STREAMLINE

Durante más de una centuria, en los colegios enseñaron que Barranquilla no fue fundada, sino que surgió espontáneamente en 1629 como resultado de un proceso iniciado con el establecimiento de la hacienda San Nicolás por pastores de Galapa en tierras que corresponden a los actuales Centro y mercado, a orillas de los caños y ciénagas donde las vacas sedientas que perseguían, guiadas por el instinto, hallaron agua luego de que una sequía las obligó a emigrar de los pastizales galaperos. La fuente de tales orígenes es la tradición oral, consignada en la prensa local por primera vez en 1876 y reproducida desde entonces una y otra vez por libros de historia, imprentas, guías, directorios, periódicos, cartillas, profesores, etcétera. Tradición que en 1979 alcanzó su máximo apogeo al celebrarse con gran orgullo cívico la efeméride 350 de Barranquilla, enlazada con los 60 años de la fundación de la Scadta (Avianca).

Recibí esa lección por primera vez en 1981, año en que cursé primero de primaria en el colegio Nuestra Señora del Carmen. Seis años después, se produjo un estruendo insospechado que pocas veces resuena en nuestro medio: un estudio historiográfico vio la luz. El norte de Tierradentro y los orígenes de Barranquilla, del geógrafo devenido en historiador José Agustín Blanco, estremeció los fundamentos de la adormilada investigación sobre la historia de Barranquilla, echó por tierra la bucólica leyenda de las vacas y dio inicio a una nueva era de investigaciones y estudios sistemáticos, publicaciones, cátedras universitarias, cursos, diplomados, talleres y hasta una academia de historia (1989) que aunque no funciona ni mucho menos tiene sede ni órgano de difusión, pues no realiza ningún trabajo, de tiempo en tiempo nombra nuevos miembros en medio de ceremonias en las que, además de adulaciones mutuas, discursos grandilocuentes, aplausos y poses napoleónicas, se reparten pergaminos y se hacen brindis con copa de vino, pompa y circunstancia, fotos y circulares de prensa.  


Pero eso no es lo que vine a decir; solo pongo ese caso harto conocido por la comunidad académica como ejemplo de que un postulado, por muy arraigado que esté, debe ser al menos revisado y eventualmente reconfigurado si existen motivos científicos que lo impongan. Realmente me quiero referir a que si la teoría del origen de Barranquilla —nada más y nada menos— fue revaluada luego de más de un siglo de estar anquilosada en nuestra psiquis colectiva, no veo por qué no se pueda aclarar algo tan fútil como que el estilo de muchas edificaciones que hasta ahora han sido clasificadas como Art Déco es, en rigor, Streamline Moderne, o estilo transatlántico (por “style paquebot”, como se conoció en Francia) o aerodinámico, sobre todo porque el Streamline forma parte del espectro (ahora algunos prefieren decir “arcoíris”) Art Déco, del que es una derivación tardía. Se trata de una puntualización a la luz de un necesario y saludable revisionismo histórico-arquitectónico que procura, como debe ser, establecer la verdad. Da grima la renuencia de algunos al nuevo conocimiento que derrumba arraigadas creencias y les sacude su delirio pontifical, pero más patéticos son los argumentos insustanciales que esgrimen, como que en las facultades de arquitectura de Barranquilla toda la vida se enseñó que ese estilo era Art Déco, lo cual, aunque hubiera sido cierto, en modo alguno los exime. En todo caso, ¿no pueden ser rectificadas las facultades de arquitectura de Barranquilla? El debate de ideas es la esencia de la academia. Otros, con insolencia supina neciamente declaran que prefieren las desactualizadas enseñanzas del “maestro” equis por encima de la evidencia irrefutable. Con Internet, la verdad difícilmente puede soslayarse, mucho menos ocultarse, que ha sido ese supracosmos virtual lo que ha permitido acceder a información con la que se han complementado e incluso desmoronado antiguos conceptos. Recientemente, en las redes sociales un grupo provocó una escabechina sobre lo que los entendidos y estudiosos sabemos desde hace mucho tiempo; equivocan, sin embargo, el nombre del estilo: se refieren a un tal “art moderne” que no existe. Pero más allá de eso, no hay que ser arquitecto ni versado en escuelas arquitectónicas para darse cuenta de que el diseño del edificio García, del Scadta o del teatro Colón dista muchísimo del carácter Déco clásico del edificio de la Paramount (1927, más componentes del Beaux-Arts), del edificio de la Chrysler (1930), del City Hall de Buffalo (1931), del Empire State Building (1931) o del Rockefeller Center (1939, en el que se entremezcla con el elemento racionalista). En estos se encuentra abundante ornamentación amanerada no presente en aquellos, y carecen de las formas aerodinámicas (como las esquinas redondeadas, las paredes curvas y las largas líneas horizontales del edificio Scadta —que remiten a las alas de un avión— y del desaparecido Teatro Murillo), de los elementos náuticos (por ejemplo, la saliente oblicua del Teatro Colón, que recuerda una proa) y de los volúmenes escalonados de los transatlánticos (verbigracia, los del edificio García), característicos de la morfología del Streamline. 


