Cuentos de Fray Mocho
Entre el recado y la silla
–¡Si con ustedes, che, no se puede!... Son refractarios a todo progreso y viven casi como los indios. Vos, por ejemplo, que sos uno de los menos atrasadones, de criador no tenés más que las vacas y las ovejas en el campo, pero se t’importa tanto de la calidá ni las condiciones del ganao como a mí del primer cigarrillo que pité... ¿Pa qué ocuparse de mejorar los pastos, ni de hacer aguadas sanas, ni de refinar las crías, si todo eso no es más que charla e los gringos?... Y mirá, convencete, hoy el que quiere vender bien tiene que producir bueno y... ¡no hay vuelta!... ¿Vos te cres qu’en Uropa andan preguntando los compradores de qu’estancia es el producto que compran y si el dueño es criollo viejo o si es picao de viruelas?... ¡No, m’hijito! ¡Se compra lo mejor y nada más!
–¿Vea, no?... ¡Qué novedá!... ¿Ves? Esto es lo que me revient’a mí... ¡Un criollo como vos, inorante como cualquiera e nosotros, pero medio chiflao, que oye cantar el gallo y ya comienza a creerse de la familia!... ¡Te diste una vueltita por París hablando por señas como los mudos y te volviste aburrido aunque vestido e francés y ya te cres un sabio, un’especie d’estanciero fenómeno que no cre que sean criadores sino los que tienen importaos de tres mil pesos y chalés y molinos p’al agua!.. No m’embromés che, con tus innovaciones... ¡Demasiao sé lo qu’es un’estancia de los progresistas de tu laya!
–¿No ve?... El maldito espíritu aldiano los mata a ustedes y la envidia no los deja ni rascarse... Bien me decía Curcuá, el célebre bateriólogo...
–¿Envidia? ¿Y de qué, che, querés decirme?... ¡Mirá ¡ Yo soy estanciero a l’antigua ¿sabés? De los que recorren su campito a caballo y conocen sus pastitos mata por mata y sus animalitos y que no necesitan capataces de polaina ni tenedores de libro con saquito e seda, pero que me tienen novillitos gordos todo el año y una lana que no la esquila la sarna..
–¡Claro!... Y serás de los que cuentan por tarja en la vaina del cuchillo y duermen sobre el recao, comiendo en la cocina con los piones.
–¡Justamente!... Pero no soy de los que tienen pionada que se levanta con el sol alto, ni de los que hacen telegramas al mayordomo, diciéndoles “mañana voy, esperemé en la estación”, dando la señal pa qu’el jardinero salga con l’azada a medio carpir apurao, alrededor de las casas, y cada cuisque le comience a sacudir a su tarea pa que la estancia no parezca tapera y vaya a notar el patrón que los pesebres de los finos de tres mil pesos no se lavan sino cuando él viene, o que los tales finos han estado durmiendo a la intemperie como cualquier mortal y a veces ataos al palo veinticuatro horas, sin comer no beber y eso cuando no le han sacado la frisa en la vecindá.
–Che, che... ¡qu’imaginación!… ¡La gran perra!… ¡Cualquiera crería qu’esos palos son pa casa!
–¡No!... ¡Si han de ser pa la del papa!
–¡Eso sería antes, che! Aura va todas las semanas Enrique m’hijo...
–¡Otra!... ¿Y te cres que tu hijo v’a ver nada, o te has olvidao en Francia de qu’en el campo no v’el que quiere sino el que sabe?... Mirá qué tigre el que les vas a echar... Tu hijo hará como todos los hijos de estanciero de tu laya... llegará al chalé medio ahogao por la poca tierra del camino y renegando porque no es adoquinao de madera como l’Avenida, oirá el crujido de los herrajes del molino pa’l agua y después agarrará el campo con los amigos que lo han acompañao, a desocar mancarrones, a gastar balas en tirarles a los terneros pa probar la puntería o a refistoliar las muchachas de los puestos...
Atendeme che creme, los estancieros de tu laya no sirven sino pa daño... y p’andar sonsiando en coche... ¿sabés?... ¡porque p’andar a caballo son demasiado jai lai y pa jai lai no les da el cuero!...