Apuntes mirmidónicos XXVI

7 de marzo de 2014

Primero me pareció, y después me lo dijeron, que la ansiada ampliación de la carrera 51B resultó un fiasco, pues las calzadas quedaron del mismo ancho; lo realmente nuevo es el bulevar que las separa, el cual de nada sirve en una vía rápida como esa, más bien quita espacio.

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Falta de visión total que la calle 79 se amplíe entre las carreras 52 y 60 (justo en el sector del Country...), y no desde la 43, un error que ya cometieron con la 51B al “ampliarla” entre la Circunvalación y la calle 87, debió ser hasta la 84, como mínimo.

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Nos esperan tiempos duros en materia de movilidad. A los traumatismos ocasionados por las ampliaciones de las carreras 54 y 51B se suman los originados por las obras de las calles 79 y la 84, que también comienzan la próxima semana.

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Nada que hacen nada en el lote del antiguo Sanandresito…

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Nada que arranca la plaza de San Roque…

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Y tampoco comienza la ampliación/reconstrucción de la carrera 50…

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Ya debe estar casi lista la plaza del río Magdalena, adyacente a la Intendencia Fluvial, cuya restauración avanzaba a velocidad meteórica y parece haberse detenido.

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Después de un largo estancamiento, por fin tomó forma el corredor portuario. Ya están casi listas las calzadas de la carrera 38 en su intersección con la calle 6, es decir, la glorieta adyacente al puente sobre el caño de la Ahuyama (hoy dieron al servicio la calzada occidente-oriente). Tremenda sorpresa me llevé ayer cuando tumbaron la paredilla de la Zona Franca adyacente al caño de la Ahuyama, lo que dejó al descubierto la nueva paredilla íntegramente terminada (parece mentira) varios metros hacia el interior de los predios. Con esto queda resuelto el problema espacial, pues entre la ZF y el caño no se podía construir ni una calle de barrio. Resta que articulen la calzada que viene del puente entre el caño y la Zona Franca con la de la calle 6 a la altura del puente del Golfo, es decir, la intersección con la carrera 30.

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El desastre de Transmilenio tiene un solo nombre: Enrique Peñalosa. Ese fue el alcalde que implantó un sistema de transporte público evidentemente insuficiente para los casi ocho millones de habitantes de Bogotá. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que Bogotá requiere un metro de mínimo cinco líneas. 

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¿De Venezuela ya qué se puede decir? En tiempos de la “rancia oligarquía” venezolana nunca escuché que la gente pasara hambre o que les faltara hasta el papel higiénico. La violencia no es nada nuevo: Caracazo de 1989, intentos de golpe de Estado de febrero y noviembre de 1992, los disturbios que desencadenaron la deposición de Chávez y su vuelta al poder dos días después en abril de 2002, las protestas de febrero y marzo de 2014... En todas estas asonadas ha habido disparos, heridos, muertos. Un presidente ignorantón y torpe era lo que le faltaba a un país ya bastante aporreado por sus dirigentes. Hace años que Venezuela no cuenta con un verdadero estadista, de lo que no tienen talla ni Henrique Capriles ni Leopoldo López.

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Otro inepto y, para rematar, arrogante y terco, es Gustavo Petro, cuya elección como alcalde de Bogotá celebré en Facebook. Pero pocos meses después de asumir, reveló su verdadera naturaleza: despótico y profundamente inepto para el cargo, propuso un batiburrillo de proyectos absolutamente demenciales y fuera de lugar. No tardó mucho en ir más lejos asumiendo posturas dictatorialescas y pasando por encima de quien fuera para imponer su criterio, como en el sonado caso de la recolección de basuras, del que todo el mundo le advirtió que era ilegal lo que finalmente hizo, lo cual le valió, con toda justicia, la destitución y la inhabilidad por quince años. Todos los recursos que han interpuesto sus abogados y hasta ciudadanos del común han sido inútiles, tanto el Consejo de Estado como el Consejo Superior de la Judicatura avalaron la decisión de la Procuraduría, y ya solo le queda el recurso de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que es poco probable que falle a su favor o que detenga lo que ya no tiene reversa. Que escarmienten los aparentadores de aliados de los pobres que, en su supuesto empeño de redención de las “masas oprimidas”, cuando asumen un cargo de la envergadura de la del alcalde de Bogotá, terminan desnudando su verdadera índole y convirtiéndose en vulgares dictadorzuelos. Bien por el Procurador y por las Cortes que han preservado el Estado de derecho ante el atropellado aluvión de tutelas y otras artimañas jurídicas de Petro y sus gregarios.

Apuntes mirmidónicos XXV - XXVII