Otra deplorable confusión causada por la pereza de investigar y porque no leen, es catalogar como Art Déco a todo edificio que posea esquinas redondeadas y paredes curvas, característica compartida con otros movimientos. En Barranquilla, muchas de las estructuras que presentan estas propiedades corresponden al estilo desarrollado en la Ciudad Blanca de Tel Aviv por arquitectos judíos alemanes que huyeron de Alemania al Mandato de Palestina ante la instalación del nazismo en el poder. Esa escuela, comúnmente conocida como Bauhaus, es una forma única del Estilo Internacional que, lo mismo que el Déco, data de los años 1930, y puede ser fácilmente confundida con el Streamline Moderne por diletantes y aficionados a la arquitectura. 

Barranquilla

Barranquilla

Barranquilla

Ciudad Blanca de Tel Aviv

Ahora bien, así como en 2023 36 años después de la publicación del riguroso trabajo historiográfico de Blanco Barros la Corporación Luis Eduardo Nieto Arteta, una de las instituciones culturales más importantes de Barranquilla, inexplicablemente tomó partido por distorsionar la historia resucitando la fábula de los bovinos sitibundos —que nunca más se había vuelto a mencionar— mediante el “proyecto cultural” “Vacasquilla” (insensatamente acogido por otras instituciones emblemáticas como la Fundación Carnaval de Barranquilla, el diario El Heraldo y el Gran Malecón) y sus modelos kitsch de terneras esparcidas impúdicamente por la ciudad (mejor, allí donde han tenido a bien admitirlas por ignorancia en vez de conciencia historiográfica, pues evidentemente desconocen por completo la obra monumental de José Agustín Blanco), así mismo se seguirá llamando Art Déco a lo que estrictamente es Streamline, entre otras cosas porque solo a menos del 1% de la colectividad le interesa semejante precisión. De tal suerte que nada tienen que temer quienes han hecho carrera desinformando y distorsionando la historia arquitectónica, poseedores de la misma calaña de la caterva que sin ruborizarse —algo que solo el impudor y la ignorancia total y absoluta explican— aún denomina “estilo republicano” al neoclásico adaptado a nuestras condiciones; razón suficiente para retrotraer que 1. el republicano no es un estilo arquitectónico, es el periodo de la arquitectura colombiana que abarca los años de nacimiento (a partir más o menos de 1819) y formación (resto del siglo XX e inicios del XX) de la novel república, y 2. hasta su ocaso en 1930, se dieron diversos estilos arquitectónicos entre los que sobresale la versión criolla del neoclásico francés, el más representativo de la época. Esos que acorralados por la abrumadora evidencia y la conciencia de su impensado y descomunal descuido (porque tontos no son), en su desesperación infernal ahora recurren a ladrar que les “vale v…” (esa expresión soez usaron, solo la reproduzco) que en Barranquilla no haya Art Déco, y que no les sigan mandando más pruebas. O sea, toda una vida lucrándose y haciéndose un nombre a costa de su idea errada de las corrientes arquitectónicas de la ciudad, entre otros yerros, y ahora les importa un rábano que estaban equivocados al respecto. Ni siquiera tienen el valor de reconocerlo, les queda grande.

Muestras de Art Déco clásico en Barranquilla. Nótese la profusa decoración y la ausencia de aerodinamismo.

No les van muy a la zaga los sabelotodo y Johannes Factotum que andan por Barranquilla e incluso el país pontificando sobre las materias más disímiles sin tener estudios ni experiencia en ninguna, incurren en gravísimos errores de los que se autoeximen con el argumento huero de que ellos sí son “propositivos”, e incluso hacen viajes al exterior de los que se ufanan en redes sociales publicando copioso material fotográfico y videos patéticos (un provinciano deslumbrado les queda chiquito) en los que aparecen drogados, bramando que ellos sí hacen “trabajo de campo” que presuntamente los avala para después publicar libros que nadie comprará, plagados de groseros yerros gramaticales, exabruptos atroces y plagios descarados; en síntesis, de nada les valen los “trabajos de campo”: sucumben al espantoso ridículo de buscar en otra parte los orígenes de nuestras manifestaciones, lo cual en principio no está mal si no lo hicieran donde no deben, siempre que no omitieran ubicaciones más pertinentes, y si no fuera producto de elucubraciones, en el mejor de los casos de indagaciones sin fundamento académico, o simplemente de sugerencias de otros sabiondos. 


