Por una ventana
16 de agosto de 2018
Difiero de la opinión de algunos de mis conciudadanos sobre el cambio de la supuesta identidad histórico-cromática barranquillera (que nunca ha existido) tramado por los políticos de turno en colusión con poderosos empresarios, representado en el nuevo monumento “Ventana al mundo” y en los colores de las gradas de escenarios deportivos como los estadios Metropolitano y Municipal y el nuevo patinódromo, tesis desarrollada in extensis en este artículo lleno de sesgos y que solo dice un par de verdades.
La principal razón por la que no estoy de acuerdo con la tesis mencionada es que los dirigentes locales no poseen las bases conceptuales para urdir semejante metamorfosis. Son profesionales, sí, algunos con posgrados en reconocidas universidades nacionales y extranjeras, pero básicamente son politiqueros que no saben ni jota de historia, sociología y semiótica, elementos sine quae non para llevar a cabo lo que pretenden achacarles. Imputarles semejante capacidad de conceptualización es atribuirles una valía demasiado alta a sus posibilidades intelectuales. Aún más allá de eso, repito, nunca ha existido una supuesta identidad histórico-cromática de Barranquilla.
Con motivo del Mundial de fútbol Sub-20 celebrado en Colombia en 2011, la FIFA exigió la instalación de silletería en la totalidad de las tribunas del Metropolitano, y los colores de las sillas le dieron su nueva fisonomía al escenario, evidentemente remitiendo al uniforme del Junior, equipo para el que fue construido; recuérdese que la necesidad de dicho estadio tuvo su origen en el cataclismo que significó el regreso del Junior al campeonato colombiano en 1966, cuando quedó de manifiesto que el estadio Municipal —construido en 1935— se había quedado pequeño para una afición en explosión demográfica. La idea del nuevo estadio para Barranquilla se hizo más evidente con la fallida ampliación del Municipal (la “tribuna de la vergüenza” de principios de los 70) y cobró aún más fuerza cuando Colombia obtuvo en 1974 la sede del Mundial de 1986, el cual se terminó realizando en México. A mis once años asistí a la inauguración del Metropolitano el 11 de mayo de 1986; por aquella época me gustaba mucho la bandera de Barranquilla pintada en Oriental baja, me parecía un bonito detalle. Pasaron los años y si bien me causó impresión la eliminación de la bandera tras la silletería instalada en 2011, debo decir que prefiero el cromatismo actual al anterior, que no solo corresponde al de las banderas de Estados Unidos, Cuba y Puerto Rico, como dice el artículo, sino al de las de un montón de países (para no mencionar otras divisiones territoriales y organismos internacionales) como Chile, Croacia, Noruega, Islandia, República Dominicana, Francia, Rusia, Reino Unido, Australia, Panamá, Paraguay, Holanda, Luxemburgo, Costa Rica, Cabo Verde, Camboya, Tailandia, Corea del Norte, entre otros. Como puede verse, rojo, blanco y azul es de los cromatismos más usados del mundo y, hay que decirlo, de los más llamativos. Es falso que dichos colores hayan desplazado a los de la bandera de Barranquilla en el Metropolitano, pues Occidental era azul, que no está en la bandera y se mantuvo en las gradas. El resto de colores de la bandera de Barranquilla en las tribunas eran amarillo (Oriental) y verde (Sur), pues Norte era siena, no roja. Repito que sí desapareció la bandera en Oriental baja, algo poco usual en estadios.
