Cuentos de Fray Mocho

Donde las dan las toman

Don Mauricio recogió las piernas, que había estirado a ambos lados del fogón, y luego de atizar su cigarrillo con la uña del pulgar, parsimoniosamente, exclamó, mirándome asombrado:

–¡Ah! ¡Ah!... ¿Usted no sabe la historia de la víbora y el tigre, y, sin embargo, es dotor?... ¿Qué será lo que sabe, entonces?... Dejuro qu’es de libros no más...

–Justamente, don Mauricio... ¡de libros! ¿Y sabe una cosa?... Cada día me convenzo más de que no sé nada...

–¡Dejuro! Si pa enseñar cosas no hay mejor escuela que la vida... ¡Oiga la historia y lo verá! Y el viejo refirió la extraña fábula, que él, a su vez, había oído de otros labios, allá en su mocedad.

Diz que un día una tormenta espantosa asoló la tierra. Volaron los ranchos de los hombres, los arroyos y los ríos se derramaron sobre el llano, inundando las cuevas más profundas, derribando los árboles más vigorosos y destruyendo los nidos más inaccesibles.

Los animales, aterrorizados, chapaleaban el barro líquido y trepaban sobre los troncos caídos, guareciéndose entre la hojarasca en promiscuidad con los reptiles y los pájaros, a quienes los peces burlaban, vengándose de las bromas de otros días, cuando la seca prolongada había hecho peligrar sus vidas en los arenales sedientos que crecían a medida que disminuían las posibilidades de salvación.

Cuando la tierra quedó transitable, el tigre, que se tenía por fuerte, echóse al campo a socorrer necesitados y a aliviar desgracias.

Cruzaba una isleta centenaria, que había sido descuajada casi en masa, cuando de repente hirió su oído una angustiada voz:

–¡Socorro!... ¡Auxilio!... ¡Una pobre señora está en peligro de muerte!

Apresuró su paso, y bajo el pesado tronco de una palma caranday encontró un curiyú que, con tono quejumbroso, le refirió su desventura:

–Como sabe, compadre tigre, yo soy señora sola y temerosa de los truenos, hasta el punto que todo es descomponerse el tiempo y ya me siento mala... En esta tormenta he sufrido lo que no puede imaginarse... Conforme paró el agua, salí a dar una vueltita y de repente me sorprendió este árbol que se caía y me apretó... ¡Yo creo que me ha roto algo!

Y la serpiente se retorcía desesperada, lamentándose de carecer de fuerzas para liberarse, debido a su estado de extrema debilidad.

–También, no es para menos, compadre.¡Tres días sin probar bocado!

El tigre, compadecido, alzó el pesado tronco, y la serpiente, escapando de su prisión, se estiró para probar la integridad de su persona, y cuando se hubo cerciorado de no haber sufrido detrimento, se enroscó al cuerpo de su compadre y trató de ahogarlo con sus anillos.

El tigre, sorprendido, rugía de rabia, declarando que su comadre era una perfecta canalla, que en ves de darle las gracias por el servicio que le había prestado, trataba de sacrificarlo.

–¿Y si no?... ¡Ya lo creo!... ¡Donde hay hambre no hay poesía!

Un zorro que pasaba oyó la controversia y se acercó con curiosidad.

–Venga, amigo zorro ––dijo la serpiente––. Si usted estuviese dos días sin comer y pasara a su alcance un buen bocado, ¿usted lo desperdiciaría por consideraciones filosóficas más o menos discutibles?

–¿Yo?... ¡Cómo no!

–Pero, amigo zorro... ¡oiga y verá! Esta señora estaba apretada por este palo y pedía socorro, desesperada. Yo la oí y la ayudé y el pago que me da es el que usted está viendo.

–¡Claro!... ¡Y cuál otro quiere que sea?... Los servicios se hacen completos, amigo, o no se hacen.

–Eso es lo que yo digo ––replicó la serpiente––, o se hacen completos o no se hacen: eso es hablar.

–¡Es una canallada ––rugió el tigre–, pagar un favor con un mordisco!

–No tanto, no tanto... Yo se lo probaré. Vea, distinguida amiga, volvamos a poner las cosas como estaban a fin de juzgar mejor.

Y la serpiente, que era animada, evidentemente, por un espíritu discutidor, se dejó arrebatar por la persuasiva palabra del zorro, abandonó su presa y se dejó colocar encima el pesado tronco.

Cuando el zorro estuvo seguro de tenerla aprisionada, se colocó gravemente al lado del tigre, y exclamó:

–Vamos, compadre... y sepa que no conviene meterse a salvador de víboras... Cuando encuentre alguna en un aprieto, déjela donde está. ¡Se ahorrará muchos disgustos!