PÁSENME LA SALSA


Hace dos días me apareció en Facebook un artículo titulado Por qué Cali nos aventaja en materia salsera, firmado por Gilberto Marenco Better y rotulado como “Especial para Zona Cero”. 

 

El solo título tiene todo el cariz de ser de aquellas afirmaciones aceptadas como dogmas por el gran público, especialmente cuando provienen de alguna presunta autoridad en determinada materia. No tengo mucho que hacer y aunque sé perfectamente para dónde va el escrito, pues en el título está dicho prácticamente todo, lo abordo con desgano. Empiezo por percibir una dificultad en el lenguaje de Marenco Better que me impide digerirlo, ni siquiera acercarme cordialmente a la médula del asunto, comoquiera que algo repulsivo me suena a falso. Cuando me pasa eso, siempre me funciona volver a los principios, lo cual me descifra el enigma con una claridad desconsoladora: se trata de otro caso de uno de los problemas manidos de la sociedad: la generalización. Y no poco de la trivialización. 


En términos prácticos, el análisis de Marenco B. adolece de definir y delimitar prácticamente todo lo que afirma. Y como en estos casos es de rigor la exactitud, obligatoriamente preciso detenerme en el lenguaje, pues el utilizado da mucho que pensar; por lo menos a mí me genera más interrogantes que las verdades que el autor pretende dar por sentadas. 


Por ejemplo, palabras hueras como “gran controversia”. ¿Gran? ¿Y quiénes sostienen esa gran controversia de si somos más salseros que los caleños o, lo que parece ser lo mismo, si una ciudad es más salsera que la otra? Pero sobre todo, me perturba ese "somos". ¿Somos quiénes? ¿Todos los barranquilleros? ¿Comparados con quiénes, con todos los caleños? ¿O estaremos hablando de la mayoría de unos y otros? ¿O quizá se refiera Marenco B. a aquellos de cierta generación a los que les gusta la salsa? ¿O hablaremos quizá de ciudad a ciudad, de las políticas salseras gubernamentales de cada una? El juego de palabras me resulta confuso, y no creo que Marenco sea tan tonto. ¿Cómo determinar de quiénes hablamos, cuál es el método?


Ahora bien, planteemos algo más simple: ¿qué es ser salsero? ¿Quien simplemente gusta de la salsa? ¿La salsa, que ni siquiera es un ritmo, sino un término paraguas bajo el que se recogen un puñado de ritmos afrocubanos? Recalco esto porque hay categorías de salseros, tales como los salseros duros de los años 1960, que miran por encima del hombro a la salsa erótica de Eddie Santiago o la cursi de Jerry Rivera. En ese orden de ideas, ¿qué tipo de salsa debe gustarle a una persona para ser considerada salsera? ¿O se considera salsero a quien, además de gustarle, debe saber de su historia, desarrollo, músicos, etcétera? ¿El que, además de gustar de ella, tiene conocimientos de teoría musical que le permiten apreciar su superioridad? ¿El que la toca? ¿El que la sabe bailar? ¿Quiénes son los salseros? ¿O lo son todos los anteriores?


En mi caso, me gustan muchas canciones de la mal llamada “salsa”, desde los años 1960 hasta los 90, y conozco algunos datos esenciales, pero no me considero salsero, me infunde mucha incertidumbre ese rótulo, así como algo de respeto, aunque resulte contradictorio. El concepto salsero me remite, en primer término, no solo a quien le gusta mucho esa música, sino al que, además de gustarle, se sabe de memoria hasta quién tocó el güiro en la canción tal de determinado álbum, o las peripecias por las que tuvo que pasar tal grupo para grabar un disco, es decir, los que conocen todo ese tipo de anécdotas a tal punto que parecen parte de sus vidas. También se me vienen a la mente quienes coleccionan discos, los que la bailan en los estaderos de Barranquilla por unos cuantos pesos, en pocas palabras, quienes viven en función de esa música, muchos de los cuales andan en los mencionados estaderos oyéndola, bailándola y tomando, e incluso, se atreven a tocar (siempre mal) el cencerro, el güiro y las maracas. Los hijos de vecino que, sin ser coleccionistas en el sentido estricto de la palabra, y muchas veces sacrificando el presupuesto familiar, compraban cuanto disco salía y lo ponían a todo timbal en sus equipos de sonido. No sé si también clasifiquen ahí los que se visten de pantalón blanco, zapatos blancos o dos tonos, tirantes, camisa de flores y sombrero de paja. O los que se ponen camisetas estampadas con la caras de Héctor Lavoe, Celia Cruz o Willie Colón y se hacen a una campana que creen tocar en sus arrebatos salseros. O los que hablan con una especie de acento cubano o puertorriqueño, como Joe Arroyo, entremetiendo palabrejas como vaya, caballero, tipa, bembé, jeva, ahí namá, pana, etcétera, y hasta llegan al extremo del ridículo de pronunciar la erre como ele, verbi gratia, “muelto” en la deplorable versión de Sabré olvidar de Arroyo.


