Adiós al cura farandulero

21 de enero de 2019

Correo electrónico que envié al director del departamento de Comunicación Social de la Universidad del Norte Alberto Martínez en reacción a su columna La dispensa de Linero.

Estimado Alberto:

Leí con suma atención su catilinaria contra la Iglesia Católica disfrazada de apología de su gran amigo Alberto Linero, el cura farandulero.

Permítame decir, en cabeza de los comentarios, que me autoproclamo el contento número uno de que esa vergüenza de la Iglesia se haya largado por fin; más bien lamento que (la Iglesia) no lo haya expulsado a tiempo. Como a usted, pero por distintos motivos, su decisión de colgar los hábitos, lejos de mortificarme, me ha complacido en grado sumo. Solo guardo la esperanza de no verlo algún día de “pastor evangélico”.

Desde que conocí su cri de guerre, “El man está vivo”, supe que no estábamos ante cualquier perita en dulce. Un tipo que se atreve a llamar man a Jesús de Nazaret no puede ser criatura buena. Luego vinieron sus progresivos desafueros, su desbraguetada lengua, su vulgaridad... cuesta trabajo entender que haya seducido a tanta gente aparentemente cuerda.

Pero debo refutar el tono pontifical al ensalzar a Linero como “hombre de alma limpia”... “ser transparente”. ¿Qué alma limpia y transparente puede ser la de un sacerdote que acabada la misa se embarca en tremenda camionetona con dos rubias despampanantes y arranca con rumbo desconocido?

Digámonos la verdad: Linero nunca fue un sacerdote católico genuino. En pocas palabras, un tipo sin vocación sacerdotal. En teoría, el presbítero católico siempre ha sido una persona honorable, recatada, discreta, retirada del mundo y entregada a su feligresía y a la labor social, especialmente en beneficio de los menos favorecidos; ¿dicen algo nombres como Óscar Arnulfo Romero, Dom Hélder Câmara, Cirilo Swynne o Stanley Matutis, para mencionar a unos cuantos? Nada de eso se aplica al personaje de marras, quien fue todo lo contrario: prosaico, mundano, procaz, blasfemo, irrespetuoso. Pero sobre todo, sin vocación. ¡Demoró demasiado en desmontar su teatro!

Pero veamos más de la columna:

Las malas palabras que por lo general dice en las tertulias, a veces se le salen en la misa. Pero nada daña su esencia única. En cualquier circunstancia, Linero inspira confianza

Comentario: Eso no tiene coherencia. ¿Malas palabras en la misa? Un sacerdote que profiere malas palabras en la misa automáticamente inspira desconfianza; a mí, por lo menos. Voy más allá: las malas palabras dañan la esencia de cualquier persona. Es el colmo que un comunicador social haga apología de la chabacanería verbal, especialmente, de un sacerdote.

Linero no ha roto con Dios, si es que ese es el tema.

Comentario: ¿Quién ha dicho que ese es el tema? Solo él sabe eso y no le importa a nadie más. En todo caso, Linero siempre fingió, hoy está clarísimo. Él estaba más con las rubias, de locutor, de cantante, de periodista, de comentarista, de presentador, en las camionetas, con los ricos… Sus acciones hablaron por sí solas.  

Lo cansaron las lógicas de una Iglesia terca, obstinada y en ocasiones incoherente, donde parecen ganar terreno las dobles vidas (o dobles morales) y el poder de sectores conservadores que hasta han osado pedir la renuncia del papa Francisco para no dejar avanzar reformas necesarias.

Comentario: Eso piensa usted. Tachar a la Iglesia de terca, obstinada, incoherente… es, por lo menos, falta de respeto. Pero más bien es falta de claridad mental. Un poco de estudios en teología católica e historia de la Iglesia no vendría nada mal. ¿Por qué no ver las posturas de la Iglesia como una fortaleza y apego a principios antiguos y muy básicos en esta era de locura, desenfreno, desubicación, desvergüenza y relativismo moral?

El problema es que la Iglesia está en un momento coyuntural de su historia, en el que debe tomar decisiones trascendentales como las que propone Bergoglio

Comentario: Lo mismo ocurrió en los tiempos de aquel campeón del catolicismo, San Pío X. Es el mismo discurso manido, del que no parecen percatarse así se lo repitan una y mil veces: que es una coyuntura. ¿Y cuando pasen las moditas, qué? 

No sé si sea posible avanzar en una revisión profunda al Celibato, la Comunión, el Matrimonio o el machismo de los ceremoniales, que deben estar en la agenda de los cambios. 

Comentario: ¿Para qué habla de lo que usted mismo dice que no sabe? Hay copiosas razones teológicas e históricas para el celibato, por ejemplo (si en realidad le interesa, lea la encíclica Sacerdotalis Caelibatus). Un poco de investigación les ahorraría a los lectores sesudos toparse con este tipo de disparates. Ahora, recurrir al sentido común a veces es de utilidad.

Pero en mi criterio, esto es lo peor de la columna:

A Linero, intuyo, le afanó que su Institución estuviera indefectiblemente secuestrada. El mensaje que leo, y sigue siendo mi interpretación, es que ahí no había mucho que hacer ni autoridades interesadas en alterar el statu quo. Y resolvió sus dilemas marchándose. Al hacerlo fue, de nuevo, coherente. Como la ha sido toda su vida.

Comentario: Es curioso que toda la culpa se le atribuya a la Iglesia cuando desde antiguo está claro que las causas de los fenómenos no residen en las condiciones externas sino en la contradicción interna. Iglesia secuestrada… statu quo… bla, bla, bla. Qué curioso que solo tras 25 años de ¿ministerio? Linero se dio cuenta o se hartó supuestamente de aquello. Más curioso aún que no haya tenido los pantalones para denunciarlo públicamente (se ha dedicado a repetir algo que no se lo cree nadie: que la soledad lo agobia) y que lo tenga que hacer ahora por interpuesta persona. Y claro, resolvió su “dilema” (qué palabra más poética) de la manera más dañina para la Iglesia: marchándose cual cobarde en vez de contribuir a solucionar los presuntos problemas. Esa fue la lógica del apóstata y cismático redomado Martín Lutero. Y el resultado: las 666.666 sectas pseudoevangélicas que aterran hasta al más ingenuo, embaucan, engañan, lavan cerebros, estafan, cobran diezmos, exigen ofrendas e incluso desfalcan al Estado... ¡Menudo daño le ha hecho este individuo a la Iglesia! ¿Puede haber algo más incoherente que lo hecho por ese señor Linero? Pero para algunos eso es coherencia, y según quienes lo conocen, ha sido así “toda su vida”. Verdaderamente, ya lo dice el viejo refrán alemán: “Lo que es para unos un búho es para otros un ruiseñor”.

Se va con lágrimas, pero con su alegría de siempre. Ha sido atacado sin misericordia por la ignorancia o los impíos de la libertad individual, pero lo cubre la conciencia tranquila. ¿Conciencia tranquila? Negra, será. Y sí, se va con lágrimas… de cocodrilo. De impostor, de embaucador profesional, de envenenador del catolicismo. ¿Qué querrá decir “impíos de la libertad individual”? ¡Qué juego de palabras más bastardo! ¿Se referirá por casualidad al relativismo moral, aquel problema en cuya raíz se encuentra la auto-limitación de la razón de Kant?

Finalmente, permítame que exprese en otra lengua mi alivio ante el retiro de este cura impostor, pero no conozco en español mejor expresión que esta: Good riddance!