Cuentos de Fray Mocho

Diplomático en botón

–¡No, che!... Apuntá para otro lao... Lo qu’es a mí, ni pintao volvés a verme n’un atrio...

–¡Perfectamente!... ¡Sos dueño’e tu voluntá!... ¡Pero no vengás, después, diciendo que sos patriota y maldiciendo al partido porque no sacaste nada!... Bien me decía vez pasada el padre’e los Amarillos...

–¿De mí?... ¿Y qué te pudo decir el padre’e los Amarillos, que apenas si me conocía de haberle pagao la copa en algunas ocasiones?...

–No sé si te conocía, hermano... pero p’al caso es lo mismo, desde que va saliendo verdá todita su información... ¡Hombre!... Fue cuando te sostuve pa citador del jujao... ¿te acordás?... ¡Bueno! Entonces me sabía decir con aquel tonito gangoso que nos hacía tanta gracia: “No se fíe d’ese mozo, amigo... porque no ha’e ser de firmeza, y el día menos pensao la sangre lo ha’e tiroñar... El padre usaba un escapulario con retrato’e don Bartolo.... ¡y la cabra tir’al monte!”

–¡Buen viejo chancho y embustero!... Permita Dios que’esté ardiendo en el tacho más caliente que tengan en el infierno... ¿Conqu’él conoció a mi padre, no?... Mirá... Andá y decil’e mi parte que se rasque si le pica... ¿Querés?

–¡Cómo no! ¡Aurita voy conforme pas’el calor!

–¡La pucha con el viejito!... ¡con razón tuv’unos hijos que son tan calamidá y unas hijas que pa bagres no les falta collar!... Conque mi mama, qu’era una mujer tan seria y que sabía tanta cosa, no me supo dar ningún dato respeto el particular... y los ib’a tener él, que al fin ni parecía de aquí... ¡al menos por la tonada!...

–¿Y qué querés, hermano?... Hasta se l’oí repetir en el mismo comité...

–¿En el comité?.... P’cha que siento, che, qu’ese viejo se haiga muerto... L’hubiera hecho confesar lo que siempre sospeché, ¿sabés?... ¡que hasta él mismo era toda una mastufia que caminaba com’hombre!... ¡Fijate si no!... Se llamab’Agapito, ¿te acordás?, y nunca hizo ni morisquetas, porque no sabía ni rairse y de apelativo Amarillo y era aindiao tirando a negro.

–Bueno, hermano, así sería... ¡pero ya ves!...

–¿Ya ves?... ¡Yo no veo nada, che!... Lo que sé’s que no m’iscribo, ni voto ni m’enrolo, ni me meto en política ni en nada...

–¡Pero, che!... Vas a quedar pior que gringo, porque un criollo sin boleta no sirve ni pa charlar... ¿Ve? ¡Así son todos ustedes!... Se les viene la ocasión de hacerse valer com’hombres y empiezan a hinchar el lomo y la dejan escapar...

–Yo no encumbro más manates, que después ni me saludan...

–¡Veanlón al mozo vivo!... ¿Ve?... ¿Pero te cres, infeliz, que ni vos, ni nadie servimos para otra cosa que pa’muchar el montón de pobres zanagorias?... ¡Yo no encumbro más manates!... ¡Dejat’e cantar chicharra, que todavía pued’elar!... ¡Atendé!... Vos no tenés porqu’estar desencantao... Si no cuajastes de citador, no fue porque tus amigos no te hubiesen sostenido, sino porqu’e acuerdo t’esigió ese sacrificio... El empleo se le dio al pardo González, candidato’e los mitristas, qu’hicieron, como se dice, hasta cuestión de gabinete...

–¡Dejat’e macaniar, hermano!... ¿Cres que si yo m’enojao ha sido por tal pavada, ni qu’he dentrao en política llevao por la mamadera?... ¡No, che!... A mí me pasó algo pior que sufrir una redota... Fui tratao como alversario y me pegaron de atrás los mismos que yo servía... ¿Te acordás de Catalina, la hijita de aquella parda que tenía un taller de plancha casi pegao a mi cuarto?... ¡Bueno!... Yo le tuve a esa muchacha una lai y un’afición, que si mucho me apurás no se me ha’cabao tuavía... P’cha qu’era linda, che y cómo me l’iba metiendo en l’alma, despacito y poco a poco... porque de miedo’e perderla no me animaba ni a’blarla y dejaba que los hechos fuesen hablando por mí, como dice la milonga... Se me hacía que s’iba desvanecer aquel encanto tan grande que me venía desd’ella, el día que descubriese qu’era toda mi codicia... ¿Y sabés lo que pasó?...

–¿Cómo no?... ¿No fue una que se alzó con el sargento Ferraira?

–¡Qué se v’alzar, che!... El sargento aprovechó la ocasión de que yo andaba ocupao con las cuestiones del clú y el domingo’e la eleción, mientras yo’staba en el atrio cumpliendo con mi deber y la mam’abía salido a entregar una ropita, vino y nos la rató... ¡Mire que caminamos pa ver de quitarselá, antes de que fuera tarde!... Lo vimos al comisario, al juez de paz y hast’al mismo dotor Vigüela, que tanto se me ofreció cuando le di mi boleta... ¡y nada! ¡Todo fue al ñudo!... A los dos meses se apareció la muchacha diciendo que venía’e Belgrano, la pobrecita... y yo, che, de miedo que me convenciera, ¿sabés?, porque la quería pa bien, alc’el vuelo y juré no dentrar más en política pa sostener a canallas de la clase de Ferraira, qu’en vez d’esponer el cuero cuando llega la ocasión, le ratan a uno la novia y se la largan, pa que si uno es medio sonso cargue con la responsabilidad...

–Bueno, hermano... pero no porque un sargento le haiga hech’una porquería, v’a renegar de su patria. Yo siento que haigás pensao d’ste modo, tan luego en esta ocasión, porque tengo la seguridá de qu’en el comité se v’a crer lo que te dije... que te has paso a mitrista.

–¿Y por qué se ha’e crer en macana semejante, dina de un viejo hablador como era el tal Amarillo?

–¡Ahí tenés!... Como aura la política de los mitristas es de que no haiga iscrición y vos con tu conduta vas a tirar pa ese lao...

–¡Maldita sea la casta del tal Amarillo y la hora en que reventó sin que yo supiera esto!... ¡Trompeta!... Pa que no se diga que la baba d’ese viejo me ha llegao a salpicar... te v’y acompañar... pero, ya sabés, por esta, por esta cruz, ¿ves?, esta es la última ocasión en que yo pis’en un atrio...

–¡No jurés, hermano... no jurés!... Mirá que aquí, en esta tierra, no se puede hacer programa en materia electoral, y arriejás ser zanagoria pensando ser verdulero...