Volviendo a mi caso, para rematar me gusta el vallenato, la música desdeñada y humillada por los salseros. ¿Recuerdan cuando le pusieron "yuca" y yuqueros a los que nos gusta el vallenato? De corronchos y salvajes no nos bajan. Entonces no sé si, en rigor, ser vallenatero descalifica a un salsero, pero sí estoy seguro de que los salseros pura sangre piensan que la condición de vallenatero descalifica automáticamente a cualquiera, esto es, que el gusto por el vallenato es incompatible con la salsa. Para ellos es salsa y nada más.


Y después de todo, ¿qué es una ciudad salsera? ¿Cómo se mide eso? ¿Cuáles son los parámetros para determinarlo y con los valores obtenidos hacer comparaciones? Del análisis de Marenco se desprende que todo depende de la capacidad de organización de eventos salseros, lo cual, en estricta lógica, solo prueba que en una urbe se organizan más eventos de ese tipo que en otras. Punto. ¿Cómo ponderar hechos intangibles como la gente común que pone o ponía salsa a todo timbal en las terrazas de sus viviendas? ¿Los que organizan y/o participan en bailes, verbenas o casetas amenizadas con picó y otros sistemas de sonido en las calles de los barrios populares? ¿Dónde queda toda la cultura surgida alrededor del picó salsero de los 1970? ¿Qué decir de los discos que entraban a Colombia por el terminal marítimo y los que traían por encargo de Estados Unidos, Venezuela o Panamá? ¿Y de las programaciones de las emisoras de radio barranquilleras que determinaban las del resto de emisoras del país? ¿Y de los picós que definían lo que se ponía en las emisoras? ¿Se estará pasando por alto el papel del carnaval con sus casetas y su Festival de Orquestas, en los que se presentó lo más granado de los grupos e intérpretes salseros? En la época de oro de la salsa, en Barranquilla no fue necesario ningún evento ni apoyo gubernamental o privado, todo se dio espontáneamente gracias, en últimas, al sustrato caribeño común, así que en absoluto se requieren ahora esfuerzos para mantener o revivir un género que hace décadas pasó de moda, situación que debe aceptarse filosóficamente como parte inevitable de su ciclo natural. En otros términos, en estos casos ser o no ser no viene dado por iniciativas y apoyos personales o institucionales trasnochados y artificiales, sino por genuina generación espontánea.


Pero mi punto en realidad es otro, mi lucha a ultranza contra la generalización y la banalización de la sociedad, así que insisto: ¿cómo se determina quiénes y cuántos son los salseros? Reitero la pregunta porque en su lamento parece que el autor hablara por la ciudad, es decir, al menos por la mayoría de sus habitantes; y está de más mencionar que a muchísima gente en Barranquilla no le gusta la salsa y, por ende, no forma parte de ese colectivo que podría estar interesado en la ficticia controversia puesta de nuevo en la mesa por el artículo. Es más, no me cabe la menor duda de que a numerosas personas a las que les gusta la salsa tampoco les interesa la discusión. A mí, que como ya dije, me gustan muchos temas de la mal llamada salsa y que sé algunos de sus datos esenciales, nunca me ha llamado la atención esa controversia que cada cierto tiempo surge por allí nadie sabe con qué objetivo. ¿Sentirse realizados, quizá? En otros términos, esa bendita polémica solo existe en las cabezas de ciertas personas que, en su desvarío, creen que es un tema de ciudad. A nadie les interesa ni se mete con sus gustos musicales, ni con que organicen sus actividades y eventos salseros, pero pretender que su gusto sea asunto de ciudad es abusivo y atrevido. Eso es de ustedes y nada más. 


