La sociedad eufemística

20 de enero de 2014

Una rara manía se ha establecido en la sociedad: no llamar las cosas por su nombre. Los medios de comunicación y las empresas de toda clase de servicios son los principales motores de esta irritante modita según la cual hay que decir las cosas de tal forma que no solo no se ofenda -supuestamente- a los demás, sino que no se presten para sugerir algo duro o negativo, ni siquiera para la malsonancia. Para lograrlo, han repletado el lenguaje de un montón de eufemismos y neologismos (más bien desatinos léxicos de la peor extracción idiomática) de una ridiculez supina. Los terrenos preferidos para esta deplorable excentricidad son los temas tabú: el sexo, la raza, la religión, el físico de las personas, la muerte. Por ejemplo, hoy está mal, es insultante, llamar a alguien “negro”, es preciso decirle “afrodescendiente”, o el prefijo afro unido a la nacionalidad del individuo: “afrobrasileño”, “afrocubano”, etcétera, o simplemente “afro”. Pasan por alto que no todos los africanos son de raza negra y que los negros prefieren y hasta exigen que les digan “negros”, ni siquiera otros eufemismos tontos como “de color” o “moreno”, este último creo que solo se usa en el interior de Colombia.

Posiblemente, este disparate tiene su origen en la programación neurolingüística (PNL), según la cual es humillante preguntarle al otro si entendió lo que se le acaba de decir, ¿me entiendes?, pues, supuestamente, la responsabilidad de que el otro comprenda recae en quien habla, ¿me hago entender?, no en la capacidad de comprender de su interlocutor. Seamos sinceros: en el fondo ¿me entiendes? y ¿me hago entender? quieren decir lo mismo. Por mi parte, cuánto me agrada el ¿(sí) me entiendes?, expresión que incorporé a mi lenguaje a finales de los años 1980. Comparto con la PNL que el no por delante se debe eliminar del lenguaje, mejor dicho, de la estructura mental de una persona, pero no poder preguntarle al otro que si entendió se me figura una soberana majadería.

En realidad estamos ante un problema estructural al que pocos logran sobreponerse: la eterna cuestión del fondo contra la forma. Es increíble cuánto le encanta a la gente que le disfracen las cosas, que le mientan, que le hablen suavemente aunque la estén condenando a muerte. ¿No hay allí una forma de engaño? El que dice las cosas directamente, sin eufemismos o rodeos es catalogado de misántropo, ese personaje inmortalizado por Molière en la figura atormentada de Alcestes, el mismo que «quería que hubiera sinceridad y que los hombres de honor no pronunciaran palabra en la que no creyeran».

Pero todo lo anterior palidece ante el eufemismo más absurdo de la lengua española, utilizado sistemáticamente por los políticos latinoamericanos: “¡Colombianos y colombianas!”, “¡Venezolanos y venezolanas!”, “¡Ecuatorianos y ecuatorianas!”, "Todos y todas", "Niños y niñas", "Diputados y diputadas", "Senadores y senadoras"… El tal lenguaje inclusivo, en esa ridiculez idiomática queda sintetizado que los eufemismos no son sino un tonto intento de inhibir el habla natural de la gente, sazonado con las nuevas olas de los derechos humanos, de la inclusión sociocultural, del respeto y de la igualdad de género, todos mal entendidos. En español los sustantivos colectivos masculinos incluyen a los individuos femeninos, por ejemplo: niños comprende infantes tanto machos como hembras; senadores, tanto a los varones como a las mujeres que conforman un senado, etcétera. Caprichos del español, en general de las lenguas romances y de las lenguas indoeuropeas.

La manía de no llamar las cosas por sus nombres no es exclusiva de Colombia ni del idioma español. La cuestión adquiere proporciones monumentales si dirigimos la mirada al inglés, el campeón indiscutido de las ridiculeces idiomáticas por encima de cualquier otra lengua. Dado que en ese idioma no existe la diferenciación de género en los adjetivos, el único caso del español que no se presenta es el de “colombianos y colombianas”..., pero de resto se presta para un sinnúmero espantoso de eufemismos que han sido explotados hasta lo inimaginable en todos los órdenes. Como resultado, el inglés ha sido cargado con todo tipo de prejuicios idiomáticos, double-speaking, lenguaje “políticamente correcto” (¿habrá mayor eufemismo que ese?) y mil cursilerías más. Los angloparlantes han llegado al extremo de abolir palabras como “fireman” (toda que termine en –man por dar la idea de hombre únicamente), y han sido reemplazadas por construcciones que incorporen “person” (“Person of the year”, no “Man of the year” ni “Woman of the year”, o “spokesperson”), que diferencien el género (“congressman” y “congresswoman”) y palabras/perífrasis neutras como “firefighter” (por “fireman” y “firewoman”) o “police officer” (en vez de “policeman” y de “policewoman”). “Black”, “blacky” y, mucho más, “nigger” o “negro” han sido completamente desterradas de la lengua inglesa en favor de uno de los eufemismos más ridículos de la historia: “African American”, que en español copiaron en la forma del prefijo “afro" antepuesto a la nacionalidad del individuo.

Apéndice

Brevísima relación de los eufemismos más irritantes en el medio barranquillero:

 

Para más al respecto, recomiendo:

Colombia, un país donde hasta el lenguaje se corrompe

Eufemística colombiana

La función social y cognitiva del eufemismo y del disfemismo