Cuentos de Fray Mocho

Desertor

–¡A ver!... ¡No me vengás con sonatas, che... mirá que yo conozco a los rengos hast’en el modo e toser!... Y aura... contestá derechamente si sos vos o no sos el tal Antonio Rodríguez, alias La Catanga Chica...

–¿Pa qué se lo v’y a negar?... Yo soy Antonio Rodríguez... pero en cuanto a lo e Catanga no sé que me conozca naides por apodo semejante... a no ser el gringo Tavolara, qu’es el que me ha denunciao, mostrandosé com’un chancho... ¡Pero a mí qué se m’ importa si no somos ni parientes!... ¿No le parece, señor?

–¡Bueno!... Piden tu captura desde Barracas y dicen que te han de hallar con pantalón de arpillera, muy ajustao... vestido de dominó y tocando l’acordión...

–¿Tocando l’acordión, no?... ¿Y con pantalones de arpillera?... ¡Perfectamente!... ¡Y así me han hallao!... ¿Y qué gana con eso Tavolara, vamos a ver?

–En el pedido de captura no figura Tavolara...

–¿Y qué v’a figurar, si él no es naides?... ¡Si es apenas un miserable zanagoria!... El que ha de pedir la catura ha e ser un tal Natalín... un gringuito colchonero, bajito y medio cecioso... qu’es el dueño e la comparsa de que yo me deserté...

–¡Ah!... Es por asunto e comparsas...

–¿Y sino? De qué otra cosa v’a ser, siendo, como es, Carnaval... Yo’staba los otros días en el caf’é doñ’Anita, cuando dentró Tavolara pa proponerme un negocio... Mirá, Rodríguez, me dijo... porque lo qu’es de Catanga no me trata ni mamao... tengo encargue de buscar, pa que haya yunta conmigo, un mozo, así de tu altor... Es pa formar un camello, ¿sabés?... en esa comparsa e fieras que saca todos los años don Natalio Pestagali... ¡Claro!... Le rechacé la propuesta casi sin esaminarla, dijera el manco Centeno... pero él siguió machacando... ¡No se puede figurar lo qu’es Tavolara de terco y de tesonero!... Mirá, hermano... no sabés lo que perdés, me decía... Natalín es generoso y si hacemos buena yunta pa formar el animal, nos v’a largar vainte pesos... sin contar las convidadas... Y, fijate... Vamos a poder dentrar hasta en el al de La Prensa.

–¡Ah! ¡Ah!... ¿Vos eras, entonces, uno d’esos animales qu’iban llevaos por un persa?...

–No... Yo no era un animal entero sino apenas la mitá y la otra era Tavolara, que formaba la cabeza y las patas delanteras... D’eso nació la cuestión... porque como yo soy más alto, tenía que caminar con el pescuezo encogido y cuando no perdía el paso, me olvidaba de un meneo pa la cola, que me habían recomendado y ya sentía los bufidos que pegaba Tavolara y el palo de Natalín que me marcaba el compás, golpeandomé las canillas... Redepente me paré y no quise seguir más y ya se armó el batifondo... Tavolara en la vedera formaba un medio camello que parecía sentao y qu’estiraba el pescuezo pa verse l’anca vacía, hablando con Natalín, desde abajo e l’armazón, mientras la gente se raía y aplaudía hasta rajarse... ¡Aquello era una comedia!... Al fin cay’un conocido y con él me remplazaron, pero no s’hizo la cosa por causa e los pantalones, qu’er’eran d’esos de vidriero... hechos de género azul y con corte de bombacha... ¡Claro!... Les resultaba un camello qu’era una barbaridá... ¡A ver –dijo Natalín–, dele a éste los pantalones!... ¿Yo?... ––le contesté secamente pa’aguantar mejor la risa...––, ¡cómo no!... Aurita me v’y a quedar con las canillas al aire nada menos qu’en el corso... Me ofrecieron cinco pesos y allí no más sobre el pucho, se los rechacé indinao, declarando francamente que si no me daba diez yo no largaba la prenda... ¡La gran perra... que alegamos!... Pero el gringo no largaba... Al fin cay’un vigilante y yo me les deserté de miedo e que me agarrasen pa’cerme alguna’echuría sin pagarme ni un centavo...

–¡Bueno!... ¿Y cómo siguió el camello?

–¿Y yo cómo v’y a saber?... ¡S’iría de patas azules y tranquiando despacito, como quería Tavolara pa lucir su habilidá!...