Apuntes mirmidónicos LXX
Apuntes mirmidónicos LXX
14 de noviembre de 2024
I
Sobrepuesto al entusiasmo que me suscitó el aluvión de anuncios y ejecuciones que como un estallido se produjeron tan pronto empezó la tercera administración de Alejandro Char en enero de este año, puedo ver con claridad ahora que solo se trataba de un espejismo y que, en realidad, Barranquilla se halla postrada. Pese a que varios proyectos han empezado a materializarse, quedan en segundo plano frente a necesidades capitales desatendidas, como el arreglo de toda la Circunvalación (especialmente entre calles 30 y Murillo) y de la calle 30 a la altura de la papelería Tauro, la puesta en funcionamiento del Museo de Arte Moderno, el rescate del Parque Cultural del Caribe, la terminación de la Gran Vía (carrera 51B entre Circunvalación y Universidad del Atlántico sede norte), la recuperación del espacio público, la rehabilitación integral del centro y el mercado, la organización de los mercados públicos, la modernización del sistema de transporte público, la canalización de más arroyos y la terminación de la Cordialidad y la calle 30. Para no mencionar que la calidad de las obras es menos que mediana, ni mucho menos atrevernos a ocupar de seguridad (este apartado amerita capítulo aparte), competitividad, empleo, educación, convivencia, finanzas y desarrollo.
II
Si bien varios de los citados proyectos de infraestructura son competencia de la gobernación del Atlántico, del municipio de Soledad y de entes nacionales como el Invías y la Agencia Nacional de Infraestructura, corresponde a la alcaldía de Barranquilla llevar a cabo las gestiones necesarias para catalizar el cabal cumplimiento de los trabajos, puesto que los barranquilleros son quienes más los requieren y los mayormente perjudicados si no se realizan.
III
Téngase en cuenta que aunque políticamente pertenecen a Soledad y a Puerto Colombia, los sectores de la 30 y la Gran Vía donde actualmente se adelantan las intervenciones en realidad forman parte de la expansión de Barranquilla, esto es, de su mancha urbana, no de las de los municipios indicados, cuyas cabeceras distan considerablemente de los puntos objeto de los trabajos. En otros términos, Barranquilla se expandió hacia Soledad, Puerto Colombia y Malambo, los absorbió y en la práctica se los anexó, no lo contrario. Recuerdo muy bien que ya a principios de los años 1980 los barranquilleros adquirían vivienda en urbanizaciones como Conidec, Villa Estadio, Vista Hermosa, Costa Hermosa, El Tucán, Los Robles, Los Almendros, La Arboleda, Los Balcanes, El Parque y Las Moras, todas políticamente pertenecientes a Soledad pero desarrolladas por constructores barranquilleros en terrenos adyacentes a los confines de Barranquilla. Algo similar aconteció con los barrios El Concorde, La Luna, Mesolandia y El Edén de Malambo, construidos por urbanizadoras barranquilleras y poblados por barranquilleros que encontraron allí opciones económicas de vivienda.
IV
La inseguridad es el mayor dolor de cabeza de los barranquilleros desde hace más de 20 años, es decir, no estamos ante nada nuevo. En 2006 hubo 391 asesinatos y en 2007, 374, o sea que antes de Char 1.0 los homicidios ya rondaban los cuatrocientos y pico que se han presentado en los últimos años. El homicidio, desgracia otrora inusual e indignante, hoy es tan común que ya ni llama la atención. Otro más, piensa uno cuando se entera de un asesinato. O dos, o tres, o cuatro... más, cuando son masacres. Extorsiones en los puntos cardinales de la ciudad, asesinatos si no se paga la vacuna, masacres, balaceras, desmembramientos, cadáveres sin cabeza flotando en el río a la altura del malecón, atracos de todo tipo, amenazas... En pocas palabras, estamos ante el imperio del terror. Seguro que la mayoría de estos crímenes es consecuencia de ajustes de cuentas entre bandas dedicadas al tráfico de estupefacientes, pero en medio del fuego indiscriminado pierden la vida inocentes, y lo más grave: esta criminalidad desbordada constituye el síntoma, o más bien, el peor reflejo de una descomposición social terrible que nunca ha sido abordada por los gobernantes. La inversión en el desarrollo humano y social es la clave, pero la regeneración del tejido social y humano toma décadas. ¿Y mientras tanto? Sálvese quien pueda y que Dios nos guarde. Titánica, casi imposible tarea la que deben afrontar nuestros gobernantes: resolver un problema que crece a nivel mundial y que no se puede reducir a atribuírselo al gobernante de turno, como lo demuestran las cifras anteriores a la era Char. Aún menos lógico es exigirle al alcalde de turno que erradique por birlibirloque un problema tan grave y complejo que tiene su causa en profundas anomalías sociales y económicas que, a su vez, hunden sus raíces en los orígenes fundacionales de esta sociedad. Y no perdamos de vista que el vórtice de inseguridad actual abarca toda el área metropolitana de Barranquilla, principalmente a Soledad. No pinta nada bien el futuro que nos aguarda en materia de seguridad.
V
De otro lado, se han emprendido proyectos hueros y desatinados, más bien despilfarros inauditos, como la representación escultórica del poema El renacuajo paseador (promocionado como “Rin Rin Renacuajo”) en el malecón, donde habría sido más pertinente escenificar la leyenda del hombre-caimán u otra leyenda, fábula, poema o cuento infantil costeño, no una obra de un autor oriundo de la cordillera de los Andes, por muy aparentemente universal (dentro de la esfera del habla hispana) que sea. De contera, los muñecos son sencillamente feos, cero arte. E inexplicablemente oscuros e inexpresivos. En vez de alegrar el espíritu, desmoralizan, descorazonan, producen desazón.
