Cuentos de Fray Mocho

Reminiscencia

El viejo don Pantaleón detiene su cabalgadura y busca en la inmensidad de la desierta pampa la majada diminuta confiada a su cuidado. Las ovejas, en pelotones, avanzan lentamente, pastando despreocupadas, en dirección a la laguna que blanquea a lo lejos y a cuya orilla, en tiempos que pasaron, llegó él cierta tarde luciendo sus jinetas de sargento y guiando una partida que del próximo fortín saliera en la mañana a batir la indiada triunfadora que volvía de adentro con pesado arreo de haciendas y cautivos.

Ahí mismo, donde está ahora la majada, estaba el campamento, y las largas lanzas clavadas en el suelo llameaban al quebrarse la luz en las moharras.

¡Qué entrevero!

Los caballos rodaban, tropezando en los muertos, y los sables, cada vez que caían, volteaban un jinete, y ayes y alaridos se alzaban del revuelto campo, coreados por los teros en alarma.

Y el viejo, rejuvenecido, yergue el busto hercúleo, da frente al pampero y suelta la rienda a la mal perjeñada cabalgadura, que no sintiéndose estimulada por recuerdo alguno, dormita pacientemente espiando de reojo a los perros camperos, que viendo a su amo detener la marcha y ajenos a las preocupaciones que le embargan, husmean provechosa aventura cinegética y se acercan curiosos a esperar la señal apetecida.

Allá va la indiada en dispersión, perdiéndose a lo lejos, y luego vienen a su mente los cuadros sucesivos de su vida pasada: el viejo fortín que ya no existe, la estancia que fundó su capitán en aquel campo que supo conquistar y los suyos se apresuraron a vender apenas muerto, y luego, más acá, su odisea en busca de trabajo y su eterno rodar sobre esa pampa que él conoció desierta y pobre, contribuyendo con su esfuerzo a enriquecerla.

–Amigo... ¡qu’he rodao!... ¿Y pa qué?... P’andar cuidando ovejas a mis años. ¡Suerte chancha!... A’nque bien visto, caray ¡es mejor que la d’estos charabones de hoy, que no tendrán después ni siquiera de qué acordarse!