Ahora bien, usando los términos de Marenco B., para establecer la imaginaria superioridad salsera de una ciudad a mí muy poco me dice que en determinado lugar hayan formado una industria bien organizada con un género musical extranjero que pasó de moda hace años, que involucra niños, que aparentemente se convirtió en marca de ciudad, que cuenta con apoyo gubernamental y privado, a la que contribuyen coleccionistas que no son egoístas, cuya música en cuestión se haya sacado de su escenario natural, los estaderos, a los parques para darle más visibilidad y que se le haya incorporado un elemento presuntamente cultural. Eso será para los nostálgicos de esa música, quienes, la verdad sea dicha todas las veces, no tienen reparo moral en la apropiación y comercialización, con ánimo de lucro, de géneros musicales foráneos por parte de oportunistas de los más redomados. Y están en todo su derecho. Pero, fundamentalmente, cuanto antecede no me dice nada porque todo es artificial, no se dio de manera natural, en otros términos, es algo necesariamente forzado, impuesto y, de contera, extemporáneo. Para nada deberían inquietar esa clase de “ventajas”.


Menos me dicen las numerosas escuelas de salsa de Cali, por muchos concursos internacionales que hayan ganado, pues solo se dedican a distorsionar el baile con sus contorsiones y malabarismos.


En mi criterio, cualquier política institucional alrededor de la salsa es otra prueba de artificialidad. Perdóneseme que me valga de su despreciado vallenato, pero mi limitado acervo musical me remite a este que considero la mejor muestra de lo que quiero expresar, especialmente porque también se aplica, mutatis mutandi, a la salsa. Desde hace lustros, el vallenato se encuentra en franca decadencia y, paradójicamente, nunca tuvo mayor apoyo gubernamental y privado. Hasta patrimonio de la humanidad es ya, otro título frívolo, sensiblero e inane. Y solo mencionaré que los juglares y sus antológicas canciones se dieron mucho tiempo atrás, cuando el vallenato era mal visto y estaba relegado a los campesinos en el monte. Lo que demuestra meridianamente que ni todo el apoyo institucional y económico producirá los Juancho Polo Valencia, los Emiliano Zuleta Baquero, los Pacho Rada, los Alejandro Durán, los Rafael Escalona ni los Chema Gómez. Del mismo modo, tampoco los Miguel Matamoros, los Rogelio Martínez, los Dámaso Pérez Prado, los Ismael Rivera o los Arsenio Rodríguez.


Retornando a la salsa en Barranquilla, es falso que aquí pululen los sabios salseros, ni los coleccionistas, ni los eventos, como sostiene Marenco B. Aquí hay pocos sabios en cualquier materia, poquísimos coleccionistas y aún menos eventos de salsa, los cuales son casi clandestinos. Aplaudo esos intentos de institucionalización como la Asociación de Coleccionistas de Música Afrocaribe, la Asociación Colombiana de Coleccionistas de Música Afrocaribe, la Asociación de Discotecas Profesional de Música Salsa y sus fracasados encuentros solo en la medida en que les dan satisfacción a sus miembros, nada más que eso. 


Más que otra cosa, parecen bastonazos de ciego atribuirle el supuesto rezago de Barranquilla en materia salsera frente a Cali a encuentros y concursos de nula notoriedad e impacto, en pocas palabras, a los que nadie les presta atención salvo el grupúsculo salsero, que cada vez es más reducido. Que dichos concursos hayan sido permeados por jueces corruptos agrava aún más las aspiraciones de los salseros locales.


Acierta rotundamente Marenco en su análisis de la sustitución de la salsa por las músicas africanas de dudosa calidad, eso estuvo muy bien dicho.