VI
En este país, desde hace varias décadas ya no se ven estatuas, sino muñecos. Bien atrás quedaron los tiempos de estéticas, admirables, estatuas neoclásicas elaboradas en Europa por reputados artistas europeos, verbi gratia, la de Colón (1892, ojalá algún burgomaestre iluminado la encuentre y restaure), la de la Libertad (1910) y la ecuestre de Bolívar (1919, réplica del original instalado en el parque de la Independencia de Bogotá en 1910 y trasladado en 1963 al monumento a los Héroes de la calle 80 con avenida Caracas, imponente conjunto demolido en 2021 para dar paso a la primera línea del metro). Incluso se dio el extraño caso de artistas colombianos que desarrollaron su labor en Europa, como el antioqueño Marco Tobón Mejía, quien en 1932 esculpió en exquisito mármol de Carrara el majestuoso monumento a la bandera en París. En síntesis, el dramático contraste entre aquellas esculturas y los muñecos actuales deja claro que nunca se debió dejar de confiar la realización de monumentos urbanos a creadores europeos, verdaderos herederos de la rica tradición artística occidental. Infortunadamente, y con toda seguridad debido a la mediocridad que define a nuestros dirigentes, aquellas obras de arte fueron desplazadas por mamarrachos chapuceados por pseudoartistas criollos, por ejemplo, el vulgarísimo espantajo de Joe Arroyo en Cartagena, chamboneado por el “arquitecto” Óscar Noriega en 2013; los monicongos de importantes músicos de vallenato en el parque La Provincia de Valledupar (el más burdo es el de Carlos Vives), deformados por ordinarios diletantes de la escultura; el monigote de Juanes en Carolina del Príncipe, frangollado por el desacreditado Jorge Vélez Correa (2007); y los groseros muñecos de Joe Arroyo (2011) y Shakira (2023) en Barranquilla, ambos, desfigurados por el atroz mamarrachista Yino Márquez, culpable también de uno de los más abominables adefesios habidos y por haber: las ridículas manos atornilladas del parque de los Locutores, oda incomparable a la falta de talento y a la mediocridad conceptual, en pocas palabras, a la carencia total y absoluta de estro. Lo más deplorable del caso es que todos estos esperpentos son adjudicados a dedo y costeados por las alcaldías. Es decir, nuestros gobernantes, por el simple hecho de ostentar sus cargos, se arrogan la injusticia de someter a su mal gusto a la colectividad con tal de favorecer a sus entenados, de paso satisfaciendo íntimas necesidades, naturalmente. La eterna cuestión de lo uno y lo múltiple, de remate sazonada con vil corrupción. Es la única forma medianamente racional de hallar explicación a tantos dislates.
VII
Y como nunca ha de faltar la sensiblería, el ingrediente tragicómico de los muñecos es que el gran público, en patética exhibición de supina pobreza conceptual, no solo los admira, alaba y cataloga como obras de arte, sino que los visita en romería y hasta hace fila para tomarles fotos y/o retratarse con ellos y después presumir en las redes sociales.
VIII
La muy aceitada maquinaria de propaganda de la alcaldía no siempre surte el efecto pretendido, la gente no traga entero: por cada flor que se prodigan a sí misma cuando por todos los medios y con bombos y platillos informa la mínima realización, llueven críticas y reclamos en las redes sociales por las muy necesarias obras nunca emprendidas.
IX
Y mientras la alcaldía presume sus insustanciales ejecuciones (“Rin Rin” es el mejor ejemplo) en medio de sus sueños florales y pinta a Barranquilla cual Jauja en las redes sociales, la televisión y la radio (coludidos con medios que forman parte del conglomerado económico imperante, como El Heraldo y Emisora Atlántico, a los que la alcaldía adjudica jugosos contratos), la ciudad se desmorona a pedacitos: la invasión del espacio público por buhoneros de todos los pelambres se tomó la totalidad del norte, degenerando el último reducto de civilidad que quedaba en Barranquilla. Las aceras ―si acaso se les puede llamar así a esos espacios intransitables, hostiles, irregulares, arrasados y deformados al acomodo de los más salvajes carniceros urbanos―, indolentemente invadidas por talleres de mecánica automotriz, ventas de repuestos, llanterías, lavaderos de carros, estaciones piratas de taxis, compraventas de automóviles particulares, motos y taxis, ferreterías, ambulancias, parqueaderos, tiendas, cúmulos de escombros, todo tipo de vehículos mal estacionados, mercachifles de las baratijas más despreciables y las más repugnantes ventas de “comida”, entre otros ultrajes de los peores depredadores urbanos. El problema mayor no es la invasión en sí, sino que no haya autoridad que se apersone a impedir tanta devastación. Por reglamentación urbanística, en Barranquilla siempre se han construido generosos andenes con zonas verdes que son arrebatados a la ciudadanía poco después de haber sido puestos en servicio, o sea que la tarea es evitar que sean usurpados en beneficio de unos pocos y mantenerlos despejados para la mayoría. Inmuebles abandonados, auténticas casas de brujas, tenebrosos, derrumbándose, devenidos en enormes letrinas al descubierto y guaridas de indigentes, drogadictos y depravados sexuales. El tumor conformado por el centro y el mercado, en perenne descomposición cada vez más putrefacta. Las calles, cual campo de batalla bombardeado, sembradas de huecos, grietas, zanjas y hasta cráteres. Aguas negras por doquier, estancadas, fluyendo profusamente o brotando en los sitios y momentos más inoportunos. Todo el sur sometido a la tiranía de peligrosos psicópatas que, a los más enervantes decibeles que pueden emitir sus sistemas de sonido, ponen la música más abominable desde la mañana hasta altas horas de la madrugada, los mismos que fácilmente pueden cometer un homicidio si se les solicita que les bajen el volumen a sus estridencias. Ciudad que es un basurero a cielo abierto, hasta sus reconditeces repletas de los desechos más inverosímiles, y no por negligencia de la empresa de aseo Triple A, sino por el sinnúmero de cochinos que atestan este manicomio. No existe espacio público (llámese acera, parque, plaza, bulevar, glorieta, alrededores de escenarios deportivos, debajo de puentes) o edificio abandonado que se salve de estar rematado de excrementos humanos que parecen haber sido evacuados por bestias y que enrarecen el aire de mefítica hedentina. Tampoco se salvan de estar descoloridos de la tintura lánguida que resulta de la actividad corrosiva que importan avinagrados orines, esos que exacerban la pestilencia a proporciones infernales y son capaces de inducir el vómito y hasta de fulminar a alguien. Barranquilla, hasta la última de sus calles cundidas de hordas de salvajes que a diario, látigo en mano, someten a escuálidos caballos y burros a extenuantes infiernos forzándolos a arrastrar las toscas carretas en que transportan pesadas cargas por toda la ciudad. Y la chusma hambrienta y desesperada que incontrolablemente crece y crece en cantidad e infesta, violenta y destroza todos los rincones de la urbe ante la indiferencia de la mayoría y la impotencia de la minoría a la que le duele Barranquilla. Júzguese lo que puede ser un lugar en donde todas estas monstruosidades suceden y el civismo está sustituido por la ley de la selva.
