Cuentos de Fray Mocho

De raza

Había concluido el ligero aseo de mi persona que permitían las comodidades de la fonda y me disponía a darle un vistazo a mi caballo, largado en lo que llaman “el potrero” los dueños de la casa y que era un pequeño corral de alambre, en el cual los animales debían encontrar su comida, pero no la encontraban sino condicionalmente, cuando golpeó alguien la puerta entrecerrada del cuarto que ocupaba.

Era el patrón, que venía cargado con una pila de guascas y cojinillos y con una maleta de lienzo, por entre cuya abertura se veían los cantos rojizos de varios quesos, curados con pimentón:

–¡Es que viene otro güespe, señor!

–¿Por qué no lo pone en otra pieza, che?... Yo tengo mal dormir... y con ese olor a queso va a ser tremendo...

–¡Si no hay más cuarto que’este, señor!... Por eso’stán las camas...

Interrumpió nuestro diálogo la llegada del tal huésped, que venía jadeante. Ni saludó por mirar los efectos que el patrón había descargado en medio de la pieza y cuyo inventario hizo rápidamente con una sola mirada:

–¡Están todos!... ¡Ah!...¡No!... Me faltan el sobrepuesto de cuero de gato y el cinchón... ¡Ah!... ¡No!... ¡También están!... ¿Y los quesos?... ¡Son ocho!... ¡Ah!... ¡Sí!... ¿No se ha estropeado ninguno?... ¡Bueno!... ¡Perfectamente!... Hay uno que viene bufando, pero todavía está entero...

A esta altura de sus investigaciones recién notó mi presencia, pues me hizo una especie de mueca y movió la cabeza.

–¡Vea... fondero!... ¿Es seguro el cuarto?... Mire que traigo buenas pilchas, que no son mías y además esos quesos... Ya ve que el asunto es serio...

Comprendí que mi catadura no le inspiraba confianza y que me tomaba por hombre capaz de hacerle un tirito...

–¡Puede cerrar la puerta si gusta, señor! Yo no tengo nada que hacer en el cuarto sino a la hora de dormir...

–¡Ah!... ¡Bueno!... Así estaré tranquilo... Mil gracias, señor... Yo soy don Aurelio (quizás me conozca de nombre) el nuevo maestro nombrado para la escuela cinco... Me he formado con Cañete en el distrito tres y soy de los que ya se van aburriendo, amigo, con estas cosas... ¡Che...fondero!... Tenga cuidado con mi caballo, ¿eh?... Mire que si me quedo a pie el responsable es usted... ¿no?

Y encarándose conmigo y tomándome familiarmente por un botón del saco, como para asegurarse, prosiguió:

–No crea que la recomendación es infundada... En estos fondines de campo, dejan escapar los caballos para obligarlo a uno a quedarse dos o tres días de huésped, hasta que se procura otro... La mejor manera que hay para defenderse es decir que uno no tiene plata para pagar la pensión. Entonces se apresuran a sacarlo del atolladero esos vampiros...

El hombre era locuaz y pronto me mostró todo su bagaje, formado por palabras sin sentido positivo y por ideas ajenas, recogidas en el correr de la vida, ya sea en los comentarios de pequeños círculos como en las columnas de diarios, cajones de turco en que encuentran baratijas lucientes, para adornarse a poco costo, todos los perezosos petulantes que gustan de las galas del pensamiento, pero que no quieren trabajar para obtenerlas, contentándose con los facsímiles de ellas. Se quejó del estado financiero del país y me dijo que si él fuera ministro de hacienda ya vería yo lo que era prosperidad.

