Con razonada indiferencia no exenta de cierta amargura, observo desde hace varios años que la levedad es el mal estructural de la hecatombe sin precedentes de la sociedad actual. Se banaliza la educación lo mismo que el sexo, por igual la alimentación y el arte, lo mismo la vestimenta que la religión. Todo ha sido reducido a su más ridícula expresión. Y si a esa espantosa quiebra se le añade la ignorancia y la irresponsabilidad, que Dios nos agarre confesados. En nuestra ciudad, últimamente el auge de las redes sociales ha comportado el surgimiento de una generación de desvergonzados que, gracias a sus habilidades comunicativas, han montado un lucrativo negocio desempeñándose como “influencers” (terminacho cuya traducción más adecuada es “influyentes”) y guías turísticos a base de trivializar lo que se suele llamar “historia de Barranquilla”. Y digo se suele llamar porque Barranquilla, al igual que prácticamente todo el Nuevo Mundo, no tiene historia. Como muchos brincarán en presunta indignación, en todo momento téngase presente el concepto de historia en Hegel: continuo de tesis y antítesis que dan como resultado síntesis que se convierten en nuevas tesis, y así sucesivamente, proceso que ha de estudiarse e interpretarse para dar explicación y/o anticiparse a determinantes acontecimientos futuros o en curso.
Pero concentrémonos en nuestra villa. Los advenedizos de marras, inmaduros de los más redomados a pesar de que pasan de los 40 años, aparecen con gravosa asiduidad en efectistas y meticulosamente editados videos de Instagram, TikTok y Facebook (que las más de las veces simplemente se los pasan a uno por WhatsApp, sin haberlos pedido), brincando, payaseando, profiriendo obscenidades, disfrazados como si fueran para la Batalla de Flores y hablando paja con un tonillo capaz de poner verde de la envidia al mismísimo Pumarejo Heins (y ya eso es mucho decir). Elevan a la categoría de lenguaje de medios de comunicación la germanía callejera y sus múltiples degeneraciones, con lo que refuerzan permanentemente la vulgaridad que ha décadas se enseñoreó de Barranquilla al poner de presente las mal llamadas “plebedades”, las mismas que suelen incitar al desenfreno sexual y la violencia en todas sus formas. Lo anterior, en cuanto a la forma. En relación con el fondo, en su supina inconsciencia estos buenos señores solo se dedican a exaltar e incluso idealizar una sarta de futilidades con base en su disparatada noción de la supuesta historia de Barranquilla. Por ejemplo, ¿qué importancia puede tener el almacén El Iris para el acontecer histórico de Barranquilla? Vale decir, no se ocupan de aquello tan trascendental que sobre el concepto de historia establecen Hegel, Marx y Kropotkin, sino de lo contrario: terminan convirtiendo la tal historia de Barranquilla en un batiburrillo sin orden ni concierto de meras consejas: allí vivió tal reina del carnaval, en ese edificio quedaba la fábrica de harina de unos italianos, esa era una casa de citas frecuentada por caballeros de la alta sociedad, ahí iban las mamás a comprarles la ropa de diciembre a sus hijos, allí pintaba Obregón, en este hotel pernoctaba García Márquez, y un sinnúmero de frivolidades por el estilo. Les queda grande profundizar, contextualizar, interpretar; no tienen el talento ni las capacidades. Nada más falta que un día de estos descubran la madriguera donde se metía Belimastth a fumar marihuana con el Pive Fonseca, las calles donde la Loca Gloria deambulaba y les halaba el pelo a las mujeres desprevenidas que no sabían que andaba por esos andurriales, o el ring improvisado de la extinta plaza San Mateo donde el Negro Adán intercambió trompadas con Arturo Godoy.
