Cuentos de Fray Mocho

"Las Etcéteras"

–¡Tan perdidas que han estao!... Así le decí’a Petronita las otras tardes, acordándonos de ustedes... ¡Qué amigas las de Colombini, m’hijita... aprendé a ser cariñosa!

–No crea, Encarnación.. ¡Si no hemos venido no es porque las háyamos olvidado, sino que con los tiatros y los fríos y las enfermedades, que nunca faltan, no se tiene tiempo para nada!... Aura mismo... ¿ya ve?... he tenido que venir sola... La Chicha estaba con una jaqueca terrible... Cremos que ser’algo d’influencia... por los síntomas, ¿sabe?... ¡y por lo que anda tanto!... ¡Allá se quedó con Maria Luisa Rataplán... la hija del general... con quien se han hecho lo más amigas!... Como este año tomamos temporada en la Ópera y teníamos las lunetas juntas...

–¿No ves, mamá, cómo tenían razón las de Galillo?... Ellas nos dijeron que dos veces que habían ido al tiatro las habían visto a ustedes, y nosotras no les queríamos crer...

–¿Y cómo les íbamos a crer, sabiendo, como sabíamos, que habían estado de desgracia?...

–¡Ah!...¡Sí!... Cuando la muerte de Felipe, mi cuñado... ¡Es verdá!... Pero el médico nos prohibió que la entristeciéramos a Chicha, y tuvimos que usar un luto así nomás... como para medio salir del paso... El pobre Federico ha tenido que hacer el duelo, solo... porque yo tenía que acompañarla y no era propio qu’ell’anduviera de claro y yo de negro... ¿no les parece?... ¡Y la Chicha estaba mal!... L’empezaron a dar como a modo de desmayos y tuvieron que hacerla ver... los médicos l’hallaron propensísim’a una enfermedad grave... por la debilidá, y nos recetaron que no la privásemos de nada y que la hiciésemos pasiar y divertirse... Así me decía el padre... qué luto ni luto... primero está la Chicha que todo...

–¡Ya lo creo!... Y después... luto por un tío... que al fin no tenía más familia que ustedes...

–¡Así es!... Pues le tomamos abono en la Ópera, que nos ha costado un sentido por cierto... y carruaje para que vaya a Palermo... Suerte que su padre puede, que si no, no sé lo que hubiésemos hecho para aliviarl’a la pobrecita...

–¿Pero aura seguirá bien ya?... Ésta vio el otro día en la crónica social...

–¡Ah!... Sí... ¡En el casamiento de Marí’Amelia... mi sobrina!

–No, mamá... no fue en la vida social, sino en una noticia que salió a los dos días... Decía que ustedes habían presenciado la boda y enviado un valiosísimo regalo...

–¡Era como si fuese en la crónica, aunque salió entre las noticias varias!... Fue una de las tantas picardías de los tales cronistas sociales, pero yo me le fui a la dirección nomás y les ajusté las clavijas... Figurensén que hasta en el casamiento de mi sobrina nos pusieron entre los ecéteras... ¡Aura sí que no permito el abuso, le dije a Federico, y me largué a la imprenta!... Nos han tenido con la sangre quemada todo el año... ¿Quieren crer que no nos pusieron ni una vez en las listas de las concurrentas a la Ópera?... Y eso que teníamos unas lunetas de adelante, casi al ladito del mismo Muñone... y que no faltamos ni una noche...

–Eso no es extraño, Rosaura... A ésta, no la nombran ni por casualidá cuando v’a los bailes del chircolo... Los cronistas parece que tuvieran hasta las listas hechas... Siempre son los mismos nombres... ¡Un’especie de aviso de remate!... Nosotras no les hacemos ni caso...

–¡Lo mismo nosotras!... Pero, en esto de mi sobrina, el asunto es diferente... Figurensén que mandé una alhaja riquísima, porque Federico quería quedar bien con el novio, qu’es un hombre de la política, qu’está de candidato pa no sé qué cos’ en el Banco, y al otro día salimos con que figuraban en los diarios hasta zonceras de cinco pesos, qu’entre paréntesis hubo muchas... y Rosaura Gutiérrez de Colombini se quedó en el tintero...

–Y es claro, misia Rosaura... Si así sucede siempre... A mí me dij’una vez un cronista con quien hablab’en un baile d’estas cosas, que no valía la pena poner en la crónic’a las gentes que tenían apellidos criollos, españoles o italianos... Qu’era una vulgaridá... porque resultaban listas como las de los vapores, llenas de erres y de inis y que se agitaba la idea, entre los cronistas, de cambiar los apellidos, ainglesándoselos o afrancesándoselos, según los casos, a las familias pudientes que no podían dejarse afuera, y qu’ellos no comprendían cómo había gente conocida que se avenía con semejantes nombres...

–Lo qu’es yo, hijita... me llamo como me puso mi madre nomás, y a pesar d’eso no los he dejar que hagan su gusto... He de figurar en las listas y Chicha también... ¿Ya ven?... Me les largué a la imprenta y les arranqu’esa noticia...

–Sí... ¡pero eso no se puede siempre!... ¿Cómo hace una para que la pongan, no teniendo apellido como el que esigen?... No hay más remedio que resinarse y tragar saliva...

–¡No crea! Lo qu’es aura yo ya s’el caminito, y conforme me dejen en el tintero... ¡zas!... una carta al director o una visita... ¡Yo v’ya’cer que a la Chicha me l’hagan figurar como le corresponde o ellos van a reventar!...

–¡Vea!... Y parece que la tal crónica no diera nada y da que es una barbaridá... ¡Nosotras conocemos unas muchachas qu’eran unas pobrecitas de por allá por los Corrales, y había de ver aura lo que son!... Una d’ellas, entró en amores con un tipógrafo que la empezó a’cer poner en las listas, y poco a poco las fue haciendo conocer... Hoy una está en el Correo, lo más bien y la otra en una escuela, y el hermano, qu’era mayoral de trangüe, calzó en l’Aduana...

–Sin contar con que Marcelina se casó con su tipógrafo y que tuvo unos regalos riquísimos... ¡Bueno!... Pero esas habían hech’un negocio de la cosa... Las muchachas bien, del barrio, las buscaban para llevarlas a los tiatros y a los bailes... por darse corte de personas relacionadas con gente conocida... Usté sabe lo qu’es la vanidá...

–Yo no lo haré por negocio ni por nada, pero no he de dejar que a la Chicha me la pongan entre las ecéteras ni a mí tampoco... Conforme salga de una fiesta, la mando a la Chicha con Federico y yo enderezo pa las imprentas a ver a los diretores... Ya verán como hasta yo h’e ser como el catecismo... ¡Me han de aprender de memoria!