Apuntes mirmidónicos LX
11 de enero de 2021
Hace unos días releí una opinión que publiqué en esta página en 2016, en la que presentía que fracasaría la fase del malecón del río cuya construcción se anunciaba adyacente al centro de eventos (edificado en el lote de la antigua planta de producción de vidrio de Peldar); me basaba en la penosa experiencia del primer tramo del malecón de La Loma. Pues bien, admito que el malecón del antiguo lote de Peldar no ha corrido la misma suerte y, en cambio, su éxito ha sido descomunal, a pesar de que prefiero el diseño ganador original en el que primaban las zonas verdes sobre la selva de concreto que impusieron. De todas formas, el malecón de La Loma sigue en el abandono más total y absoluto a pesar de que construyeron el monumento al Junior (la aleta) en su zona de influencia. La razón de que las fases 2, 3 y 4 del malecón sí tienen el impacto esperado es que el lote de Peldar siempre formó parte del área urbanizada, La Loma, aún no.
Desde que empezaron a circular en Internet fotos y videos antiguos de Barranquilla, me sorprende que poco han cambiado determinadas condiciones de la ciudad: gente encaramada en lomo de burro o en carretas de tracción animal (mal llamadas “carroemulas”, pues son propulsadas por caballos famélicos, dicho sea de paso), carretilleros igualmente desnutridos empujando carretillas (valga la redundancia) y buhoneros de todos los pelambres, a pleno sol vendiendo verduras, frutas, condimentos, vísceras, bebidas y las baratijas más inimaginables en el espacio público; las mismas fachas y actitudes, la misma pobreza.
Conocí el centro, con uso de razón, a finales de 1985, cuando su degeneración había alcanzado ya proporciones infernales, involución que, si hemos de creerles a los mayores, empezó a finales de los años 1960; fuentes fidedignas que vivieron esa época ubican en 1969 a los primeros vendedores que invadieron el espacio público. Pues bien, doy fe de que desde 1985 el caos urbanístico ha empeorado alarmante y progresivamente a causa de varios factores, por ejemplo, en ese tiempo no había ni bicitaxis ni mototaxis, tercermundistas medios de transporte que le dieron la estocada mortal no solo al centro, sino a toda Barranquilla.
Tampoco había esa cantidad inconcebible de vendedores estacionarios que actualmente invaden las aceras y parte de las calles. El caso más lamentable es el de la calle de Jesús (37) con carrera del Cuartel (44), a cuya esquina suroccidental fui a dar (ya veremos por qué) en 1988, cuando completamente despejada y teniendo como edificio tutelar la soberbia torre del Banco Industrial Colombiano (BIC), construida en 1979 y donde hoy funciona Bancolombia, se daba un aire a la Sexta Avenida de Nueva York.
La postración de ese sector empezó cuando, en aquel 1988 memorable, a varias líneas de buses que en su recorrido hacia el sur pasaban por el paseo de Bolívar —que ya entonces no daba más— les cambiaron la ruta a la calle de Jesús. Bastó con que la gente se trasladara a coger los buses en la esquina de la 37 con 44 para que no solo su amplia acera, sino la sur de Cuartel hacia el paseo de Bolívar, fuesen invadidas por decenas de los depredadores del espacio público mal llamados vendedores, ocasionando la espeluznante degeneración del sector. Desde hace lustros, hasta una venta de miel producida por abejas en sitio hay en esa esquina, sin que el control ambiental haga nada.
Otro factor que incide muy negativamente en el caos del centro es el bulevar del paseo de Bolívar entre carreras Cuartel (44) e Igualdad (38), convertido en aterrador batiburrillo de mercado persa a cielo abierto; ágora de vagos, locos, drogadictos y desempleados; guarida y dormitorio de indigentes. De contera, como ya he explicado en apuntes anteriores, numerosos ciudadanos irresponsables e inconscientes lo atraviesan en su parte alta (la especie de jardinera entre carreras Veinte de Julio e Igualdad) cargando enseres y mercancías grandes, generando mayor caos y accidentes. Ese bulevar debe demolerse ya, por lo menos el tramo entre Veinte de Julio e Igualdad. Y la sección entre Cuartel y Veinte de Julio debe remodelarse de suerte que no pueda ser invadida de nuevo por los exterminadores del espacio público. Para ello, deben empezar por eliminar las jardineras altas y los asientos. Ya peatonalizada la avenida, las jardineras deberán quedar a nivel del piso. Y en su sección más ancha, la adyacente a Cuartel, construir una extensión de la plazoleta donde se encuentra la estatua ecuestre de Bolívar, de cuyo extremo sur, por cierto, deben retirar los cañones, pues Barranquilla nunca ha sido ciudad guerrerista.
