse a acompañarlo... ¿Qué le parece?

–Que hace bien la señora en no dejar solo a su esposo... Le puede suceder cualquier cosa...

–¡Si no es eso!... Le preguntaba su parecer sobre el chico... Pa un güérfano verdadero no hay lugar y los falsificaos caben en todas partes... Si así es nuestra tierra, señor... ¿Y qué le vamos a hacer?... Hay que armarse e paciencia y jugarle risa ¿no le parece?... Eso mismo le decía yo a mi hermana vez pasada por motivo e dos chinitas que había criao una amiga y qu’eran perseguidísimas por un mozo panadero, que al fin se quedó con la más pior... ¡Pareció cosa del diablo, señor! ¡El condenao aquél se casó con la china más demonio y más indina que puede figurarse y dejó la otra, que era una monada verdadera!....

–Bueno, señora... ¿y yo en qué puedo serle útil?

–A eso voy, comisario... Pues, mire usté, yo lo único que deseo es que me dé una nota p’al Asilo, diciendo que el chico es güérfano ¿sabe?, que lo han encontrao en la calle y como la policía no tiene ande poner los güérfanos verdaderos, lo manda pa que lo pongan ande debe estar...

–Perfectamente, señora... pero yo no puedo mentir...

–Mire, comisario, hágalo por vida suya y no se ocupe de la verdá, que al fin ella no se ocupa de nosotros... Y vea, le voy a dar un consejo de amiga, pa su bien... Si quiere hacer camino en esta tierra, mienta grande, y cuando halle la verdá en alguna parte, dele de hacha y no perdone... ¡que de atrás vienen pegando...!