Cuentos de Fray Mocho

De baquet'a sacatrapo

¡Lo siento... caramba!... ¡Lo siento en l’alma, pero no va’ver más remedio!... ¡Yo v’y a tener que dejar de ler los diarios si no quiero reventar de un sofocón el día menos pensao!... ¡Sí, señor!... ¡Nada menos que yo, Juan Antonio González, el hombre más letor que ha’bido en Buenos Aires, v’a tener que privarse de hacer su gusto si no quiere desertar del pellejo en que lo rebotó su mama, como decía el finao Apolinario!... ¡No!... Lo qu’es este número me lo guardo ni a’nque me queme el bolsillo y no paro hasta que no se lo muestre a medio mundo y le pueda decir qu’este señor don Ruperto Cortabarría que ha dao un baile en su casa, al que han asistido todos los copetudos de la ciudá, es aquel mismo Ruperto qu’el infrasquito supo tener de pión en la call’e La Piedá y que se formó a su lao... ¡Mire qu’es chancho el mundo y que pega vueltas y trompezones!...

¿Quién le diría a la misia Rosario Llavero de Cortabarría, que aura le ponen Ll de Cortabarría ––pa’cer crer a los abombaos qu’es alguna Llavallol–– qu’iba’andar pisando alfombras, ella, que sabía chapaliar l’agua con que lavaba las pilas de frascos vacíos p’al anís falsificao?... ¿Y a mí?... ¡Quién me diría cuando salía pa la Bolsa en mi coche propio, hech’un brazo e mar, cuando jugaba mis truquitos en el Progreso, qu’iba’ llegar un día en que recostao en una pila’e cajones me pasaría las horas renegando y tomando el sol!... ¡Bah!... ¡Y Rosario ha’e tener hijitas lindas y diablas, porqu’ella a’nque’ra lavadora’e frascos tenía unos ojitos y un gestito y un modito’e caminar cuando s’empaquetaba los domingos, que hast’a mí, con ser qu’era el patrón de su marido, me sabía envidar hasta la falta!... Yo no agarraba, porque nunca me gustó revolcarme en la ceniza... pero tuve tentaciones... ¡caramba si las tuve!... ¿ pa qué lo v’y a negar?... si me quedé con el punto no fue por irme a la pesca, sino por no traicionarme. ¡Cómo pa escuchar chiflidos andaba yo en ese entonces con aquella campanita que hast’aura me toca a fuego!... ¡Amigo con la Enriqueta, que me supo cortar grande!... ¡Bueno; pero también hay que convenir en qu’era d’esas mujeres que no conocen el yelo, no digo ya ni pintao, sino vivito y coliando!... ¿Qué ojos y qué boquita y qué cuerpo!... ¡Si era un verso caminando y creo que hasta difunto me ha de seguir su cadencia... a’nque ella l’aiga olvidao!... ¡Y es cochino el Ruperto hasta darle con un palo! Nunca me olvidaré de la mañana en que fui a verlo después de mi quiebra y cuando ya’bía puesto su Ropería del Carretel... Ni bien le hablé de mi estao, me comenzó a sermoniar y conforme me descuidé me largó como por un tubo, pataliando y sin darme calce...

¡Bueno!... ¿Y a mí qué me va ni qué me viene con que Ruperto dé bailes o dé velorios?... ¿Qué importa, vamos a ver?... ¿Acaso yo m’indino por mí, tampoco?... Si me da rabia es que soy argentino, criollo d’esta ciudá y que me revientan las confusiones y las mescolanzas!... Aura’ndamos aquí como cajón de turco y ya la gente ni se conoce... Hombres como yo, que son hijos de buena familia y qu’en su tiempo han sabido dragoniar a lo mejorcito que pisaba la cancha, endan rajuñando en las veredas pa ver si agarran un pan y si se descuidan los revienta el coche de alguno que fue pión... ¿A mí?... ¡Sí!... Lindo lo va’poner la suerte al que me quiera empardar... Yo no soy d’esos mansitos que los ensilla cualquiera y ya salen al galope... Yo’e corcoviar el día que muerda el freno, como se lo dije ayer a mi compadre García en su misma oficina...

¿Ve?... Ahí está otro pa’yuntarlo con Ruperto... ¡Un cualquiera, nieto de un gringo zapatero que ganó unos pesos pa que los bambolleros de los hijos se metieran a gente, sin fijarse que’andan jediendo a cerote!