X
En otros términos, no puede entenderse de manera natural cómo tanta gente cuerda se ha dejado instilar en la cabeza que esta ciudad transita por la ruta del progreso, cuando sobradamente ha quedado demostrado, a lo largo de la historia, que es un caso fallido e inviable.
XI
Barranquilla es el lugar donde ha alcanzado su cima el arte de combinar obras retrasadas con bajeza de espíritu.
XII
¿Por qué se reproducirá la plebe como animales? Debería haber un programa estatal de esterilización de la chusma.
XIII
Hasta primero de bachillerato iba al colegio y regresaba a mi casa en transporte particular. Al finalizar el año lectivo de 1986, mi papá me puso en conocimiento de que el año siguiente empezaría a coger bus. Él había pensado, con algo de razón, que al iniciar el año escolar de 1987 a finales de enero, los doce años y medio exactos que tendría su hijo eran la edad en que uno ya sabía lo que hacía, convencimiento que se cumplió con precisión matemática en mi caso. Dicho de otro modo, a una variación de formación definida por mi papá debo el haber aprendido a usar el servicio público de buses de Barranquilla y mucho más, como se verá. Para aquellas calendas de enero de 1987, vivíamos en el sur de la ciudad, y para asistir al Instituto Experimental del Atlántico José Celestino Mutis ubicado en el comienzo del norte, exactamente en la esquina nororiental de la calle 70 con carrera 38, muy temprano en la mañana tenía que coger un bus cerca de mi casa y bajarme en el centro, donde tomaba otro vehículo que me dejaba en la puerta del colegio; y en la tarde recorría el mismo trayecto en sentido contrario. Ya yo había estado en el centro unas cuantas veces, siempre de la mano de mis papás y ―esto es clave― sin tener uso de razón. El primer día de lo que considero mi iniciación en el orbe de los adultos, mi papá me acompañó a coger el bus en la esquina de la calle 31 con carrera 8; nada más lo hizo esa vez, y tan solo me aportó el único dato relevante que necesitaba: en el centro, exactamente en el paseo Bolívar, debía abordar el bus Porvenir-Paraíso-Carrera 38 para llegar al I.E.A. Ya en lo que deduje que era el centro gracias a borrosas impresiones, guiado por el instinto me bajé en una avenida de cierta amplitud que pensé que podía ser el paseo Bolívar. Allí le pregunté a un transeúnte, un tipo de mediana edad, dónde se tomaba la ruta que mi papá me había recomendado. “En 20 de Julio”, me respondió en el acto con aire de suficiencia, como si hubiera estado esperando la pregunta. Recuerdo muy bien la resonancia vacía de sus palabras en mi mente desconocedora de la ciudad, lo mismo que el tono de voz preciso con que las pronunció, y la sensación de desorientación que me produjo el tratar de asociar la patriótica fecha con un espacio urbano (aunque por el contexto fácilmente deduje que “20 de Julio” se refería a una calle). Con la dificultad que me imponía mi falta de desenvoltura le pregunté entonces dónde quedaba eso. Por respuesta señaló con el dedo una calle de que la que estábamos a tres o cuatro metros, por la que, en efecto, pasaba Porvenir-Paraíso-Carrera 38. Afortunadamente, como puede verse, muy rápido y sin contratiempos aprendí a tomar los buses para ir al colegio: el que abordaba cerca de mi casa me dejaba exactamente en el paseo Bolívar (uno de los casos excepcionales en que habitualmente se usa el odónimo y no la numeración) con carrera 43 (20 de Julio, en la nomenclatura anterior a 1940), y en ese cruce había de tomar el que me llevaba al colegio. Aquel desconocido nunca supo cuán agradecido le he estado siempre.
XIV
Muchos años después, siendo estudiante de último semestre de Ingeniería de Sistemas, el director del programa me pidió que representara (al programa) en un concurso de conocimientos sobre Barranquilla que había organizado la Universidad del Norte entre sus estudiantes. Esther Forero formaba parte del jurado. Ya en aquel tiempo había yo desarrollado el padecimiento por Barranquilla, su pasado y su presente, y por lo visto era de conocimiento público, algo de lo que no tenía conciencia. Me preparé durante los pocos días que restaban para la competencia, y uno de los temas obligados en los que me enfoqué fue la antigua toponimia de las calles y callejones de una Barranquilla no tan lejana como me parecía en 1998. Supe en ese momento que los primitivos, folclóricos ―pero reveladores― nombres de las calles habían sido mutilados de un plumazo gubernamental andino en 1940 y reemplazados por el sistema numérico usado hasta nuestros días. El descubrimiento me retrotrajo en un flashback a la incómoda situación ocurrida en enero de 1987 cuando un desconocido se refirió a una calle por un nombre caduco e inusitado y no por la numeración que la regía (y rige parece que para siempre). ¿A cuenta de qué tendría alguien que emplear una denominación proscrita la bicoca de 37 años antes? 37 años que, a juzgar por su aspecto, ni siquiera tenía el tipo, o sea que había nacido en la “era numérica” de las calles colombianas. Por eso a veces ―solo a veces―, me figuro que ese extraño se valió ex profeso de la anacrónica odonimia para presumir y desubicar al mozalbete, pues en las postrimerías de la década de 1980, alguien de su edad sabía de sobra no solo que esos nombres ya no se usaban, sino que se encontraban refundidos en el más perfecto olvido, y que un niño difícilmente podía saberlos. Tales fueron las circunstancias en las que fui a dar al centro de Barranquilla, esta vez ya con esclarecedor uso de razón y, acaso más importante, sin compañía ni tutela alguna. No estará de más acotar que nadie me previno de lo que me esperaba.
