Cuentos de Fray Mocho

Escuela de Campaña

–Velay, señor maistro, le traigo m’hijo, como quien dice, pa qu’estudee y no pa que me le haga perder el tiempo en macaneo de puesía y de güeltas a la derecha y a la izquierda. A los pobres inorantes, como un servidor de usté, que vivimos de la cuarta al pértigo y sudando el naco, maldita la gracia que nos hace que los muchachos se pasen el día aprendiendo puande sale el sol y puande se pone y cómo se llaman los pastos, sin que naides les enseñe de letura ni de poner su nombre u de sacar las cuentas más necesarias... ¿sabe?... Yo no quiero qu’el muchacho aprienda pa cura o pa dotor sino pa trabajar con más alivio que su padre y que sepa defenderse de los ladrones ni anqu’inore cómo se nuembra el gobierno. ¡Ya lo aprenderá cuando vea que los manates se pasan el mate entr’ellos, sin esperar a que se lo brinden!... Eso no sirve pa los pobres que tienen que romper tierra con el arau y cuidar vacas y trasquilar ovejas... Los otros días agarré el muchacho y lo llevé a la escuela de esa moza rubia que está pasando la pulpería e Menegildo y fui y le dije a la moza esto mesmo que le digo a usté. ¡Si viera!... La rubia se me alzó como leche hervida y me dijo que yo era un atrasao y un indino hasta de ser padre...

–Ta bien, niña, le dije, almiro su cencia, pero me llevo al muchacho pa otra escuela...

Con flores y con puesía no vamos a comprar alpargatas ni él ni yo... Y es por esto, señor maistro, que vengo a trairlo al muchacho pa dejárselo, si es que usté, que parece hombre de juicio, se compromete a enseñarmeló a leer un libro y a pintar la firma aunque no sea muy derecho...

–Pero vea, señor... nosotros tenemos que enseñar como manda la ley... El Consejo ordena...

–Ya le digo, señor maistro, que la lai dirá todo lo que quieran que diga... yo no me opongo pero no cejo en cuanto al muchacho. ¡Eso si que no!... ¡Un hijo e Liborio Pacheco ha de saber cosas de hombre... y nada mas!... ¡Vea!... ¡La cencia esa que andan enseñando aura, yo no l’hallo conveniente!... M’hijo no va ser gobierno sino estanciero como su padre y cuando tenga que dar un baile, pongo por caso, él no tendrá necesidá e tocar la música sino que buscará algún pianisto que está dando güelta a la manija y lambiendosé por hacer lo qu’están haciendo los que pagan...

–Bien, mi amigo: yo haré lo que pueda... pero le prevengo que estoy obligado a enseñarle lo mismo que la señorita... Hay un programa...

–¿Y también le va a enseñar la costura como en la escuela e la rubia?

–¡Sí, señor!... ¡El reglamento lo manda!

–Lo mandará... pero yo no le dejo el muchacho... ¡Mirá, con auja y dedal nada menos que un hijo e Liborio Pacheco!... ¡Pues no faltaba más!... ¡Déjeme que me raiga, ni aunque se me añude una tripa!... Aura ya no falta más sino que a las muchachas les enseñen a que muenten a caballo y salgan hechas varón a boliar avestruces, mientras los machos planchan, cosen y crían la cachorrada... Tendría que ver un criollo con tamañas barbas dándole de comer a los muchachos o zurciéndoles los calzones. ¿Y qué hace la mujer en el ínter, vamos a ver? ¡No, señor! Yo estoy por que mis hijos se críen como me crió mi madre a mí, que apriendan a trabajar y a cumplir con su deber creyendo en Dios y que me dejen de macaneos... ¡La gran perra con la gente istruída!... ¿Qué quiere, señor maistro? prefiero que m’hijo ¿sabe? el hijo e Liborio Pacheco, sean tan bruto como su padre, ¡pero siquiera sea hombre!... ¡Que se raigan d’él por bárbaro pero no por mujerengo!