–¡Pero no lo seré, compañero!... Roca no busca sus ministros entre los hombres como yo, sino entre sus paniaguados... ¡Y es justo!... Un suertudo como él, que no sabe nada de nada, les teme a las personas ilustradas... Se siente chiquito ante un libro, aunque sea una anagnosia... ¡Vea!... Aquí, entre nosotros, no más, suceden cosas que lo pintan... Tenemos de auxiliar de la subinspección escolar a un tipo picado de viruelas, ñato peticito... que es de los que dicen setiembre por septiembre... ¡Y sabe por qué lo nombraron?... Porque le escribió una carta llamándole Conquistador del Desierto... Y del maestro de la escuela rural del segundo distrito ¿qué le diré?... Bástele este dato...

Ha sido guitarrero y es hijo de un francés boticario...

Estirado en mi catre, poco a poco me iba adormeciendo, mecido por la voz monótona de mi interlocutor que parecía un arrorró...

–Perdone, amigo... pero tengo que madrugar y voy a ver si me duermo...

–¡Hombre!... feliz de usted que tiene sueño... Yo soy tremendo para pescarlo... Dígame, ¿le incomoda dormir con luz?... Le pregunto, porque yo, en lo oscuro, no pego los ojos ni a garrote... Cada ruidito que siento me pone nervioso y despierta mi curiosidad... Me pongo a rezar... ¡y nada!... ¡No viene!... Me pongo a contar a media voz... ¡y nada!... ¡Tampoco viene! ¡Es una desesperación!... ¿Sabe lo que me suele dar sueño a veces?... ¡La conversación!... ¡Cuando tengo la suerte de toparme con algún solista suelo ser dichoso!...

No le contesté y me quedé inmóvil. El hombre se revolvió en la cama, y luego que vio la inutilidad de sus esfuerzos para tener un oyente, sentí que empezaba a murmurar un padre nuestro, que repitió hasta que me dormí.

De repente oí entre sueños una voz que clamaba:

–¡Amigo!...¡Eh!..La gran perra con el ronquidito embromador que había tenido!... ¡Amigo!...

–¿Qué hay?

–¡Nada!... Es que usted es tremendo cuando duerme... ¿Cree que he podido pegar los ojos?... ¡Voy a contar!... Quizás logre algo si usted me da tiempo y suspende un poco el soplidito... ¿Sabe que si no es asmático le pasa raspando?... ¿O duerme con la boca abierta?

Sentí que el hombre decía a media voz... ¡uno!... ¡dos!... ¡tres!... acompasadamente.

Lo seguí hasta que dijo “treinta”, y de ahí para adelante no sé lo que sucedió, pero el hombre debe haberse entregado a excesos terribles a fin de despertarme, porque en algunos momentos llegaron a mis oídos ruidos diversos y hasta una alegación con el fondero, quien desde la pieza vecina reprochó a mi compañero su imprudencia, recibiendo de éste una andanada de insultos y maldiciones...

A la madrugada abrí mis ojos y lo primero que oyeron mis oídos fue la voz del nuevo maestro de la escuela cinco, que agotaba la aritmética, poniéndola de carnada para su sueño rebelde.

–¡Setenta y tres mil novecientos noventa y cuatro!... ¡Setenta y tres mil novecientos noventa y cinco!...

–¡Buenos días, amigo!... ¿Qué tal la noche?

–¡Como la mona, amigo!... ¡En mi vida he pasado otra igual!... ¡Qué desvelo bárbaro!... Decididamente la conversación es para mí como un veneno...

–Tal vez se marea...

–No sé, amigo... pero en adelante no admito cuarto con gente... Preferiré quedarme en el patio... ¡La gran perra... con los roncadores!... Si yo fuera gobierno los condenaba a muerte o les ponía una campanilla que no la pudieran dejar ni para comer...

–Los roncadores y los solistas debían nacer con un cascabelito como las víboras venenosas... Se quedó callado un momento y luego, incorporándose para comenzar a vestirse, me dijo confidencialmente:

–El mundo, che, iba a parecer una pandereta y a ser más aburrido que baile entre familia... ¡Mire!... Es mejor que las cosas sigan como están no más, pues si el no dormir es feo, el no hablar será peor. ¡Se lo afirma uno que entiende del asunto!...