XV
En los postreros días de enero de 1987, ya gozando de pleno uso de razón, empecé a ir solo al centro de Barranquilla. Al cabo del año escolar de 1986, mi papá había juzgado, con mucho juicio, que ya era hora de que yo aprendiera a coger bus, y qué mejor laboratorio para ello que ir al colegio. Para llegar al I.E.A. tenía primero que trasladarme desde mi casa, que quedaba en el sur, al centro, que en esa época era el anómalo nodo de interconexión entre el sur y el norte de los buses del servicio público. Ya en el centro debía abordar otro autobús hasta el destino de mis afectos en el barrio Las Delicias, entonces bello y residencial, hoy irreconocible, devorado por el comercio desenfrenado y la vorágine urbanística más turbadora, la misma que destruyó todo el norte de la ciudad. Nunca lamenté que nadie me hubiese prevenido de que en el centro me toparía con el mayor manicomio a cielo abierto y las más abyectas monstruosidades urbanas y humanas que había de presenciar en toda mi vida, pues merced al descubrimiento del centro de Barranquilla debo mi inopinada, prematura y brutal iniciación en los asuntos cardinales de la vida. Mi papá no sospechó, ni supo nunca, que con su sencilla disposición me llevó a dar el más trascendental paso en mi evolución formativa. Pero ¿cómo podría no cambiarle a un niño mimado por la vida su noción de la existencia la escena apocalíptica de niños millonarios de lombrices escarbando, en busca de comida, las inmundicias amontonadas en la ribera izquierda del pútrido caño del Mercado ―no canalizado en ese entonces―? Básteme añadir que no me maravillé de que devoraran basuras. Famélicas vacas no escasas en parásitos y puercos impuros deambulaban en derredor alimentándose, asimismo, de porquerías. Remataba el dantesco cuadro una ordenada legión de funestos goleros, unos sobrevolando la hecatombe, otros merodeando, abriéndose paso a saltitos torpes en medio de aquel muladar de la muerte, ávidos por engullir su próxima víctima. Era infernal.
XVI
Descubrí el inmundo y espantoso centro de Barranquilla en los días finales de enero de 1987. De no haber sido porque en las postrimerías de 1986 mi papá decidió que ya yo estaba en edad de emplear los buses del transporte público para ir al colegio, difícilmente lo habría conocido. En esa época, el centro era una especie de núcleo de distribución, sin orden ni concierto, de las rutas de buses entre el sur y el norte de la ciudad. Y como yo vivía en el sur y mi colegio quedaba en el norte, inexorablemente todas las mañanas había de acudir al centro a abordar el autobús que me dejaba en la puerta del Instituto Experimental del Atlántico (incomparable establecimiento de bachillerato concebido y regentado por el profesor Alberto Assa, inolvidable maestro osmanlí que 28 años después de muerto ―si así puede decirse― no ha podido ser reemplazado en el panorama educativo y cultural de Barranquilla; aquel quijote bizantino siempre vestido de blanco a quien hoy más que nunca le viene mejor que a nadie en esta ciudad el mismo panegírico que le confirió a fray Alfredo de Totana con motivo de su muerte en 1972: “valeroso precursor de muchas ideas nuevas, para tratar de salvar antiguas verdades en peligro de ser atropelladas por una renaciente barbarie”). Invariablemente, además, todas las tardes debía volver al centro para coger el bus que me dejaba en mi querido barrio, El Limón. De tal suerte que en las mañanas brevemente iba al centro a hacer trasbordo de bus, mientras que en las tardes me rendía a la extraña fascinación de experimentar su aborrecible realidad durante más o menos una hora, ya que no tenía el afán de tener que llegar puntual a otra parte; y los sábados a partir del mediodía podía recorrerlo libremente, sin límite de tiempo. Y tan pronto puse pie en el centro, se hizo la luz. Las atrocidades humanas y urbanas con las que me di de bruces en aquel manicomio a cielo abierto ―que en esa catástrofe consistió mi encuentro con el centro de Barranquilla― se convirtieron en mi más abrupta preparación para los menesteres de la vida real. Indeleble se me quedó grabado en la memoria el cuadro apocalíptico de criaturas infrahumanas hurgando qué comer entre las basuras esparcidas en la orilla occidental del impuro y aún no encauzado canal del Mercado. No me indispone ni siquiera levemente reconocer que me fascinó presenciar su banquete de inmundicias en medio de coprófagos cerdos pletóricos de platelmintos y roñosos bóvidos caquécticos que merodeaban se diría que partícipes de aquel festín de asquerosidades en perturbadora comunión, o quién sabe si disputándoselo mediante algún tenebroso pacto de disimulos. Pero eso no era todo. Una nefanda caterva de buitres negros le daba un toque aún más siniestro a la ya dantesca escena: una bandada planeaba a pocos metros sobre el desastre y, ya en aquel inconcebible lodazal moral, una panda a pie, digo, a pata, muy desmañadamente pero con total determinación ―la verdad sea dicha todas las veces―, acechaba con paciente codicia lo que habría de ser su alimento. La degradación humana alcanzaba allí sus máximas proporciones.