Si bien entre 1918 y 1919 el ingeniero paisajista de la Compañía Urbanizadora El Prado, Ray Floyd Wyrick, teniendo en cuenta las similitudes climáticas con Barranquilla, recorrió ciudades del estado de la Florida, Panamá, Jamaica y Cuba, además de desarrollos inmobiliarios en Nueva York, con el fin de presentar una propuesta urbanística basada en lo hecho en aquellos lares para el barrio El Prado en ciernes, pretender encontrar el origen de su diseño urbanístico y arquitectónico en los barrios El Vedado y Miramar de La Habana, en el Vista Alegre de Santiago de Cuba o en la Zona del Canal de Panamá es de ingenuidad conmovedora. Barrios y zonas residenciales como los mencionados fueron construidos en distintos lugares del Caribe a principios del siglo XX por urbanistas estadounidenses que adaptaron a las condiciones del trópico los lineamientos de lo que se había realizado en los Estados Unidos, verbi gratia en el Deep South (Sur Profundo, región geográfica y cultural conformada por los estados de Mississippi, Louisiana, Georgia, Alabama, South Carolina y partes de Tejas y Florida, de elevada población negra y protestante), el área geográfica de EE.UU. más parecida al Caribe; quien haya estado en Mississippi, Louisiana, Georgia o Alabama lo identifica al instante. Lo confirma García Márquez en Vivir para contarla


Más tarde, cuando empecé a leer a Faulkner, también los pueblos de sus novelas [la obra de Faulkner se desarrolla en un pueblo ficticio de Mississippi] me parecían iguales a los nuestros. Y no era sorprendente, pues éstos habían sido construidos bajo la inspiración mesiánica de la United Fruit Company, y con su mismo estilo provisional de campamento de paso. 


Los orígenes de ese urbanismo de aliento holístico están, irrecusablemente, en Estados Unidos; entre otros, en los movimientos de la Ciudad Bella (City Beautiful) y la Ciudad Jardín (Garden City, inspirado en la novela utópica Looking Backward de Edward Bellamy y en el trabajo Progress and Poverty de Henry George, a los que también es menester remitirse) en boga a principios del siglo XX en esa nación inexplicablemente no solo excluida, sino no contemplada en los “trabajos de campo”. Lo anterior no niega que características de la Zona del Canal y de El Vedado se aplicaron en El Prado, sería tonto tratar de refutar las recomendaciones basadas en esos casos que el propio paisajista Wyrick consignó para El Prado en su informe presentado a Parrish. Más bien, que en Cuba y Panamá se encuentren muestras del mismo orden urbanístico de El Prado, diseñadas por estadounidenses, solo prueba que El Prado fue otro desarrollo inmobiliario de influencia norteamericana más en el Caribe, y que los arribistas que quieren copiar lo estadounidense en nuestro medio han existido desde tiempos inmemoriales, no fueron únicamente los que construyeron una imitación de Miami en el norte de Barranquilla a partir de los años 1960, ni los que hoy se exhiben con desfachatez en los centros comerciales de moda. Pero no vayamos muy lejos, que el antecedente más cercano de ese urbanismo distinguido por su monumentalidad, por la suntuosidad de sus casas alineadas a lo largo de un eje central (¿imitación del National Mall de Washington? ¿del Champ de Mars de París?), por la amplitud de sus avenidas, bulevares, zonas verdes, aceras, retiros o cajas de aire, antejardines, terrazas, patios y parques; por su carácter aristocrático, buen gusto y esmerado mobiliario urbano; por su buena vista, su vegetación escogida de acuerdo con el clima y sembrada en los espacios adecuados, por la orientación de sus edificaciones de acuerdo con la dirección en que soplan los vientos para una buena ventilación, y en el que sobresale el estilo arquitectónico neoclásico (adaptado), está a hora y pico de Barranquilla: las ciudadelas privadas de la administración estadounidense de la United Fruit Company en Sevilla y Aracataca, que aún perviven en medio de la miseria más aterradora. Sépase también que la United tuvo presencia en la región desde 1899, año en que los negocios del empresario Minor Cooper Keith y la Boston Fruit Company se fusionaron para crear la UFC, y otras empresas bananeras desde las últimas décadas del siglo XIX: para 1875 la inglesa Colombia Land Company era propietaria de 12.500 acres en los alrededores de Riofrío, importante territorio de producción bananera en 1894. GGM también lo rememoró de forma que no deja lugar a dudas en Vivir


Recordaba las ciudades privadas de los gringos en Aracataca y en Sevilla, al otro lado de la vía férrea, cercadas con mallas metálicas como enormes gallineros electrificados que en los días frescos del verano amanecían negras de golondrinas achicharradas… A la izquierda, el barrio del Prado, el más distinguido y caro, que desde la primera visión me pareció una copia fiel del gallinero electrificado de la United Fruit Company. No era casual: lo estaba construyendo una empresa de urbanistas norteamericanos con sus gustos y normas y precios importados, y era una atracción turística infalible para el resto del país. 