Lo más aterrador es que entre sus vacuas exposiciones, con seguridad y autoridad insólitas que les envidiaría el mismísimo Hitler, insertan una multiplicidad inadmisible de inexactitudes y hasta embustes que, de contera, no tienen la gallardía de reconocer cuando se los hacen ver o los corrigen; por respuesta se ofenden, se ponen furiosos, lanzan dentelladas al aire, tiran bastonazos de ciego y disparan indiscriminadamente. Creen que el golero come alpiste. Hagan lo que hagan, el desastre persiste, porque subordinan la ética a la emoción y a la sensiblería. Anécdotas, mentiras y chismes. Lo suyo es un merecumbé de chascarrillos; en pocas palabras, la charlatanería de la historia. Y para acabar de consumar la catástrofe conceptual, la alcaldía ha descendido al summum del desprestigio y el sinsentido contratando a algunos de esos avilantados para realizar labores de mercadeo en determinados eventos e incluso de desinformación, perdón, capacitación sobre supuestos acontecimientos históricos. Es decir, la institucionalidad de Barranquilla impúdicamente ha tomado partido no por la rigurosidad académica que imponen el imperativo moral y la responsabilidad gubernamental (lo cual se logra contratando calificados profesionales de la historia para los menesteres formativos), sino por las pantomimas de los tales “influencers”. En otros términos, la levedad y la desorientación están arraigadas “de toutes pièces” en nuestros propios gobernantes, esos que institucionalizan la trivialización de la historia. Horroroso. Deplorable que tampoco estudien la historia de la urbe que pretenden gobernar, que ni siquiera se tomen el trabajo de verificar lo que se dice por ahí, que se traguen lo primero que se les ocurre o han creído investigar los caleidoscópicos “influyentes” de moda. Conmovedoramente cayeron en las garras de aquellos que por estas calendas se exhiben con su buena “vibra”, sus pintas estrafalarias, su facundia aliñada con su hablado de niña popof, dándoselas de ilustrados, de más inteligentes, entremetiendo palabras en inglés (que siempre pronuncian mal, en espantoso ridículo) para mostrarse “chic”, y neologismos ininteligibles para posar de enterados, solo para caer en la más extraordinaria ordinariez, la vulgaridad en su más alto ¿o bajo? grado. Y dado que desde finales del siglo XIX en Barranquilla ha habido presencia de inmigrantes arábigos, tudescos, galos e ítalos que han dejado sus vestigios aquí, el ridículo alcanza sus máximas proporciones cuando nuestros amigos mascullan vocablos o nombres del árabe, el alemán, el francés, el italiano...
Paréntesis lingüístico. Como cualquier avispado que cree que los otros son tontos, nuestros extrovertidos hablan más de la cuenta, y, como el que mucho habla, mucho yerra, es entonces cuando meten la pata incurriendo en construcciones sintácticas erradas y vocablos de distinta significación de lo que desean expresar. Verbi gratia, ahora entre nuestros donosos “influyentes” ha hecho carrera una extraña estructura sintáctica que solo conocía en catalán: inexplicablemente, lo que en el resto de lenguas romances es el futuro próximo (uno de los futuros perifrásticos), en ese feísimo idioma (solo superado en fealdad lingüística por el gallego, otra lengua de paletos) corresponde al passat perifràstic, id est, el pretérito perfecto simple del español, el passé simple del francés, el passato remoto del italiano, el pretérito perfeito del portugués y el perfect simplu del rumano. Por ejemplo: Joan Manuel Serrat va néixer en una família obrera d'aquest barri barceloní, literalmente, Joan Manuel Serrat va a nacer en una familia obrera de este barrio barcelonés (en vez de Joan Manuel Serrat nació en una familia obrera de este barrio barcelonés). ¿Qué tal ese fricasé de marimonda? En los otros romances, lo normal, correcto y castizo, es:
(Resalto en negrita el pretérito perfecto simple, el passé simple, el passato remoto, el pretérito perfeito y el perfect simplu, que incluyo primero, separados por / del pretérito perfecto compuesto, el passé composé, el passato prossimo y el perfect compus, los cuales reemplazan, respectivamente (excepción hecha del portugués), al pretérito perfecto simple del español europeo; al passé simple, solo empleado en la literatura clásica francesa; al passato remoto, presente únicamente en la forma literaria clásica del italiano; y al perfect simplu, usado exclusivamente en el orbe literario clásico del rumano).
Español: Joan Manuel Serrat nació/ha nacido en una familia obrera de este barrio barcelonés (el pretérito perfecto simple en América; en España lo corriente es el pretérito perfecto compuesto).
Francés: Joan Manuel Serrat naquit/est né dans une famille ouvrière de ce quartier de Barcelone (el passé simple solo en la lengua literaria clásica; normalmente se usa el passé composé, que en este caso traduce ha nacido).
Italiano: Joan Manuel Serrat nacque/è nato in una famiglia operaia in questo quartiere di Barcellona (el passato remoto solo en la lengua literaria clásica; normalmente se usa el passato prossimo, que en este caso traduce ha nacido).
Portugués: Joan Manuel Serrat nasceu em uma família da classe trabalhadora neste bairro de Barcelona (pretérito perfeito).