XVII
Después de semejante conmoción, nada me impresiona por lo malo, bajo o innoble, ni tampoco por lo excelente, bello o fino. Lo más aterrador de aquella debacle sin sentido era, naturalmente, el personal que ocupaba el centro: la quinta pelafustanería de Barranquilla en pleno, obviamente, entremezclada con gente decente y trabajadora. Inexperto al fin y al cabo, aunque defenderé que racionalmente, creí en aquel momento que las próximas generaciones serían mejores, es decir, para mi entendimiento adolescente, algunos lustros después ya no debería existir o quedaría muy poco de la canalla que asolaba a Barranquilla. Mi lógica fue que la gente y las cosas mejoran, avanzan, con el paso del tiempo. Pues bien, con rabia y suprema tristeza hay que decir que, casi 40 años después, en el centro se dan cita aun peores aberraciones. El personal no solo no progresó, sino que empeoró: hoy no solo sigue allí la gentuza ya vieja y más o menos sobreviviente de aquella época; ahora se han sumado las nuevas y mil veces más pervertidas generaciones de inmorales, drogadictos, réprobos, mediocres, infelices, calaveras, malvados, miserables, desharrapados, vándalos, zarrapastrosos, indigentes, dipsomaniacos, inescrupulosos, salvajes, hampones, invasores, truhanes, pillastres, rateros, asesinos, corronchos, vagos, pordioseros, sinvergüenzas, locos, malandros, rameras, granujas, rufianes, sádicos, andrajosos, patanes, degenerados, maniáticos sexuales, acosadores, zánganos, vividores, alimañas, depredadores, abusivos, crápulas, infractores, entre muchos otros desgraciados. Todos ultrajando el sagrado espacio público, esas calles, aceras, zonas verdes, puentes, plazas y parques donde sufrimos la desgracia de concurrir, de soportarlos o, mejor, de ponernos a salvo de ellos. Irrecusablemente tenemos que hacerlo, pues es imposible que se confinen en los detestables lugares a los que pertenecen por naturaleza, esos que conforman la mayor parte del centro de Barranquilla: antros, cantinas de mala muerte, cloacas, cuchitriles, cuevas, escombros, garitos, pocilgas, madrigueras, ollas, muladares, basurales, lodazales, lupanares, cagaderos, chiqueros, estercoleros, meaderos, mosqueros, etcétera. En pocas palabras, el centro de Barranquilla está maldito.
XVIII
El gran problema de esta colectividad es el desarrollo humano; tengo el pleno convencimiento de que una parte demasiado considerable de nuestros conciudadanos ―la mayoría, no nos digamos tonterías― se halla en el más lamentable, casi bestial, estado de infradesarrollo humano, y no me refiero únicamente a aspectos económicos o educativos, sino a morales y, sobre todo, espirituales.
XIX
Cómo será la podredumbre moral (y cívica, ya que el civismo forma parte de la moral) de determinados ciudadanos, que no usan el puente peatonal sobre la avenida al Mar a la altura de la Universidad del Norte; o sea que la mayoría son estudiantes de una de las universidades más elitistas de Colombia... ¡Que Dios nos agarre confesados ante lo que nos espera con los futuros profesionales que tendrán en sus manos los destinos de nuestra comarca! Prefieren cruzar la carretera a pie, violando la norma de tránsito y exponiéndose a ser arrollados por raudos vehículos cada vez más numerosos. Lo que más me da grima es ver mujeres ―que todo ha de decirse― en tan peligroso y bochornoso lance.
XX
Y siguiendo con cosas que en vez de mejorar empeoran, ahora, según los ignorantes que a diario nos insultan con sus salidas en falso en los nuevos medios de comunicación, cualquier construcción que les parece “antigua”, de acuerdo con su deplorable acervo cultural, es “colonial”. ¿Por qué no tendrán el pudor de investigar antes de abrir sus malolientes bocas para solo proferir estupideces? No me importa la respuesta, pero queda explicado el repugnante ámbito intelectual que se desprende de semejante deducción.
XXI
Verbigracia, en el anodino portal de ¿noticias? zonacero.com, leo este exabrupto: “Si de historia se trata, el Centro Histórico sigue siendo el corazón de Barranquilla. Las calles empedradas, las casas coloniales y las edificaciones art déco nos transportan a épocas pasadas de puerto de progreso”. Señores ignorantes: dejen de decir locuras, que terminan distorsionando la historia y desinformando. ¿No son conscientes de la responsabilidad que tienen como comunicadores? Por mediocres como ustedes, casi todo el mundo cree la máxima aberración jamás dicha sobre esta ciudad: que Barranquilla fue fundada por ganaderos de Galapa en la plaza de San Nicolás el 7 de abril de 1813. ¿Y quién dijo eso? Nada menos que el celebrado Mike Schmulson tras ser condecorado como “Gran Mariscal” de Barranquilla en la bendita plaza la noche del 7 de abril de 2012. Había que ver la insólita avilantez y la impudicia aterradora con que a los cuatro vientos rebuznó esa monstruosidad... ¡Y esa fue la afirmación del “Gran Mariscal” de Barranquilla con motivo de su propio homenaje durante la celebración de la efeméride barranquillense! ¡Nada menos! Si tan conspicuo primate vomitó tamaño disparate como hasta entonces solo se había oído en los manicomios, ¿qué se deja para la recua de descerebrados que pululan en Barranquilla? Es un caso de la miseria humana.
XXII
Entérense, partida de pelanas de zonacero.com: en Barranquilla no hay una sola edificación de la época colonial, ni tampoco calles empedradas, ni media. ¿Por qué no investigan antes de decir sandeces? Tantos libros y trabajos sobre historia de Barranquilla como se han publicado desde mediados de los años 1980, muchos de ellos gratuitos y disponibles online, para que estos buenos señores salgan, casi 40 años después, con semejante metedura de pata. Ahora, ¿no son fácilmente distinguibles los estilos importados por los españoles durante la Colonia, de los de la época republicana? Evidentemente, el caletre no les da para tanto. Y pensar que la sola antigüedad los revela. Y me refiero a los estilos republicanos porque son la única posibilidad de confusión con los estilos coloniales; ya sería demencial confundir el art déco, el streamline y el racionalismo con lo colonial. Y entérense por añadidura de que muchos de los edificios a los que aquí aluden como art déco corresponden realmente al estilo aerodinámico (streamline) o a la Bauhaus de Tel Aviv. Lean para que aprendan.
XXIII
Me resulta extraordinariamente afrentoso que los sucesivos alcaldes hayan permitido que desde hace décadas el paseo de Bolívar sea un antro público y morada de los indigentes más repulsivos que pueda concebir la imaginación. El corazón de Barranquilla, su avenida más importante en términos históricos, sociales y económicos, alrededor de la cual surgió y aún gravita la ciudad, ¡sobre la que se encuentra la sede de la alcaldía! Al menos deben renovar la especie de plaza donde se encuentra la estatua de Bolívar y el bulevar entre Cuartel y Veinte de Julio (remodelados por última vez hace 21 años), sección convertida en tugurio comunal debido a la ocupación de la chusma más heterogénea: orates que circulan a la buena de Dios, menesterosos de la peor estofa, hetairas desnutridas, maulas de los más redomados, apuñaladores, estafadores, pendones, coralibes, malandrines, borrachines, holgazanes, sabandijas, toxicómanos, muérganos, vagabundos, desocupados, toda clase de disolutos y, de contera, perros sarnosos. Qué pavoroso espectáculo el que nos toca en suerte cada vez que tenemos el infortunio de ir al centro.
