Cuentos de Fray Mocho

Memoria de un Vigilante

IX

CINEMATÓGRAFO

Se acercaba a la ventanilla, tras la cual estaba el empleado encargado del despacho, una señora seria, pero con una seriedad de esas que llaman la atención en dondequiera y a cualquier hora y se sucedían los diálogos y las escenas.

—¿Para servir a usted!... ¿El expediente número cuatrocientos veinticinco, letra L, de la serie H?

—¿Está en Contaduría, señora!

—¿En Contaduría?... ¿Pero qué escándalo! ¿Es inaudito! ¿Hace seis meses que está en la misma oficina! ¿Esa Contaduría es una carreta, señor! ¿Seis meses para una simple toma de razón; usted ve que eso habla muy poco en favor de la administración nacional! A Dios gracias tengo buenas relaciones en la prensa y ya verá usted la mosquita que le haré poner al señor contador...

¿Ya verá usted y se reirá!... ¿Y no sabe cuándo vendrá el tan célebre expediente?

—No, señora..., ¿no puedo decirle nada al respecto!

La señora se sonríe y exclama, por si acaso, como quien tira un anzuelo por si pica.

—¿Muchas veces en ustedes pende el despacho!... ¿No me diga usted a mí; conozco muy bien lo que son oficinas!

Y no teniendo respuesta a su jactancia, se retiraba con aire majestuoso y cedía el puesto a otra dama también de fuste, aunque bastante vivaracha y nerviosa. !

—¿El expediente número mil cuatro, letra P, sobre embargo de sueldo al vigilante Zacarías Machete?..., ¿un guardián que no le gusta pagar casa y que tiene unas costumbres que da vergüenza!... Figúrese usted que...

—Por orden del señor ministro, señora, esos expedientes dientes están reservados... Son tantos, que para firmarlos se necesita un mes entero...

—Es decir que el público es nadie, y que tenemos que aguantar...

—Pero señora, es que...

—¿No me diga usted, no me diga!... ¿Todo es porque el ministro no se incomode!... ¿Cuidado, no se vaya a mancar firmando!

—Pero señora, si es que...

—¿Yo sé bien, sí, lo que hay en todo esto; lo que se necesita para mover los asuntos, son recomendaciones, cartitas, empeños... y aceite para la máquina!...¿Pero, déjese usted estar; yo veré al ministro y le contaré lo que pasa! ¿Se ponen ustedes a charlar y a tomar té, y no llevan los asuntos a la firma! ¿Ya verán ustedes el trote que les voy a meter!

—Pero señora... ¿mire usted que está faltando en la oficina!

—¿Ahora mismo voy a ver al ministro, y ya sabrá usted si estoy faltando!

El empleado ve que toda reflexión es inútil y se retira de la ventanilla. La señora se aleja, vociferando y maldiciendo de los empleados, de su falta de educación, de su descortesía con las señoras, y jurando que les hará ajustar las cuentas, aunque tenga que perder un ojo de la cara.

¿Ya verán con su sobrino, noticiero de un diario de oposición y mozo que tiene una pluma que es un serrucho de reputaciones!

Y aparece tras ella otra señora, pero ésta no es como las anteriores, sino humilde, inocente, y en su fisonomía no hay rasgo revelador de las tempestades que rugen en su alma.

—El expediente sobre concesión de bosques en el Chaco, iniciado por don Palemón Tagliarin... ¿podría usted informarme?

—¿Qué número tenía, señora?

—¿El número no lo sé... pero si usted me hiciera el obsequio de buscar por la letra!...

—¿Hay una enormidad de expedientes, señora, y me es imposible echarme a buscar entre ellos el suyo... así... sin dato ninguno!... !

—¿Le agradecería, señor, que me lo buscara: es un favor!... Fue presentado en noviembre...

El empleado, refunfuñando, comienza a remover enormes masas de papel, y al fin extrae el codiciado expediente.

—¿Vaya... aquí está! ¿Hay una reposición de sellos!

—¿Qué resolución tiene, señor?

—No puedo decírsela hasta que no me traiga usted tres sellos.

—Pero señor, soy una persona...

—Es inútil, señora; yo no quiero que me caiga una multa... ¿Traiga usted los sellos y sabrá la resolución!

La señora sale y al rato vuelve, habiendo hecho el desembolso necesario para llenar el deseado requisito.

—¿Aquí está, señor! ¿Podría decírmela?...

—Sí, señora. "Previa reposición de sellos, no ha lugar y archívese."

—¿Pero señor, qué escandaloso! ¿En qué tierra vivimos? ¿Es posible que haya gastado tantos pesos para tener semejante resolución? ¿¿Esto es una pillería, un robo, una judería!!

—¿Señora, yo no tengo la culpa!... ¿Qué le vamos a hacer?

—¿Ya verá usted lo que le vamos a hacer! ¿Cómplice! ¿Fariseo! ¿Judas Iscariote! ¿Porque me ve así no crea que soy lo que parezco; ahora mismo veré al ministro!... ¿No ha lugar y archívese!..., ¿y entretanto al señor Mengano y al señor Zutano les conceden?... ¿Es claro, todos son de una camada!... ¿Pero conmigo se han de ver las caras, no hay cuidado! ¿Yo no tengo pelos en la lengua, y se las he de cantar!

El empleado se retira con toda cachaza, y va a ocupar su asiento; la señora sale de la oficina con una rapidez de huracán, gesticulando y tartamudeando improperios contra el gobierno y los empleados, y, todavía, al toparse conmigo, me da un encontrón, y como un relámpago alcanza al cabo Pérez que, siguiendo sus paseos coquetos e inofensivos, ignora lo sucedido y le azota con esta frase, cuyo final va a perderse allá en los vericuetos del zaguán que da salida a la escalera, frente al despacho presidencial:

—¿Ladrones!... ¿Permita Dios que venga el cólera y acabe con todos! ¿Fariseos!... ¿Asesinos!