Rumano: Joan Manuel Serrat născut/s-a născut într-o familie muncitoare din acest cartier din Barcelona (el perfect simplu solo en la lengua literaria clásica; normalmente se usa el perfect compus, que en este caso traduce ha nacido).
Pues bien, el punto es que, desde hace unos dos años, a los individuos objeto de estas glosas se los oye decir monstruosidades como “Barranquilla va a tener su primer barrio planificado en 1920” en lugar de lo castizo, Barranquilla tuvo su primer barrio planificado en 1920. “Él va a ser el último confidente y secretario de Simón Bolívar” en vez de lo correcto, “Él fue el último confidente y secretario de Simón Bolívar”, o “Baena en 1877 va a ser el ministro plenipotenciario de Colombia ante el Vaticano” cuando lo natural es Baena en 1877 fue el ministro plenipotenciario de Colombia ante el Vaticano. En honor a la verdad, también abusaban hasta el hastío de ello varios de los conferencistas del diplomado en historia de Barranquilla organizado por el Archivo Histórico de Barranquilla en su versión 2024. Por más que lo analizo, no alcanzo a explicarme el proceso mental mediante el cual se configuró entre ciertos barranquilleros lo que parece ser un calco proveniente de un idioma nada común en nuestro medio, sin correlato lingüístico siquiera remotamente semejante ni en los demás idiomas neolatinos ni en el propio latín, y, sobre todo, tan impropio de la mayoría de ellos: el futuro próximo es propio del inglés —específicamente el futuro “going-to”—, por cuya influencia se incorporó al español y al francés. Es verdaderamente peculiar que ese fenómeno haya ocurrido en Barranquilla, pero que ni siquiera hayan sido contaminadas de tamaño exabrupto las múltiples variedades del castellano en España, expuestas a la influencia del terrible catalán dado que cohabitan y son cooficiales en el extenso, poblado y rico territorio del Levante español conformado por las comunidades autónomas de Cataluña, Valencia e Islas Baleares (las cuales conforman el 95% de los Países catalanes más las pequeñas comunidades que hablan catalán en Andorra, el departamento francés de los Pirineos Orientales, la población sarda de Alguer, la Franja de Poniente aragonesa y el caserío de El Carche, Murcia). Y como es fácil imaginarse, da grima la dicción del disparate sintáctico; de hecho, es evidente que se regodean en usarlo, a juzgar por el insolente énfasis con el que articulan las palabras y la mueca de superioridad con que lo acompañan. Otro invento estúpido es usar el supuesto verbo desvivir como sinónimo de matar, la más reciente y flamante deformación del idioma. Básteme decir que no existe un verbo desvivir, existe la forma pronominal desvivirse con el significado de “Mostrar incesante y vivo interés, solicitud o amor por alguien o algo”, así que saquen sus propias conclusiones. Estos majaderos están tan seguros de la originalidad de tales expresiones y de que son lingüísticamente correctas, que se creen precisados a exhibir su presunta superioridad gramatical y a enrostrarles a los demás lo incultos que son por no usar sus novedosos giros semánticos, instando indirectamente a que los empleen. O sea, se deleitan en la incorrección siempre que los haga sentirse originales, importantes, sin importarles un pepino deshonrar gravemente la nobleza del idioma. En otros términos, para rematar, nuestros geniecillos de la lámpara injustamente maltratan, denuestan, deforman la lengua. En una palabra, la ultrajan. Por cierto, ¿por qué hablarán como si estuvieran mascando chicle con la boca abierta?
Reanudo. No soy el único que ha manifestado reparos a los recorridos turísticos por zonas devastadas, calles y aceras bombardeadas y edificios vetustos, remedos de los estilos arquitectónicos originales, la mayoría destartalados, incluso en ruinas y hasta derrumbándose, complementados por las notas inanes de los nuevos eruditos en la presunta historia de Barranquilla. Tampoco el único que, consciente de la amplificación de la que gozan, les reprocha que no denuncien los protuberantes problemas urbanos, sobre todo porque en sus alegres incursiones ya se ocupan no solo de historietas barranquillenses, como suele hacerlo su mentor más conspicuo, el polímata criollo de nombre anglo que se la pasa pontificando sobre los temas más heterogéneos, sino, a su imagen y semejanza, de política, economía, calentamiento global... en fin, se les miden a los temas más variopintos, pero son incapaces de exponer los múltiples problemas de Barranquilla. Entonces, simplemente insulta que se explayen tan munificentemente en lo poco rescatable, pero observen un inmoral silencio de ostra ante tantas realidades negativas que es menester atacar. Sí, la inmoralidad es el sello que los distingue.