XXIV
Las plazas y espacios principales de todas las ciudades civilizadas están construidos con materiales de excelsa calidad y son objeto de mantenimiento y embellecimiento permanentes ―vale decir, conforme a su dignidad―, así como la plaza de la República y el paseo de la Virgen de Chiquinquirá de Maracaibo, y el paseo Iribarren, la plaza Bolívar y el parque Ayacucho de Barquisimeto. La excepción es el paseo Bolívar de Barranquilla.
XXV
Urge que en Barranquilla se les haga mantenimiento a calles, puentes, monumentos, plazas, parques, bulevares, glorietas, escenarios deportivos y sus alrededores, tapas de alcantarilla, aceras y bordillos, algo de lo que sí se está ocupando en Cartagena el alcalde Dumek Turbay, visionario gobernante que está transformando esa bella ciudad, que estuvo estancada por décadas, víctima de voraces apetitos.
XXVI
De consolidarse el resurgir cartagenero, el presunto esplendor actual de Barranquilla quedará en segundo plano, pues Cartagena tiene mucho más que ofrecer. Aparte de ser el destino turístico número uno de Colombia en razón esencialmente de la embrujadora Ciudad Amurallada, el fuerte de San Felipe de Barajas, su ambiente caribeño y sus playas, Cartagena cuenta con verdaderos paraísos naturales aledaños, como las islas del Rosario, la ciénaga de la Virgen (cuerpo de agua realmente integrado a la ciudad) y la península de Barú, cualquier cantidad de sitios históricos y arqueológicos, cerro, puerto, futuro megaaeropuerto, frente acuático de postal que pronto será catapultado a la estratosfera con el desarrollo del Malecón del Mar, ponderable movida cultural, un tesoro gastronómico aún no aprovechado, un sector industrial bullente y en expansión (el de Barranquilla se extinguió hace décadas) y un floreciente comercio. Actualmente me impresionan las ingentes inversiones que se están llevando a cabo en espectaculares desarrollos inmobiliarios extramuros, allende La Boquilla sobre la Vía al Mar, verdadera proyección de la ciudad en camino de conformar una megalópolis cuando se integre con el ensanchamiento de Barranquilla sobre la misma vía.
XXVII
Cartagena está a tiempo de evitar la calamidad que ha décadas se enseñoreó de Barranquilla: que todo el mundo hace lo que le da la regalada gana sin importarle perjudicar a los demás, y lo que termina de agravar todo: sin autoridad que lo impida. La invasión del espacio público, que en Barranquilla es la más degradante muestra de lo anterior, es aún incipiente en Cartagena, y los leves brotes están siendo atajados eficazmente por la acertada administración de Dumek Turbay. Por acciones como esa, el burgomaestre carmero ha sido injustamente señalado de autoritarismo por sus detractores, pero en realidad está ejerciendo la autoridad para cumplir con la ley y salvaguardar los intereses de la colectividad ―cual es su deber―, eso que tanta falta hace en Barranquilla.
XXVIII
Incluso sacando las edificaciones coloniales, Cartagena apabulla en riqueza, profusión, monumentalidad y belleza arquitectónica a Barranquilla, en cuyo imaginario colectivo unos pocos han impuesto que las cinco casitas que quedaron en el barrio El Prado y cuatro o cinco edificios del centro son la gran cosa.
XXIX
Del sobrevalorado movimiento moderno o racionalismo no quedan ni cinco pseudomuestras que valgan la pena (casi todas fueron casas unifamiliares diseñadas por Roberto Acosta-Madiedo). Y lo mismo puede aseverarse del manido streamline o estilo aerodinámico, inexactamente llamado art déco en nuestro medio, ese con el que algunos han armado tremendo alboroto.
XXX
Cuánto me placería que en el manoseado malecón erigieran un monumento con todas las de la ley, vanguardista, revolucionario desde el punto de vista artístico, por ejemplo, extraído del cinetismo venezolano. El arte clásico ya tuvo su época y cumplió su ciclo, por eso no tiene sentido seguir haciendo estatuas que más bien resultan caricaturas de la escultura clásica, algunas asaz grotescas, como la de Shakira en el malecón y todo lo que hace el incomparable chapucero Yino Márquez. Recientemente, Shakira ha estado varias veces en Barranquilla debido a problemas de salud de su papá, y con toda razón ni siquiera se ha dignado conocer esa bazofia. Despierten: aquí nunca hubo escuela clásica, ni mucho menos existe tradición artística, así que dejen de inventar y de dárselas de Frémiet, Verlet o Tomagnini, ni siquiera de Eladio Gil, el español que en 1973 moldeó la espléndida estatua de la india Catalina de Cartagena ―sutil creación que parece que flotara―, transformación en obra de arte del muñeco, perdón, de la estatuilla diseñada por el escultor magdalenense Héctor Lombana en 1961 para el Festival de Cine de Cartagena.
XXXI
En la narrativa histórica barranquillera se ha sostenido siempre que Barranquilla debió su edad de oro, entre otros factores como la habilitación del río Magdalena como arteria de transporte de mercancías, a la decadencia en que se sumió Cartagena después de la Independencia y de la peste de cólera que diezmó su población en 1849, la cual también azotó a Barranquilla. Pues bien, a juzgar por el sinnúmero de monumentales edificaciones republicanas de principios del siglo XX que posee la Ciudad Amurallada y que no tienen émulo en Barranquilla, me figuro que la citada afirmación requiere una revisión exhaustiva, siquiera una delimitación de fechas, comoquiera que la evidencia palmaria atestigua, sugiere, al menos, que el presunto declive cartagenero ya había sido superado en aquella época, justamente la del supuesto máximo florecimiento de Barranquilla. Lo que también significa que el sector mal llamado a veces “colonial” de Cartagena no debe exclusivamente su subyugante encanto a las construcciones hechas por los españoles durante la Colonia, de hecho, creo que son más numerosas las edificaciones republicanas que las coloniales.
