A pesar de crearse algunos núcleos de practicantes amateurs en Barcelona, Madrid y Bilbao, el ju-jutsu no consigue arraigar como actividad deportiva y después de la estancia de Yukio Tani, a finales de 1911, comienza también una rápida decadencia como espectáculo, motivada, entre otras causas, por el desmedido afán, de parte de empresarios y luchadores, de exprimir el éxito alcanzado, dando lugar a combates amañados y escándalos diversos. Vuelve a resurgir en la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), con la llegada, en 1925 del japonés Onishiko, que también ofrecía 500 pesetas a quién le aguantase tres asaltos de cinco minutos. Esta nueva etapa del ju-jutsu espectáculo, se apaga con las últimas actuaciones de Onisiko a mediados de 1928.