El supuesto borrado del imaginario colectivo con ánimo de “renovación histórica” habría ocurrido con los colores usados en las nuevas tribunas del estadio Municipal, pues las antiguas tenían pintadas varias banderas de Barranquilla. Pero el Municipal es sede alterna del Junior y quizá se asocia más con dicho equipo que el mismo Metropolitano, así que no están mal el rojo, el blanco y el azul de sus tribunas. En este punto vale la pena aclarar de una vez por todas que por casualidad hoy la familia Char es la dueña del Junior, equipo que es patrimonio de Barranquilla, no propiedad exclusiva de la mencionada familia, y que cuando ya no pertenezca a ella (algún día ha de ser), sus colores seguirán siendo rojo, blanco y azul, los mismos que tenía mucho antes que Fuad Char lo adquiriera a principios de los años 1970. Luego las tribunas pintadas de rojo, blanco y azul exhiben los colores de un patrimonio de Barranquilla.
Por mi formación de ingeniero y por amor a la justicia prefiero la precisión. No se pueden inferir cosas en unos casos y en otros no. Quien hace deducciones del tipo p → q se expone a contraejemplos del tipo ¬p → ¬q. La tesis de marras queda aún más por el suelo cuando observamos el color de las gradas del estadio de baloncesto (verde, uno de los colores de la bandera de Barranquilla), del Palacio de Combates (verde), del estadio de softball (azul), del estadio de tenis (verde), del complejo acuático (azul y blanco), del remozado Moderno (blanco y rojo, colores de la bandera del departamento del Atlántico), del nuevo estadio de béisbol (azul), del estadio de atletismo (azul y blanco) y del nuevo patinódromo (gradas turquí, aguamarina y blanco; pista azul; óvalo interno, terracota). En este último caso también es incorrecto que se hayan trastocado los supuestos colores que identifican a Barranquilla, pues se trata de un escenario nuevo, las gradas del antiguo ni siquiera están pintadas, y la pista y la cancha de hockey interna son blancas. Pero lo que le da el golpe de gracia a la elucubración que quiero controvertir es la totalidad de la tribuna de la pista de BMX: es la bandera de Barranquilla con todo y estrella, esa que nunca incluyeron ni la desaparecida bandera de la gradería Oriental baja del Metropolitano ni las del Municipal. Qué casualidad que el artículo que ha motivado este escrito haya omitido “olímpica”mente ese detalle.
Hay que señalar que las banderas de Colombia, del departamento del Atlántico y de Barranquilla pintadas en el backstop del desaparecido Tomás Arrieta (inaugurado en 1946 como “Estadio Barranquilla”), no fueron tenidas en cuenta en las tribunas del nuevo estadio de béisbol, cuya silletería azul turquí es idéntica a la de muchos estadios de béisbol estadounidenses, a imagen y semejanza de los cuales un arquitecto estadounidense diseñó el nuevo escenario con el objetivo de cumplir con los estándares de la Major League Baseball y de la Confederación de Béisbol Profesional del Caribe que permitan la participación de Colombia en la Serie del Caribe.
Ahora bien, interpreto la estructura (y denominación) “Ventana al mundo” no como la refundación de la simbología de la ciudad, sino como acto de vanidad y nula modestia de quienes construyeron la obra (sin que se la pidieran). Siendo una de las empresas del grupo Tecnoglass fabricante de ventanas, resultan obvias la temática y la denominación del monumento, no cabe otra interpretación. Acierta el tal Jan Slodvak (parece el seudónimo de un fracasado con ínfulas de intelectual reconocido por andar atacando a todo el mundo en Barranquilla) al sostener que el cromatismo de las torres alude al de la bandera del movimiento LGBTI: salta a la vista, también lo había comentado con algunas personas; además, porque los colores del diseño original de Diana Escorcia eran los de la bandera de Barranquilla: una torre era amarilla, otra roja, y la ventana, verde... y los cambiaron por los de la bandera gay. Creo que nunca se sabrá por qué el cambio, ni quién lo ordenó, pero debe ser el mismo que hace unas semanas permitió enarbolar decenas de banderas gay en el malecón, la obra insignia del alcalde Alejandro Char. Y debió hacerlo por las mismas razones. Por último, claramente las torres representan una pareja copulando o, por lo menos, besándose, están unidas por un túnel que comunica las ventanas —que son huecas— de cada una, lo que remite irrecusablemente al lesbianismo.