XXXII
Otra falacia, por cierto, harto arraigada, que ha de rebatirse o revisarse al menos, es que el declive económico y social de Barranquilla obedeció al meteórico crecimiento experimentado por el puerto de Buenaventura a partir de la puesta en funcionamiento del canal de Panamá en 1914, lo que causó el desplazamiento de la dinámica portuaria del país de la costa Atlántica a la Pacífica en detrimento de la actividad portuaria de Barranquilla y, por ende, de la prosperidad que la caracterizaba. Si eso hubiese sido verdad, ¿cómo se explica que en 1935, más de veinte años después de estar operando el canal de Panamá, se hubieran construido los tajamares de Bocas de Ceniza? La canalización de la desembocadura del Magdalena se llevó a cabo con el expreso fin de habilitar el comercio de mercancías en el propio casco urbano, potenciando el movimiento portuario del que dependía fuertemente la economía de la ciudad en aquella época. Y no se invierte semejante cantidad de recursos y esfuerzos en lo que ya había de estar moribundo. Barranquilla mantuvo una importante actividad portuaria hasta la década de 1980; más de cien años después de la inauguración del canal de Panamá, el terminal de Barranquilla se desplomó al quinto puesto en volumen de carga entre los puertos colombianos, mientras que el bonaverense es un gigante latinoamericano.
XXXIII
Y tras la derrota 2-3 ante Uruguay en Montevideo, decidí no volver a ver jamás un partido de la selección Colombia de fútbol. Basta. Fue suficiente con haber asistido, durante la bicoca de 40 años, a la más oprobiosa mediocridad deportiva, a la falta total y absoluta de talento, corazón, raza, pundonor, sangre. Nunca han estado cerca de ganar ningún torneo de peso (Mundial, Copa América), pero jugadores de tercera o cuarta categoría como el “Pibe” Valderrama han sido endiosados y elevados a la categoría de cracks o, peor, de leyendas. Ya estuvo bueno, hay que liquidar sin miramientos cuanto no sirva y lo indisponga a uno.
XXXIV
La autoestima del barranquillero es tan baja, sus realizaciones tan pobres y tantas sus carencias, que cualquier hecho o persona medianamente destacados, incluso sin mérito real, aquello que en cualquier parte civilizada sería un dato más, aquí es elevado a la categoría de hito, mito, proeza, gesta, epopeya, gloria, hazaña y héroe, y es calificado con los adjetivos más gerundianos: histórico, mítico, emblemático, icónico, legendario, apoteósico, digno de orgullo, entre otras palabrerías hueras y dementes por el estilo. Y no quiero recordar las épocas en que El Heraldo ―ese periódico fracasado y envenenador― y otros medios de comunicación usaban el terminacho que le da una patada por donde sabemos al resto a fuer de su increíble ampulosidad: los “patricios”, por fortuna caído en total desuso y, lo más importante, en el olvido más absoluto. Los psicóticos que abundan en esta ciudad padecen la manía, seguramente congénita, de andar regodeándose en ese tipo de insignificancias, siempre presentándolas como fabulosas, resaltándolas hasta el hastío e incluso endiosándolas para sentirse “orgullosos” y así hacer sentir a los demás; y a fe que lo logran en la mayoría de los casos. ¿En qué cabeza puede caber, vamos a ver, que Joe Arroyo fue un gran músico? Un plagiador profesional de voz chillona al que ni se le entendía lo que cantaba, un auténtico morisquetero de tres al cuarto que tocaba música ajena. Da grima que hasta dos muñecos le hicieron, a cual más de esperpénticos, por cierto.
XXXV
La marca de esta ciudad, y en general del tercer mundo, es la mediocridad, por eso cualquier pseudologro o personajillo es promocionado por oportunistas, embaucadores y mentes distraídas como la gran cosa para que la gente se crea “feliz”. He aquí unos cuantos ejemplos prominentes de nuestra cosecha:
El carnaval. Específicamente la desorganización, los baches en los desfiles, el deplorable escenario de la Vía 40 y los incómodos palcos, minipalcos y sillas, porque como manifestación cultural es muy rico y valioso. En mala hora la dichosa declaración de “obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad” (que no sirve para nada) de la inútil Unesco vino a exacerbar el frenesí y el chovinismo por una barahúnda en la que reina la improvisación, el desafuero y la pobreza organizativa, en pocas palabras, la mediocridad en pasta. Acontecimiento cuya organización profundamente tercermundista, lejos de producir orgullo, debe dar pena, y que sintetiza como ninguno la quiebra moral de esta sociedad en toda su extensión.
El Junior. Lo peor es la infracultura que se engendró entre su hinchada.
Los inmigrantes. En todas partes hay inmigrantes que han contribuido al desarrollo de allí donde se establecieron.
El Grupo de Barranquilla.
Los tajamares de Bocas de Ceniza.
El muelle de Puerto Colombia.
El puente Pumarejo.
El barrio El Prado y el bendito hotel.
El mastodóntico edificio García y demás caricaturas de art déco y estilo aerodinámico.
Las simplificaciones de arquitectura racionalista (quien se encargó de su hipervaloración fue Carlos Bell, arquitecto).
El deplorable edificio Palma.
La escalera eléctrica de Sears.
La pavimentación en macadam.
El semáforo de Veinte de Julio con Jesús o el de la calle España con Progreso; las fuentes no se ponen de acuerdo en cuál fue ―supuestamente― el primero de Colombia.
Las Empresas Públicas Municipales.
La HKD, primera emisora de radio comercial privada en Colombia.
El estadio Municipal, proclamado primer estadio “olímpico” de Colombia, cuya cancha era un vergonzoso peladero.
El puerto marítimo y fluvial. ¿Qué es un puerto marítimo y fluvial? Eso no existe.
La zona franca.