Pero el final del artículo es lo más interesante, pues el autor parece contradecirse. En su concepto, son imprescindibles los espacios privados para ciertas faenas. Lógico. O sea que no todo ha de sacarse a los parques. 


Llama también la atención su afirmación de que entre los interesados en construir una cultura salsera en Cali se han presentado algunos de los mismos problemas que les critica a los salseros barranquilleros, a quienes atribuye la hipotética inferioridad salsera de Barranquilla: “...altos y bajos, controversias, disensos y deserciones” aunque hace la salvedad de que “...al final todos empujan en la misma dirección”.


En cambio, a mí me place sobremanera que en Barranquilla se impongan esos salseros aparentemente ególatras, pues en ellos radica no solo el verdadero conocimiento, sino la genuina estirpe musical. Nada me dicen los advenedizos sabihondos que participan en encuentros artificiales en andinas montañas, encumbrados solo por el hecho de ser españoles o chinos. Léase bien: españoles y chinos. Y de la participación de niños ¿qué se puede decir? Como analogía, sépase que Los Niños del Vallenato no han producido ni producirán medio Lorenzo Morales. ¿La continuidad del conocimiento? Para eso está Internet. ¿Y el gusto, la tradición? No se afanen, eso es genético; si una persona no nace con la inquietud, la pueden poner en el centro de la movida salsera de Nueva York en los 1960 y 70, que jamás será salsera.


Prefiero todas las veces a los espontáneos barranquilleros que ponen música en sus equipos de sonido en las puertas de sus casas y alegran a todo el barrio los fines de semana (esa sí, verdadera y viva marca de ciudad) en vez del acartonamiento de escuchar las programaciones y conferencias de los supuestos nuevos eruditos de la salsa mundial, sea al aire libre o en un recinto con aire acondicionado, durante o al cabo de las cuales hay que presenciar acrobacias circenses con contorsiones y maromas incluidas, y se remata con pompa y circunstancia, brindis y tablas de quesos, amén de las infaltables fotos y circulares de prensa.


Lejos de la admiración que le produce a Marenco B. que en Cali se hayan organizado tan bien para usurpar de música ajena y lucrarse descaradamente de ella, a mí todo eso me produce vergüenza, lástima y rabia, por decir lo menos. Y no soy el único.


Por otro lado, ya es hora de que los autodenominados salseros despierten de su sueño y reconozcan que la salsa murió hace años y que hoy subsiste solo como música de resistencia, realidad muy evidente en Barranquilla, a donde ni siquiera (y, en mi criterio, afortunadamente) llegaron los desarrollos de la salsa posteriores a los años 1990, como la timba y el jazz latino. Prácticamente, Barranquilla se quedó en la salsa hecha hasta máximo mediados de los 1970, y qué bien que así haya sido, pues todo lo que vino después fueron meros, auténticos refritos. 


Asimismo, deben bajarse de una vez por todas de la nube de la presunta superioridad musical de la salsa sobre otras músicas, lo cual los hace seres superiores facultados para menospreciar a los demás y llenarse la boca con su pretendido buen gusto. Se ufanan de música ajena, o sea que los tiene sin cuidado que esa música no sea de aquí, vea usted. ¿Sacar pecho por algo ajeno? No es mi línea. Es un caso análogo al de los beisboleros: se creen superiores porque supuestamente les gusta el béisbol, deporte ciertamente complicado por el montón de reglas y detalles que entraña. Creen conocer su historia, reglas y secretos, pero como todo se cae por su propio peso, en el hecho de tratarlos descubre uno que ni siquiera saben cosas tan básicas como cuándo ocurre un balk, no saben interpretar el ERA, no distinguen un cambio de velocidad ni, menos, saben cómo se agarra la pelota ni cuál es la mecánica del cuerpo para lanzar un triste slider. Es el caso del profesor Maldonado, quien apenas este año, a sus 73 y después de toda una vida de alardear de ser beisbolero, supo por mí cómo se escribe squeeze play.