Relacionar la ventana con la puerta de oro que supuestamente fue la ciudad y deducir que con ella se pretende cambiar la simbología de Barranquilla (de puerta de oro a simple ventana) se me figura llevar muy lejos algo que va por otro lado mucho más simple. La conciencia conceptual, semiótica e histórica de mis conciudadanos —si existiera— no da para tanto, de hecho el propio alcalde Char, el 7 de abril del año pasado, comentó en la inauguración del centro de eventos que se acababa de enterar de por qué le habían puesto “Puerta de Oro de Colombia” a Barranquilla. Y lo dijo sin el menor sonrojo, como si fuese algo normal que el alcalde (que ya contaba con más de 50 años) apenas se enterara de la razón del famoso apelativo que identifica a la ciudad que gobierna y de donde es nativo.
Que conste que desde hace más de cinco años he propuesto para Barranquilla una puerta o arco monumental que haga alusión al apelativo Puerta de Oro de Colombia, incluso recomendé y justifiqué el sitio donde debería erigirse, véalo aquí.
La tal “Ventana al mundo” es un monumento llamativo e imponente, no se puede negar, pero muy pobre conceptual y arquitectónicamente. Individualmente, las torres no son simétricas, el conjunto no tiene forma definida; estructuralmente, la construcción es demasiado sencilla, por muy buenos cimientos que le hayan hecho: dos lánguidas torres anguladas dispuestas en paralelo; en fin, una oda a la simplicidad arquitectónica y artística que no pasa de buena intención en el mejor de los casos y presumiendo buena fe. Ahora bien, independientemente de los aspectos conceptual, estructural y artístico, su efecto como generador de nuevo punto de encuentro y goce ciudadanos ha sido contundente y ha superado las expectativas, sobre todo estando ubicado en un sitio alejado y relativamente inaccesible; basta acercarse cualquier día, sobre todo en horas de la tarde y de la noche, para constatarlo. Por cierto, la “Ventana al mundo” me recuerda —guardadas las proporciones— las imponentes Torres de Satélite de la Ciudad de México.
Sí, se está refundando la ciudad con obras como esta y el malecón, y no solo la ciudad, sino el país entero, les encuentran más de bueno que de malo.
Deplorable, ciertamente, que en el propio sitio web de la alcaldía hayan coloreado (más bien decolorado) el escudo de Barranquilla de blanco y negro, y que lo estén usando así en estandartes, pancartas, logos, etcétera, como efectivamente puede corroborarse aquí. Pero dudo mucho que vaya a terminar siendo coloreado con los benditos rojo, blanco y azul, como sugiere el artículo en cuestión.
En relación con el cambio de nombres de dos escenarios, el coliseo cubierto y el estadio de béisbol, hago las siguientes precisiones, empezando por consignar, en cabeza de los comentarios, que hace ya algún tiempo expresé mi rechazo a bautizar las obras de la ciudad con nombres de personajes supuestamente ilustres, las razones aquí.
No se les ha cambiado los nombres a los mencionados escenarios, pues fueron demolidos íntegramente y dieron paso a nuevas estructuras. Nueva obra, nuevo nombre. Es lógico.
La prueba de ello es que no se les cambió el nombre a los escenarios que no fueron demolidos para construir otros completamente nuevos: Romelio Martínez, Elías Chegwin, Julio Torres, Roberto Meléndez.