En 2023, dentro de dos años, se cumplen veinte años de la remodelación del paseo de Bolívar; ya es justo y necesario que lo adecúen a las condiciones actuales. Ojalá restituyan la magnífica fuente y el imponente pedestal puestos en servicio en abril de 1973, inexplicablemente demolidos en la “renovación” de 2003 durante la administración de Humberto Caiaffa y la gerencia de Edubar de Ignacio Consuegra, artífice de los trabajos, quien se equivocó de cabo a rabo en los diseños.
Insisto: el paseo de Bolívar tarde o temprano será completamente peatonal, aunque ahora ha surgido la necesidad de senderos para bicicletas. Por lo pronto, ojalá no desmonten las franjas para peatones y ciclistas que acertadamente se pusieron en servicio a finales de 2020.
Lamentable la tugurización del norte. Cuando una familia se muda en el norte huyéndoles a las miles de aberraciones sociales y urbanas del sur y el centro, espera no toparse con ellas, o por lo menos no en tan indignante abundancia, como efectivamente era el norte hasta hace pocos años. Pero tristemente, hoy por hoy el norte se tugurizó por cuenta de mendigos y vendedores ambulantes que, encaramados en carroemulas, y con sus estridencias a voz en cuello o armados con potentes megáfonos, anuncian verduras, frutas (sin ninguna higiene), fruslerías y chatarra, alterando la tranquilidad otrora propia del norte, afeando su proverbial belleza y generando enervante contaminación auditiva sin que la autoridad tome cartas en un problema que se exacerbó durante la cuarentena y ha sido denunciado por muchos ciudadanos. En la calle 79 con 42, sector "Peñita", la señal de no tránsito de vehículos de tracción animal es violada a diario por vulgarísimos “carromuleros” —maltratadores de animales— y nunca hecha respetar por la autoridad.
Quienes fomentan este tipo de depravaciones urbanas son los de la solidaridad mal entendida, ciudadanos de bien —especialmente mujeres— que, sinceramente condolidos o para exhibirse como buena gente, les dan cualquier cosa a los pedigüeños y les compran las baratijas y verduras a los mercachifles ambulantes, quienes, ni cortos ni perezosos, identifican los sectores donde les compran y los hacen epicentro permanente de sus actividades, degenerándolos.
Hace algunos años, ese envenenador profesional que es el periodista Jorge Ramos Ávalos tuvo un altercado con Nicolás Maduro cuando lo entrevistaba en el Palacio de Miraflores. La tensión de la entrevista poco a poco subió ante los malintencionados reclamos de Ramos, hasta que acabó abruptamente cuando Maduro no supo qué responder e incluso se puso agresivo ante un video presentado por Ramos en que se observaban venezolanos hurgando en la basura, aparentemente buscando qué comer. Pues bien, sostengo que Maduro no se supo defender porque esa escena no es exclusiva de Venezuela, se ve a diario en el sur y el centro de Barranquilla desde tiempos inmemoriales (así como en toda América Latina), y ahora también en el norte, otra prueba de la tugurización de este todavía precioso sector.
Y lo que mal empieza, mal acaba, máxima que se cumplió a cabalidad con Donald Trump, uno de los personajes más polémicos de los últimos tiempos, cuya salida a empellones de la Casa Blanca terminó celebrando la mayoría absoluta del mundo tras la forma humillante en que perdió las elecciones ante alguien tan limitado como Joe Biden.
Personas como Trump nunca se marchan sin formar una escabechina como la que, azuzados por él, armaron sus adeptos en el Capitolio de Estados Unidos; ya se me hacía raro que no hubiera ocurrido algo así, porque repito, nunca se van civilizadamente. Pero le salió el tiro por la culata, pues se ganó el repudio generalizado del planeta, tuvo que recular y se ha quedado solo, hasta supuestos aliados suyos como Boris Johnson criticaron que hubiera incitado la asonada racista —que no es otra cosa lo que ocurrió en el Capitolio—, y su vicepresidente Mike Pence hizo caso omiso de su llamado a no reconocer la victoria de Biden ante el Congreso.
Bien difícil, cuando no imposible, la tendrá Biden para recomponer el papel de Estados Unidos en el mundo, así como el daño que la administración Trump le hizo a su país.
Joe Biden es el segundo presidente católico en la historia de Estados Unidos después de John F. Kennedy (ambos demócratas), detalle que, a diferencia del debate presidencial de 1960, ni siquiera se mencionó en esta oportunidad.
Llega a 1600 Pennsylvania Avenue con 78 años recién cumplidos el 20 de noviembre pasado, la persona más longeva en ostentar la presidencia de EE.UU.; superó a Donald Trump, que llegó con 70 años. Y si aspirara a un segundo mandato en 2025, llegaría con 82 años y terminaría de 86, edad que encuentro harto complicada para ser presidente de cualquier país.
A causa de su edad, Biden ha sufrido serios quebrantos de salud. Espero que sobreviva a su presidencia y ya vislumbro que Kamala Harris será la primera presidente de Estados Unidos.