Claro, que en Cali es peor el asunto: se creen caribeños, incluso, se dicen más caribeños que quienes nacimos y vivimos a orillas del Caribe. En su desesperación, recurren al elemento negro común y a una línea de conexión negra Caribe-Pacífico, que no existe; hasta tesis de maestría han hecho con ese argumento. ¿Se había visto semejante dislate? 


Ahora bien, téngase siempre presente que, como bien afirmaron diversos creadores de salsa como Johnny Pacheco, Willie Colón, Celia Cruz y Henry Fiol, la salsa es el formato o estilo, caracterizado por sus arreglos progresivos, que se le dio a la música cubana desde mediados de los años 1960. Y la música cubana debe su desarrollo a que se nutrió de la música clásica recibida de España más que cualquier otra colonia, pues Cuba se independizó de España en 1898, casi un siglo después que la mayoría de naciones hispanoamericanas. Entonces me pregunto hasta qué punto tienen mérito unas músicas que han sorbido tanto de la música clásica, cuya existencia y desarrollo se basa tanto en ella. Para nadie es un secreto que las formaciones de salsa son mini orquestas sinfónicas con unos cuantos elementos africanos, como los tambores, e indígenas, como el güiro y las maracas. Los ritmos de estirpe negra, en conjunción con el café con pan, el componente arábigo subyacente, salvan a la salsa de lo que habría sido la falta de originalidad más total y absoluta, estaría reducido a una especie de pasillo alegre. Solo que, como en toda imitación, algunas cosas necesariamente tienen que salir mal, como la innegable estridencia de la salsa. 


¿Qué puede hacer la salsa ante una música realmente original como la cumbia, que se basta, y de qué manera, sin necesidad siquiera de armonía? 


Y aunque me parece que el tema no tiene ni pies ni cabeza, pues no es exacto que exista una controversia sobre “qué ciudad es más salsera”, cuestión que me parece ridícula, sin sentido y pueril, le digo a Marenco Better que es simplista atribuirle a un solo factor la causa de procesos sociales y culturales tan complejos como el desarraigo de un género musical en una colectividad. Y espero que acoja mi sugestión de buen grado, pues no tengo nada contra él, ni siquiera lo conozco a pesar de ser su “amigo” en Facebook y de que, de hecho, me parece interesante lo que plantea, aunque solo en la medida en que me da pie para expresar lo que pienso.


Lo que sí le critico es esta afirmación: “Además se ha generado un movimiento que involucra los niños como verdaderos herederos del conocimiento musical y como es de esperarse Cali, será [sic] siendo la Capital Mundial de la Salsa, porque es una marca de ciudad y todo el esfuerzo gubernamental y privado se dirige en un solo sentido y con objetivos muy claros”. Primero que todo, la razón no justifica la conclusión a la que se cree llegar, por los motivos antes explicados. Segundo, no existe ninguna capital mundial de nada, eso es pura farándula. Pero si en este caso la hubiera, sería Nueva York, donde surgió todo el movimiento salsero. Sin Nueva York jamás habríamos hablado de salsa. No puede haber punto de comparación entre el escenario donde surgió y se desarrolló todo, con una parte en la que unos oportunistas armaron una industria asquerosa con música que no les pertenece con el objetivo del lucro económico disfrazado de tema cultural e identitario de ciudad. Sería un error de apreciación descomunal. O tal vez me estoy complicando yo solo y Marenco simplemente se refiera, como tantos otros, a capitales mundiales a la manera de Bosconia, capital mundial del chicharrón, o Valledupar, del vallenato.


Por último, en el siglo IV antes de Cristo, Aristóteles analizó sistemáticamente el que parece ser el gran asunto de la humanidad: el problema de lo uno y lo múltiple. Uno (o unos) queriendo imponerles su realidad a los demás. El que entendió, entendió.



P.D. En el nada probable caso de que se me pidiera mi concepto sobre las ciudades más o menos salseras, solo por hacerles el juego y ponerme, por qué no, en frivolidades, empezaría por definir y dividir la cuestión muy bien en segmentos, ya explicaré por qué y cómo en un próximo escrito.



Barranquilla, 27 de diciembre de 2025