En otros términos, ese tipo de urbanismo ya estaba presente en los alrededores de Barranquilla 20 años antes de que se emprendiera la urbanización de El Prado, incluso antes de que traidores encabezados por Manuel Amador Guerrero (oriundo de Turbaco, Bolívar), coludidos con banqueros judíos de Wall Street que contaban con el asenso del presidente Theodore Roosevelt, lograsen que se mutilara a Panamá (3 de noviembre de 1903) de la maltrecha Colombia postguerra de los Mil Días, primer paso para la construcción (1904-1914) del canal interoceánico. Roosevelt acabó de respaldar el despojo invadiendo la bahía de Panamá con la poderosa armada de Estados Unidos presta a liquidar cualquier intento colombiano de defensa de la soberanía nacional; de hecho, ese fatídico 3 de noviembre, el Batallón Tiradores despachado desde Barranquilla fue sometido en Ciudad de Panamá sin disparar un tiro. Solo tres días después se conoció la noticia de la separación en Bogotá. 


Por cierto, si bien El Prado debe su nombre a que se construyó en los terrenos de la finca homónima, ¿por casualidad? la urbanización de los estadounidenses en Sevilla se llamaba “Prado”, por lo que la cabecera del municipio Zona Bananera, segregado de Ciénaga en 1999, se rebautizó Prado Sevilla. A propósito de casualidades, el estilo de las casas del barrio Bellavista de Ciudad de Panamá, el mismo de las de El Prado, es conocido como “bellavistino” en ese país; curiosamente, adyacente al barrio El Prado se halla el barrio Bellavista, una especie de miniatura de El Prado. Y otra más: también se llama “El Prado” el bulevar administrativo de Balboa, antigua capital de la Zona del Canal de Panamá, conformado por una avenida-eje cuyas dos calzadas están separadas por una amplia banda verde central, desciende desde una loma de las faldas del cerro Ancón en cuya cima se asienta el Edificio de la Administración, está flanqueada por edificios iguales de dos pisos, y culmina en una rotonda en su remate bajo. Ni más ni menos el diseño original del bulevar central o sur de El Prado barranquillero, construido en una leve pendiente rematada por dos quintas en el extremo más elevado (al occidente) y una glorieta ya desaparecida al oriente.

El Prado, Balboa

El Prado, Barranquilla

Por otro lado, es improcedente calificar de “influenciadores” (palabra que no existe) de la arquitectura racionalista en Barranquilla a Richard Neutra, Oscar Niemeyer, Frank Lloyd Wright, Walter Gropius, Mies Van der Rohe, Philip Johnson y ahora un mejicano Félix Candela, pues el término sugiere trabajo concreto en la ciudad, algo que esos arquitectos no hicieron, a diferencia de Le Corbusier y Leopold Rother que sí dejaron huella en Barranquilla. Ahora, si influencia se asume como sinónimo de copia o plagio, sí estaríamos hablando de lo mismo, porque los arquitectos colombianos, especialmente los de Bogotá, no han hecho sino copiar, plagiar, imitar —en el mejor de los casos—, incluso caricaturizar los movimientos europeos y estadounidenses. En Internet hay tratados completos dedicados a demostrar dónde copiaron los arquitectos criollos los diseños de edificaciones tan celebradas como las torres de Colpatria y de Bavaria o el edificio Aseguradora del Valle, todas ubicadas en el Centro Internacional de Bogotá. Inspiradores tampoco es el término adecuado en nuestro país para esos titanes de la arquitectura, comoquiera que evoca nobleza, ideales elevados.


Aparte de su retintín deliberadamente cáustico, la intención de este escrito es que ciertos personajes, que en su comprensible necesidad de ganarse el pan tienen la oportunidad de figurar en los medios masivos de comunicación conceptuando sobre historia y arquitectura de Barranquilla, se concienticen de que deben hacerlo solo luego de realizar investigaciones minuciosas que les permitan no caer en los abominables errores históricos y conceptuales que irresponsablemente cometen con cada vez más indignante frecuencia, pues distorsionan y desinforman, grave daño que empeora la situación cultural de una ciudad que no lee, ni investiga ni verifica. 


Y al que le caiga el guante, que se lo aguante.



Barranquilla, 10 de abril de 2024