Cuentos de Fray Mocho

Bordoneo

–Pero, digamé, che... ¿Su asunto lo v’y a dirigir y’o lo v’a dirigir usté?

–Mire, don Serapio... ¡atiendamé!... L’único que quería era darle un’esplicación del hecho...

–¡Qu’esplicación ni qué macana!... Aquí lo que hay que hacer es proceder y dejar’e firuletes... Que su hermano le cerraj’un tiro a su cuñao y le vasió l’ojo a l’amigo qu’iba con él... ¡Bueno! ¿Y qué hay con eso?... ¿Acaso es el primero que se v’a ver en un apuro?... ¡Gran cosa!... Convenzasé, che... ustedes se augan entre un dedal y cualquier cosa que les suceda bien merecida se la tienen, por ensimismaos en zonceras...

–Yo no le digo que no, don Serapio... pero en este caso es diferente... Mi hermano...

–Su hermano no ha hecho ni más ni menos qu’el hermano de cualquiera, y así se lo h’e decir al juez... Mire, una vez... era cuando recién había dentrao Avellaneda a la presidencia... un compadre mío hizo un’atrocidá con un italiano en la calle cortad’el Mercao del Plata, y a mí me dieron el asunto, o mejor dicho, lo agarré yo no más, al verla llorar a mi comadre y a la mama, qu’era una d’esas viudas grandotas y carnudas, che, que no tiene desperdicio... Me voy a verlo al gringo con intención de pedirle que me acompañara, y usté sabe lo qu’es el gringo pa servir a los amigos...

–¿Qué gringo?...

–¡La gran perra!... ¡Aura salimos con esa!... ¿No sabe ni quién es el gringo?... ¿Pero qué se han pasao haciendo en su casa hasta hoy, che?... ¡Parec’incréible que haiga gente tan inocente en esta ciudá tan grande!... ¿Quiere ver a que no le defiendo el asunto y los dejo a usté y a su hermano que se pudran en una cárcel, siquiera pa que apriendan a conocer, ni anque sea de nombre, a la gente de su patria?... ¿Entonces no sabe quién es el gringo?... ¡Bueno!... ¡Mire!... Entienda... Aquí en Buenos Aires no hay más gringo qu’el dotor Pellegrini... ¿sabe?... como no hay sin’un solo don Bartolo y no habrá más Roca que Julio, a quien los amigos le llamamos el zorro en la intimidá, pa sinificar qu’el hombr’es capaz de pelarse un gallo sin que cacaree y hacerle crer que le van a salir plumas el domingo’e Carnaval... ¡Bueno!... Pues vo’y, lo busco al gringo y no lo encuentro... ¡Claro!... Me dio una rabia grandísima y sin mirar ni lo que hacía le dejé un parte con el sirviente... que hast’aura, cuando se acuerde, le ha de hacer arder el cuero, y agarré solo pa’l correccional y de allí p’al jujao del crimen donde se hallaba l’asunto... ¡La gran perra!... Nunca l’he dicho a un hombre las cosas que le dije al juez, que me mirab’asustao como si viese visiones... P’cha con el hombre mulita, como le declaré después a Jos’inacio Garmendia, un día que conversábamos cuando lo hicieron general...

–¿Y lo salvó a su compadre?...

–¿Lo salvó?... ¡La gran perra!... ¡Como pa salvarlo estaban las cosas!... El pobre fue vítima d’el canalla d’el juez, que pa vengarse de todas las que yo le canté’n sus propias narices l’hizo pegar cuatro tiros en el patio’e la Nueva, como a cualquier criminal vulgar... Así han sido también las maldiciones que l’echao y la propaganda que l’echo en cuanto café y confitería he sabido frecuentar...

–Siempre que al pobre de mi hermano no le vay’asuceder lo mismo... Vea... Yo creo qu’eso, ¿sabe?, ¡es mejor arreglarlo por las buenas!... Que más quiere maña que fuerza...

–¿No ve?... ¡Ya saltó el criollo habilidoso que prefiere perder su derecho a que le ande en el cogote!... ¡Y haga usté patria con esta gente!...

–Pero mire, amigo don Serapio... Nosotros... ¿sabe?... preferimos qu’el pobre de nuestro hermano pierda, no digo su derecho, sino todo lo que tenga que perder... pero que lo larguen...

–¡Eso es!... ¿Y el honor y la dinidá?... ¡Ustedes, che, no pesan ciertas cosas, ni las conocen!... Lo que quieren es que lo larguen, ni a’nque sea con un cuero atao a la cola o jediendo a misto, pa que no se le acerquen ni las moscas sin sentirse deshonradas...

–¿Y usté qu’es lo que quiere, entonces?... ¿Qué lo fusilen?

–¿No ve?... ¡P’cha qu’es bárbaro el criollo cuando sale mañero y mal acostumbrao!... ¿Conqu’es decir que ustedes prefieren a su hermano adocenao, a que salga de la cárcel por sus cabales?... Pa qué quiere la vida un hombre sin dinidá, acusao de haber herido a su cuñao que debía ser inviolable pa un hombre de corazón...

–¿Y acaso él lo ha herido a su cuñao?... No l’he dicho qu’el herido fue el amigo y que fue por casualidá...

–¡Bueno, bueno... che!... Yo no me ocupo de embrollos, en que se desprecea el derecho, queriend’usar del soborno, como me dij’una vez el gringo, cuando fui a consultarle l’asunto de don Patricio Maidana, que le había robao un caballo al tuerto Tejerina y quería hacerlo pasar como dádiva voluntaria...

–¿Y qué quiere don Serapio?... Nosotros no entendemos d’eso, y l’único que buscamos es que lo larguen a Pancho...

–¡Perfetamente, che... perfetamente!... ¡Busquen cualisquier avenegra que se ocupe d’esas cosas, pero no a don Serapio Cortina, que al fin, a’nque pobre, no le ha’e’ceder la derecha ni al presidente’e la Corte, cuantimás a un alfayate! ¡y aura... pagá y vamos, como me decía el finao Sarmiento cuando dejó’e ser presidente y salíamos a pasiar!