Otro aspecto digno de tratamiento psiquiátrico de los “influyentes” que están de fama es su fascinación suprema: la arquitectura local. Sin saber ni pío de la materia ni mucho menos ser arquitectos —ni siquiera diletantes extraviados—, se atreven a conceptuar al respecto de la forma más superficial que puede haber, incurriendo, como es natural, en groseros yerros con los que desinforman y distorsionan execrablemente ese interesante capítulo. Y de la arquitectura local, su obsesión más dañina es el Art Déco, el cual confunden con el Streamline Moderne (también llamado estilo transatlántico o diseño aerodinámico), del que menos que menos poseen la mínima noción ni saben distinguir. Llama la atención que se encarnizan con un estilo caricaturesco —como ellos— que no sobrevivió al paso del tiempo y muy poco o nada se ocupan de los que sí trascendieron, el racionalismo y el neoclásico, el último de los cuales, erradamente, llaman “estilo republicano” o incluso “colonial”, en otro desliz descomunal; no: su fijación es el Art Déco/Streamline Moderne. ¿En qué residirá esa irresistible atracción de la que son presa? Seguramente, los adornitos amanerados y las voluminosas y alargadas curvas los hacen evocar y desear algo. Como sea, lo más socorrido es presumir que esta pesadilla es consecuencia de su raquítica formación académica, de que no leen, no estudian, no investigan, no contrastan, solo repiten cual cotorra monocorde lo primero que encuentran por ahí. En pocas palabras, esta escabechina es producto de su incompetencia. O tal vez de su... debilidad. El mínimo pudor impone no hablar de lo que no se sabe, pero estos mentecatos hacen de su capa un sayo, los tiene sin cuidado vomitar falacias y quedar en ridículo, eso no los toca para nada; ni la crítica ni el comentario afectan a las personas como ellos, ellos están por encima de eso, están acostumbrados a esas cosas.
Pero hay otro caso tanto o más lamentable. En 2017, la Secretaría Distrital de Cultura, Patrimonio y Turismo de Barranquilla, de consuno con esa empresa fracasada que saluda por Museo de Arte Moderno de Barranquilla y una tal Fundación Art Deco, realizó una “Ruta Sacra por Templos Art Deco”, en la que incluyeron edificaciones que de Art Déco tienen lo que el Burj Khalifa tiene de gótico: la sinagoga Sherek Sedek, la primera iglesia presbiteriana, la iglesia Sagrado Corazón y las iglesias bautistas Central, Redención, Beth-El y Huerto de los Olivos. Véalo aquí. Y tengo conocimiento de que también clasifican a la iglesia Sagrada Familia como Art Déco. Pues bien, ninguno de esos templos responde morfológicamente al Art Déco, ninguno. Reto a un debate público a quienes catalogaron esos inmuebles como Art Déco. Que demuestren que esos edificios corresponden al Art Déco. No puede explicarse de forma natural cómo en el propio seno de la institucionalidad barranquillera se ha enquistado el flagelo del no-rigor y la inexactitud a tal punto que tienen cabida y proyección este tipo de asesorías y colaboraciones totalmente descabelladas que, para agravar el maltrecho panorama cultural barranquillero, con bombos y platillos ponen a disposición del gran público como actividades con las que se pretende dar a conocer el patrimonio arquitectónico y aportar a la promoción turística de la ciudad. Pues sepan que, al proporcionar información equivocada como cierta, el efecto termina siendo lo diametralmente opuesto: en nada contribuyen a divulgar ningún patrimonio ni, por ende, a la promoción de Barranquilla, sino a la ruina de su vida intelectual.
Retornando a lo que vine, ni lo que hacen los “influyentes” es ocuparse de la historia —ni siquiera de la “historia urbana”, concepto inexistente que se han inventado algunos para defender su ineptitud— ni es laudable la labor que realizan, por muy “propositivos” que puedan resultarles a ciertas personas no muy diferentes de ellos. Porque si la propuesta es equivocada, como es el caso, sencilla y llanamente envenenan. Desinforman. Desvían la atención. Distraen. Ridiculizan. Tergiversan. Envilecen el noble oficio del historiador de cara a una cabal y necesaria interpretación de la realidad de la polis. Prolongan la condición indigente de nuestra cultura. En síntesis, le hacen daño a este villorrio. Entre la ciudadanía aún cuerda, si no indignación y repudio, al menos perplejidad debe producir tamaña desfachatez.
