Cuentos de Fray Mocho

En Confianza

–Estuve a visitarl’a mi sobrina Sofía que acab’e llegar d’Europa y de allí me vine a verte, aunque sabía que recibís los viernes y corría el riesgo de chasquiarme...

–Los viernes no son pa vos, che... que sos de confianza... sino par’esas relaciones de compromiso ¿sabés?... como las de Rodríguez, que son las del compañero de oficina que tiene Pedro o Misia Robustiana la señora de su jefe... ¿Y cómo llegó tu sobrina?

–¡Lo más bien, che!... Han andao por todo y trai unos cuentos, la pobrecita, qu’es tan diabla, que son de perecers’e la risa... Una se pasa las horas oyendolé los apuros en que anduvieron con la lengua... Así le decía yo: “Bien hecho... porque no estudiastes cuando andabas en la escuela...”

–Es lo mismo que yo le repito a mi Rosita todos los días... Lé tus libros... Estudiá... ¡que uno no sabe sino después lo que le v’a suceder!...

–¿Me han dicho que se casa Rosita?... Así se acordaron el otro día las de Tripasini en el atrio de San Inacio...

–¡Callate, hija!... Si hemos estao con el jesús en la boca con semejante casamiento... Figurate que desde el corso e las flores nos la visita un subteniente de artillería, pero de donde va y se les antoj’a los generales del congreso, presentar una ley prohibiendo a los oficiales que se casen, a pretesto de que si se morían les dejaban una pensión a las mujeres...

–¡Mir’eso!... ¿Y qué querían que les dejasen entonces?

–¡Ahí verás!... ¡Eso mismo decíamos nosotros, pensando en qu’el noviasco se nos iba’cer piedra quién sabe por cuántos años!... Y, después, ¿qué ventaja hay para una madr’en casar su hija con un militar y verla sufriendo toda la vida con sus ausencias y con ese caráter que saben tener y qu’es del oficio, si no le qued’a una siquiera la esperanza de la pensión?... ¡Claro!... Nos dimos un susto bárbaro, hasta que pasó todo y quedaron las cosas como antes...

–Sin embargo, che... no se fien y apurensén... Esos del congreso cuando empiezan a temar con algo son como los locos y se van de un hilito como lista e poncho... Fijate sino lo que han hecho con las vírgenes milagrosas. Han sacao la tarantela de no dejar pasar año sin darle un’alguna provincia... Esta vez le ha tocao a Salta...

–Han de ser puros pretestos para llevarles la plata haciendo que les dan limosna... ¡Si esos provincianos son como rastrillos, che!...

–¡Eso digo yo!... ¿Cómo antes, cuando las iglesias eran pobres, no había más virgen que Nuestra Señora de Luján y aura empiezan a’parecer estas otras?... Dicen que la qu’está de moda, vino acompañada del Señor de los Milagros, entre un cajón que atravesó boyando por todo el mar y que fue a llegar a Salta y se acabaron las secas y los temblores de tierra...

–¿Qué me contás?... ¿Pero tendrán el diablo en el cuerpo esos descomulgaos para inventar semejantes picardías?... ¿Cómo van a’ber llegao nadando a Salta qu’es una ciudá que no tiene ni siquiera un río en la orilla, como nos lo ha dicho el suteniente que la festej’a Rosita, qu’es precisamente de allí?

–¡Ah! ¿Es salteño el novio?... ¡Mirá qué suerte!... El marido de mi sobrina Sofía, qu’es un verdadero santo, también es de allí y no se ha visto hombre más bueno... A mí me ha hecho traer un viso de seda, che... ¡que se para solo!... Pues volviendo al asunto de las vírgenes, m’esplicaba un mocito el otro día en casa de Misia Paquita, que como Nuestra Señora de Luján se quedó en el paraje donde se halla el Santuario, negandosé a seguir viaje para Córdoba en el carro en que la llevaban, los cordobeses de puro vengativos le han urdido esta novela.

–Con razón la tierra se nos v’a volviendo un bochinche, si ya no se respeta ni a las vírgenes y lo que van a sacar los tales cordobeses es que nos van a trair alguna desgracia tremenda por andar mezclando a los santos en sus intrigas!... ¡Esos envenenamientos de La Plata y esos huracanes horribles que han ocasionado tantas muertes, no pueden ser sino castigo del cielo!...

–¡Ya lo creo!... Y todo es el afán del lujo, che, y del deseo de aparentar y de lucir... El domingo fui a la calle Florida a la hora del desfile y todavía no vuelvo de mi asombro al ver aquellos millones de coches atestados de muchachas y de señoras qu’eran una luz por los brillantes que llevaban... ¡Y qué vestidos, che!... ¡No veías sino seda y encaje d’Inglaterra!... ¿Sabés, sin ir más lejos, con quién m’encontré?... Con las de Cantero que y’andan sangolotiandosé por todas partes y desparramando la herencia que les dejó el padre... ¡Si vieras el saludo que m’hicieron!... Apenas fruncieron las narices y ni movieron la cabeza... quizás por no ajar los trapos que llevaban... ¡Eran un mostrador de mercería!

–Has de haber ido a pie o en algún coche de morondanga... A mí me ha sucedido lo mismo con las de Tableta... aquellas muchachas que vivían antes aquí al lado... Como aura las ponen en la vida social, les parece deshonroso saludar a la plebe y se olvidan de que su padre no salía de la confitería de la bocacalle... ¡a pesar de ser comandante!...

–Si lo he conocido mucho, che!... A la hermana le llamaban El Ombú de San Nicolás, porque en su casa se guarecían todos los pájaros de la parroquia... ¡Vos lo has de haber conocido al padre también!... Era un colchonero tuerto de la calle de las Artes, que nunca pudo bastiar derecho ningún colchón... ¡No me hablés de él, que hast’aura me duelen las costillas nada más que de recordarlo y si las viese a las nietas metidas a gente, creo que me darían hasta calambres!...