Un texto

“El idioma no se inventa, se hereda”, escribe el colombiano Fernando Vallejo[1]. En un libro esclarecedor, este ensayista y novelista muestra (y demuestra) cómo el lenguaje literario de cualquier novela contemporánea es heredero de la Odisea, la Ilíada o la Divina Comedia… aunque el autor del que se trate ni siquiera haya leído estas obras; cómo las fórmulas del estilo y la belleza se transmiten entre los novelistas al través de los siglos, en una multitud de influencias y conexiones. Y si se diseminan por todas las vidas del género humano incluso las fórmulas estilísticas inconscientes (aposiciones, omisiones, repeticiones, uniones insólitas de palabras, el léxico literario…), cómo no vamos a ser también herederos inconscientes de las propias palabras y de sus recursos, sus usos, sus pensamientos implícitos, cuando éstas adquieren sus formulaciones más sencillas. Así van acumulando poder, ampliando su espacio. El poeta Luis Rosales dibujó esa misma idea, pero con estas letras hermosas: “La palabra que decimos / viene de lejos, / y no tiene definición, / tiene argumento. / Cuando dices: ‘nunca’, / cuando dices: ‘bueno’, / estás contando tu historia / sin saberlo”[2].

Una multitud de vocablos que ahora empleamos habrá cumplido ya más de dos mil años, tal vez tres mil, y así nuestra “rosa” es la misma rosa que pronunciaban los invasores romanos en latín, y nuestro “candor” ha llegado también con las mismas letras desde allí. Y son palabras prerromanas, más longevas aún, “galápago”, “barro”, “berrueco”… Algunas se nos muestran todavía en ese estado puro, otras se han ido transformando… Unas cambiaron en su camino desde la lengua del imperio de Roma, otras hicieron un recorrido tal vez más largo y sinuoso para llegar con el griego; unas cuantas pervivieron desde la conquista de los godos, y aún quedan las que guardan en sus sílabas un origen incierto, y muchas otras se vistieron con la fonética peninsular, pero abrigada en ella aún se ve su estirpe árabe, algunas navegaron desde América hasta la península Ibérica para establecerse en el español de los dos lados del mar… No todas las palabras han evolucionado por igual, ni acumulan las mismas experiencias, ni disponen del mismo espacio en los confines del pensamiento, aun siendo su lugar casi siempre inconmensurable; pero todas han establecido entre sí durante cientos de años unos vínculos inasibles, que exceden sus definiciones particulares y sólo pueden transferirse al completo cuando se comunican las conciencias.

[1] * Fernando Vallejo, Logoi. Una gramática del lenguaje literario, México, Fondo de Cultura Económica, 1998. La frase completa es ésta: “El idioma no se inventa: se hereda. Y lo hereda el hombre corriente

bajo su forma hablada como el escritor bajo su forma literaria: en un vocabulario, una morfología, una sintaxis y una serie de procedimientos y de medios expresivos. En un conjunto, incluso, de frases hechas y refranes, de comparaciones y metáforas ya establecidas en que abundan la literatura y la vida”.

[2] * Luis Rosales, Poesía reunida, Seix Barral, Barcelona, 1981. Citado por Manuel Casado Velarde en Aspectos del lenguaje en los medios de comunicación social, lección inaugural del curso 1992-1993 de la Universidade da Coruña.