Además, y esto es lo más importante de esta disertación, en sus ¿desvaríos? ¿especulaciones? ¿fantasías? ¿sueños? esta nueva estirpe de los “influencers” estimula la consolidación de la falsa imagen de progreso y felicidad que se ha urdido últimamente de Barranquilla, y la Cucaña idílica que supuestamente fue en la época en que se asentaron los primeros inmigrantes e instauraron una era dorada de prosperidad y abundancia (desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX). Y no porque no tengan derecho a desvariar, especular, fantasear y soñar, sino por pretender encajarles sus delirios en la mente a los demás. Desengáñense: Barranquilla no es la gran cosa que unos ―no dejo de preguntarme con qué intenciones― han proyectado y demasiados se han creído de un tiempo para acá. Seguramente contagiados de la entelequia que tiene embelesados, borrachos de un entusiasmo ilusorio a muchos, producto 100% de la emotividad y carente de cualquier base fáctica y racional, los nuevos chicos de la cuadra agigantan el dislate al dedicarse a magnificar nimiedades urbanas como las simplificaciones ―¿caricaturas?― del neoclásico, el racionalismo, el Streamline y el Art Déco más o menos supervivientes especialmente en El Prado, Altos del Prado y el centro, que, entérense, también existen en otras capitales como Bogotá, Cali, Cartagena, Tunja, Popayán, Manizales y Medellín, inclusive en pueblos como Mompox y Ciénaga, así que nada de extraordinario tienen ni siquiera en el contexto colombiano. En este punto me asalta la duda de si solo nos enfrentamos a pacientes muy paranoides que hacen crisis periódicas delirantes cuya causa es su supuesta pasión por Barranquilla, o a unos tristes oportunistas más. Sin embargo, mi respeto por la fragilidad de la condición humana y mi antiguo aborrecimiento a la simplificación de complejos procesos sociales como el que nos concierne, me hace figurarme que la verdadera causa reside en que la autoestima de los habitantes de este pueblón es tan baja y/o es tanta su conciencia ¿o inconsciencia? de la mediocridad imperante, que constantemente necesitan que estén lisonjeando a la ciudad de sus amores ―y por transitividad a ellos― por la mínima cosa o personaje para sentirse menos miserables, un poco felices y orgullosos de esto. Por ahí va la cosa. En cualquier caso, o son unos tontos de capirote que se niegan a ver la realidad, o, en el mejor de los casos, estamos ante un fárrago de aldeanos deslumbrados. ¿A quién se le puede ocurrir que Barranquilla es bonita con ese centro tan horrible, vamos a ver? ¿Y la dantesca Barranquillita y sus caños de aguas podridas, donde la degradación urbana alcanza sus máximas proporciones? ¿Y las vastas porciones subnormales de los llamados Sur Oriente y Sur Occidente? Esos sectores representan el 80% de la urbe, tanto en extensión como en población, nada menos. Sin embargo, aquella quimera han llegado a sostener, cuando es lo contrario: esta es una ciudad fea, más sucia que un rancho solo, donde el desorden es el soberano, hedionda, repleta de excrementos, descuidada, atrasada, plagada de un montón de edificios descascarados que cuando no están abandonados, se encuentran en ruina; sus calles, sembradas de huecos; sus aceras, destruidas e invadidas por todo tipo de depredadores urbanos y gentuza de la peor estofa; sus calles, recorridas por raudos vehículos de la muerte; la urbe de las obras dañadas incluso antes de ser inauguradas, pues la calidad de las construcciones y los materiales es menos que mediana: ya ven hasta dónde llegan el pillaje de los contratistas y la complicidad de la corrupción institucional e inveterada que lo consiente, en el amancebamiento de muerte más nefando que ha podido existir. El resobado centro ―la médula alrededor de la que gravita toda la colectividad―, sintetiza y es el reflejo del resto: un horrendo, decadente y sórdido manicomio urbano y humano. Hay que ver la pena que pasa uno cuando lleva foráneos a recorrer Barranquilla; salen corriendo para no regresar jamás ante tantas bestialidades que presencian. Y lo peor: la mayoría de los vecinos de esta bahorrina no conoce la educación, la cultura ciudadana, en una palabra, la civilidad; todo el mundo hace lo que le da la gana sin importarle un bledo perjudicar a los demás; y de contera, no hay autoridad que impida tantas monstruosidades. Casi puede decirse que, en materia de aseo, la ciudad llevaba décadas abandonada a la buena de Dios hasta hace pocos meses, cuando la actual administración se ha dado, por fin, a la tarea de erradicar el sinnúmero de basureros a cielo abierto que nos agredían y contaminaban; asimismo, ha emprendido el arreglo de unos cuantos desaguisados monumentales de demasiada vieja data como el tumor purulento de los mercados de Barranquillita y la invasión de algunas aceras críticas del norte. Puede que Barranquilla sobresalga en el contexto nacional ―hasta cierto punto, pues es inconcebible compararla con Bogotá, Medellín y Cali―, pero nada más que eso.