Ahora bien, ¿qué memoria? ¿Quién sabe quién fue Humberto Perea? ¿Cuántas personas saben quién fue Tomás Arrieta? Chelo de Castro —el responsable de crear la ilusión de eximios atletas del pasado que no fueron tales— y un puñado más. Escribí en Wikipedia la única reseña disponible de Humberto Perea, basado en una columna de Chelo de Castro, quien era amigo de Perea y aún lamenta su muerte pobre y tuberculoso. ¿Pero cuáles fueron sus grandes logros? Perea fue un atleta amateur que en Juegos Nacionales de la década de 1930 ganó en 4x100, en salto largo y en salto triple, y en 100, 200 y 400 metros planos quedó subcampeón. ¿Se puede comparar lo que hizo Arrieta —beisbolista semiprofesional— con lo que alcanzó Rentería? ¿Cuál fue su logro? Que jugó en Venezuela y que jugaba bien las nueve posiciones del béisbol. Vea usted. ¿Y cuáles fueron los grandes triunfos de Roberto Meléndez? Que pateaba "duro" y que supuestamente fue el primer colombiano en ser contratado por un equipo extranjero, el Centro Gallego de Cuba, léalo bien: C-u-b-a. ¿Alguien puede decir qué significan ese equipo y el campeonato cubano de entonces para la historia del fútbol? Y eso que solo jugó allá dos meses... ¿Y cuáles los méritos de Julio Torres, otro futbolista de la época del deporte amateur? Que fue goleador de la Selección Atlántico en los años 1930 y “tenía un shut fuerte y bajo y además colocado con miras a los postes que era el dolor de cabeza de los grandes arqueros de aquel tiempo”. (Chelo de Castro, Aquella impetuosidad de Julio Torres). Linda melodía.
Razonando como los amantes de ponerles nombres a los escenarios: se demolió el coliseo cubierto y se construyó un recinto para la práctica de deportes de combate; ¿qué mejor que ponerle el nombre del único campeón mundial de boxeo oriundo de Barranquilla?
La histeria de los bautizos de escenarios deportivos alcanzó proporciones ridículas con el nombre de María Fernanda Herazo para el estadio de tenis: la chica fue eliminada un día después del bautizo.
Es falso también que nadie cuestionara el presunto “cromatismo histórico” rojo, amarillo y verde de la bandera de Cartagena adoptada por Barranquilla, algo que muy poca gente sabe y cuyos colores nadie relaciona con el apoyo barranquillero a la causa independentista cartagenera, así que ningún reforzamiento “del imaginario histórico y el sentido de pertenencia de los ciudadanos asistentes a estas edificaciones”, dejémonos de tonterías. En este artículo de 2011 cuestioné ese apropiamiento y sugerí una nueva bandera que, para seguir elucubrando, traería consigo una nueva e hipotética “representación simbólica” o “identidad cromática” de la ciudad.
Finalmente, señor Slodvak, su evidente malquerencia para con las familias Char y Daes no le dejan ver lo bueno de todo esto. No trate de imponer su errado criterio con su verborrea pseudotécnica sobre una supuesta “idea de control total que ante su desmesura, produce la fractal corrupción actual”. Concuerdo —pero esto es harina de otro costal— en que el enorme endeudamiento en que está incurriendo la actual administración —con la venia ¿complicidad? del concejo— nos pasará dura factura, pero no diga que la administración ha actuado “igual que en una empresa privada, con ánimo total de señor y dueño”; hasta el momento, presumo buena fe en la actual administración, es innegable la necesaria sacudida y puesta al día que ha tenido la ciudad en los últimos diez años, algo reconocido por importantes sectores de la vida nacional, tanto, que en su edición 545 del 6 de julio del corriente, la revista Dinero publicó un estudio económico en el que plantea que Barranquilla le está arañando a Cali el tercer lugar entre las ciudades más importantes de Colombia, y que las distancias se acortan con respecto a Bogotá y Medellín. Véalo aquí (requiere suscripción).
Su último párrafo también refleja su total sesgo, su exageración y su inquina. El barranquillero no tiene ninguna conciencia o identidad histórico-cromática, no diga sandeces, aquello de “borrarnos la historia y la identidad” como “primer paso aséptico” para luego ser “simple grey de sus rebaños” solo existe en sus alucinaciones.