El malecón.
La ventana al mundo.
La aleta del tiburón.
Celebración de competencias deportivas, especialmente si son internacionales.
La nueva playa Puerto Mocho.
XXXVI
Desde el funcionario de mayor rango hasta el más modesto parroquiano, una misma indolencia flagela a Barranquilla emponzoñándola con toda suerte de calamidades.
XXXVII
Barranquilla es la inmoralidad hecha ciudad en cualquiera de sus facetas.
XXXVIII
El desastre nunca variable de su privada decencia es la ética de la ciudad.
XXXIX
La mayor parte de los habitantes de Barranquilla vive en la inconsciencia más inverosímil.
XL
Si fuera alcalde de esta ciudad…
El paseo de Bolívar sería una avenida de lujo, construida con materiales de la mejor calidad, limpia, libre de usurpadores del espacio público y en cuido y mantenimiento permanentes, lo cual se extendería, lógicamente, a su plaza, aceras y bulevar.
El arroyo del Country y el lote del batallón de Paraíso conformarían un parque-reserva ambiental al que se le construiría un lago artificial y tendría un bosque de robles amarillos cuya floración anual sería un acontecimiento como el Festival Nacional de los Cerezos en Flor en Washington D.C., EE.UU.
Fundaría un verdadero jardín botánico como el de Bogotá o el de Medellín.
Sanearía los caños y los convertiría en atracción turística acondicionando sus alrededores.
El distrito adquiriría el Museo Romántico y lo rehabilitaría.
Recuperaría el malecón León Caridi construido por Elsa Noguera y lo integraría al Gran Malecón.
Le daría continuación al programa de recuperación y organización de andenes de Char v3.0. Rehabilitaría los andenes de las calles 93, 84, 82, 74, 70, 53, 40, 39, 38, 37, 36, 35, paseo de Bolívar, 31 y 30, y los de las carreras 8, 38, 39, 40, 41, 43, 44, 45, 46 y 54.
Mandaría a construir una obra de arte monumental, como el Manto de María Divina Pastora de Barquisimeto, Estado Lara, Venezuela, portentosa creación de arte cinético sin parangón en el panorama estético mundial. Sería de 50 metros de altura como mínimo, tendría iluminación nocturna, y estaría ubicada en un punto elevado de la urbe o en un alto pedestal para su cabal apreciación. Escogería uno de los siguientes tópicos, en orden de prioridad:
Un volumen abstracto como la Esfera Caracas, por aquello del Estado laico.
Cristo Redentor, así se mesen los cabellos los apologetas gratuitos del Estado laico.
El congo del carnaval, así se desgarren las vestiduras los fundamentalistas protestantes.
La leyenda del hombre-caimán, ya que se va para Barranquilla.
La vaina es de dónde sale la plata. Y después, cómo se mantiene eso. Se tumban la plata. Y de llegar a hacerse, de seguro la plaga de gamberros y matones de los que está repleta la zahúrda que habitamos se lo defecarán, orinarán, pintarrajearán, desvalijarán y destruirán. ¿Por qué habré nacido en Barranquilla?
XLI
Cuando fotos y videos antiguos de Barranquilla empezaron a proliferar en Internet, más allá de llamarme la atención lo que al gran público deslumbra, los cambios en la morfología urbana, me turbó comprobar en las actitudes, posturas, gestos, dejadez y relajo de quienes quedaron registrados que la catadura de nuestros pretéritos conciudadanos era, mutatis mutandis, la misma que la de nuestros contemporáneos. Y como en una pesadilla de la que no se puede despertar, poco a poco caí en la cuenta de lo más escalofriante: la causa de que ayer sea como hoy es la genética. Y no podía ser de otra forma. O sea que estamos condenados a la mediocridad atávica, a la mulatez intelectual, a la chatura moral. Al imperio del mal. A la ruina del alma. Al flagelo de la peste. A la bastardía. A quién sabe qué maldición heredada de aviesos antepasados, transmitida de generación en generación hasta quién sabe cuándo. ¿Hasta que un ángel exterminador la extirpe de entre nosotros, quizá?
XLII
Esa es la verdad. Nótese que me he circunscrito a las personas porque una ciudad es fundamentalmente su gente; todo lo demás, hechos, historias, leyendas, ciertas calles y lugares, es el resultado de lo que han concebido, logrado y construido sus habitantes a lo largo de su historia. Y para nuestra desgracia, las huellas irrefutables de la historia atestiguan que Barranquilla siempre ha sido la misma babel y seguirá siéndolo, nada cambiará. Bueno, no: si revisamos con criterio histórico-crítico esta afirmación, la evidencia demuestra que empeorará, como ocurrió en el periodo 1987-2024. No nos digamos tonterías: será el año 2132 y seguiremos siendo la misma Ganga sumida en el atraso, a merced de los leprosos morales de turno cuyos desafueros superarán sucesivamente y con creces los de quienes los precedieron, y agravarán hasta el aturdimiento y la indignación la degeneración de este estercolero. ¿Podrán romperse las cadenas de la historia? Ojalá antes que Barranquilla sea ya una vasta necrópolis devorada por humeantes matorrales que campean entre las ruinas de la ciudad, por fin liberada de los matricidas que durante demasiado tiempo la asolaron.
MANTO DE MARÍA DIVINA PASTORA
(Perdomo, Vargas y Rodríguez, 2016)
Barquisimeto, Edo. Lara, Venezuela
ESFERA CARACAS
(Jesús Rafael Soto, 1996)
Caracas, Venezuela
XLIII
Y como todo tiene su final, nada dura para siempre, con esta septuagésima (siempre me gustó el siete) entrega doy fin a los Apuntes mirmidónicos. Creo que ya dije cuanto tenía que decir, critiqué lo que se imponía criticar, y aporté lo que podía aportar. Además, tengo la plena seguridad de que cualquier situación que surja en lo sucesivo podrá extrapolarse a través de las opiniones consignadas en estas glosas.
FORSE ALTRI CANTERÀ CON MIGLIOR PLETTRO.
LUDOVICO ARIOSTO. Orlando furioso, XXX, 16, v 8.
Apuntes mirmidónicos LXIX