Afortunadamente, el viento se lleva las palabras de quienes solo se dedican a decir majaderías que no dejan consignadas por escrito, por lo que el perjuicio que esos ocasionan es, si se quiere, menor; en cambio, los pocos que escriben sí hacen un daño mayor a causa de que lo escrito, escrito está (aunque los videos también permanecen en Internet); y dado que en Barranquilla muy pocos verifican lo que leen, las mentiras terminan convirtiéndose en la verdad. No obstante esa incomparable debacle, al mismo tiempo que escriben, los atrevidos ―paradójicamente, dueños de una alta dosis de ingenuidad― dejan para la posteridad la prueba irrecusable de su incompetencia, pasto para que los verdaderos estudiosos los hagan papilla más temprano que tarde, de paso haciéndolos quedar en ridículo, como ya les ocurrió a los sabidillos que llaman Art Déco al Streamline Moderne, esos que cuando les enrostraron su error monumental, del cual durante demasiado tiempo se habían lucrado, en su desesperación infernal perdieron su acostumbrada cheveridad (quedando clarísimo que era fingida) mandando a todo el mundo a la porra, y berrearon que les importaba un rábano que en Barranquilla no hubiera Art Déco. ¿Qué tal? Valientes mamarrachos. Tras de que la llamada historia de Barranquilla es insignificante, ahora estos señoritos la terminan de corromper con alegre irresponsabilidad. Algo inaudito: veinte años atrás, que alguien hubiese tenido el atrevimiento de rebajar a la categoría de historietas lo poquísimo que hay en materia de historia habría suscitado el repudio contundente de una intelectualidad entonces vigorosa, pero que ahora ni se entera de estas abominaciones. En el colmo del descaro, los consabidos historietadores pretenden deshacerse de las críticas cada vez más copiosas y frecuentes a sus vagabunderías mediante el trillado y tonto recurso de bramar que no veamos sus videos o que no leamos sus publicaciones. Imposible; en primer término, porque desde la suficiencia de la soberbia imparable que los enferma hasta el punto de creerse divas, nuestros “superinfluyentes” no están en capacidad de comprender que el propósito de las críticas es que enderezcan sus delirantes y vacuos contenidos, pues bien canalizadas, las cualidades comunicativas que poseen (que, aunque limitadas, las tienen) pueden ser valiosas si su trabajo se revistiera con rigurosidad crítica y académica, si fuera, en una palabra, comprometido; y, segundo, reutilizando unos apuntes de hace unos años con ocasión de otro sonado caso, porque algunos tenemos el imperativo ético y moral de denunciar las baratijas conceptuales que asuelan a nuestra colectividad, con la férrea determinación de que no tengan acogida, al menos, en la institucionalidad de Barranquilla. Ahora bien: ¿por qué me figuro tener ese imperativo ético y moral? se me dirá. Solo hay que considerar la cantidad de vistas, “Me gusta” (“likes”) y comentarios laudatorios de sus videos, fotos antiguas y publicaciones. Se cuentan por miles, son aclamados y aplaudidos por el gran público, lo que demuestra meridianamente que la gran masa barranquillera abraza y aplaude la frivolidad y la inexactitud. Y dado que, como es habitual, las mayorías rara vez tienen la razón, cuanto antecede reconfirma que estos insensatos están inoculando una visión insustancial de la polis y su “historia” en la psiquis colectiva. Y no puede permitirse, hay que hacerle frente a la inmoralidad desenfrenada. Ya me contarán si logran su cometido. No es cultura el envilecimiento de la historia y el lenguaje, ni es lícito usar aptitudes comunicativas en las redes sociales y volverse guía turístico para pervertir el pensamiento de jóvenes e ingenuos. Por lo pronto, que aprovechen su cuarto de hora, que sigan lucrándose a costa de la trivialización de la ciudad. Después será demasiado tarde.
Barranquilla, 8 de julio de 2025