Cuentos de Fray Mocho

¿No es verda, nena?

–¿Eh?... ¡Ya lo creo qu’es así!... ¡L’oficio no es tan bueno como se cren y tiene sus contras!... Pregúntele sino a su tía doña Marcelina ¿quién le abrió la lana a la hija cuando se fue a casar con el sobrino de don Chicho?... Que diga un poco cuánto me pagó... Estuve dos días machacando y después me salieron con historias... Y a la sobrina de Bachicha, ¿quién l’abrió la lana? ¿No fue también este pobre colchonero? ¿Y se acordaron, acaso, de decirle: “venga, don Antonio, aquí tiene un vaso de vino...”?

¡Mañana!... La política es mientras uno se las abre; pero después se acaba hasta la relación.

–Mire, marchante, con nosotras no v’a ser así... No es la primera vez que usté trabaja en casa.

–¡Ya lo creo que no es!... Yo la he conocido a usté cuando era com’esta chiculina, una vez que vine a cambiarle los forros a su mama, después de la muerte de su abuelita...

–¿Usted fue el que se los cambió?

–¿Y sino?... Me acuerdo que su tata me decía que se los pusiera fuertes para que no se le rompieran en las mudanzas.

–¿Entonces usté la conoció a mi mama cuando todavía vivía mi abuela?... Vea, marchante, demelé otra pasadita a este montón... ¿No le parece qu’está sucito?

–Bueno... ¡Aura le daremos... hay tiempo!... La noche que se morió la viejita, yo fui de los qu’estuvieron en el velorio... Nos pasamos la noche comiendo canilla de muerto, de unas que hacían en la confitería de Pedrín, y chupando vino barbera... ¡La gran perra!...

Al otro día me silbaba la cabeza como si tuviera un vigilante y no pude andar al entierro, que estuvo lindísimo.

–Qué cosa, no... Vea... comience la otra pasadita... si no se va’montonar mucha y va’ser pa pior...

–¡Cristo! ¿Sabe qu’es cabezuda usté?... ¿Aura le daremos!... ¿Qué no ve qu’esta lana tiene más tierra que maíz frito y que hay que sacarla?

–Sí, pero es que si no nos apuramos v’a llegar la noche y no voy a tener colchón: ¿no es verdá, nena?

–¡Y qué sabe la nena, hombre!... A las tres estamos listos... Yo tengo que andar también de doña Catalina, la mercera, que me mandó a decir que fuese a arreglarle unas sillas, y si no ando temprano no lo hago.

–Bueno... ¡pero yo no quiero frangollos, marchante!... Si no puede ir a las tres a lo de doña Catalina, va a las cuatro...

–¿Sí? ¿Y quién me calienta la cola?... ¿No ve que se necesita tiempo?...

–¿Y a mí qué me importa de la cola?... Yo lo que quiero es que mi colchón quede bien, ¿no es verdá, nena?

–¡Oh!... y aunque no le parezca a la nena, a mí no se me importa tampoco... Al fin el colchonero soy yo, aquí... ¡qué diablos!

–Vea, marchante... ¡no es así!... ¡Mire que parece loco... disgustao con la familia!... Bueno... ¿Comienza la pasadita o no?

–¡Caramba, ya lo creo que la comienzo!... Si no lo hiciera usté me hace devenir loco endeveras... ¿No es verdá, nena?