El nuevo Romanticismo. Fragmentos

Sobre el Romanticismo

Sobre el Futurismo

No intento una definición del romanticismo. Hay tantas y tan diversas que una más apenas añadiría a mi tesis argumentación respetable. Quiero, sin embargo, expresar un juicio al que atribuyo cierta firmeza. Es éste: que el romanticismo no ha sido tanto la exaltación de lo individual como de lo humano. [...] La medida del romanticismo nos la dan las revoluciones, la política y la artística, porque ambas mueven al pueblo y al intelectual hacia las grandes aspiraciones, hacia los ideales culminantes.

Frente a una literatura academicista y una vida putrefacta, donde todo es tradición y estilo, los románticos levantan las barricadas del corazón. Es decir, colocan lo humano en primera línea. Dejan que en el hombre hablen las voces más sinceras, las voces del alma y del instinto. Si hay suicidios son suicidios por amor, porque en el amor es sin duda alguna donde se encuentran las raíces más hondas de lo humano. ¿Olvida alguien que hace poco se ha suicidado por amor Maiakovski1, el poeta máximo de la Rusia soviética?

Yo no quiero hacer una defensa del romanticismo, al que acuso de hinchazón retórica, de borrachera pasional, de gesticulación excesiva y ociosa. Pero no puedo menos de apreciar en aquella generación arrebatada y triste el anhelo ideal que les ha faltado a las posteriores. La tragedia del mundo se alojaba en su propio pecho y con ese huracán interior atravesaban la vida y hacían frente a la muerte. La vida tenía entonces un sentido: amar, odiar, luchar y morir.

Para comprender bien el siglo XIX hay que partirlo en dos mitades: la revolucionaria y la constructiva. Lo que interesa para este tema es el período primero, porque en él se encuentra la fuerza que transforma el mundo. Mientras la democracia no sufrió la hipertrofia de sus instituciones, mientras la burguesía no se encontró bien instalada en el área social, duró la tensión romántica que logró dar un acento a todas las formas de la existencia. Una clase se hizo dueña del mecanismo del vivir y construyó su arte, su política, sus instituciones y sus gustos para servirse de ellos. Si el siglo XIX es el siglo del romanticismo, es también el siglo racionalista y científico. Conquista la libertad para el hombre, pero al final el hombre se pierde en un juego de sistemas, de teorías y de postulados filosóficos y sociológicos. Llega un momento, ya cuando la centuria acaba, en que a la sociedad humana le falta la fe en sus hondos destinos. Se han dado las batallas religiosas y el laicismo pasa a ser pura pedagogía. Adviene al arte y a la política un cansancio, una flojedad que en vano quieren disimular los tópicos gigantes que ruedan por las planas de los periódicos y por los discursos oficiales. Y surge, por fin, la gran prueba que ha de justificar el caudal de verdad y de idealismo que el siglo xix transportaba en su hinchado vientre. Se produce la guerra europea.

La guerra es el fracaso de todos los principios y todas las predicciones del último siglo. La democracia liberal tenía como último objetivo la paz universal. El pacifismo había informado las palabras de los políticos y las doctrinas de los sociólogos. En 1870 gritaba en Francia el verbo tronitonante de Víctor Hugo: «¡Basta de fronteras! ¡El Rin para todos! ¡Seamos la misma República, seamos los Estados Unidos en Europa, seamos la libertad europea, seamos la paz universal!».

El progreso maquinista que engendra el siglo XIX impone a la literatura una dirección nueva. Por otra parte, los escritores son, naturalmente, los que reciben de manera más directa esa impresión desoladora de una época que va perdiendo la fe en sus convicciones fundamentales. En estos espíritus es donde se incuba la reacción más violenta. Lanzan sus apóstrofes más duros contra el arte, que empezaba a hipertrofiarse, producto de las ideas y los sentimientos del siglo XIX, y aseguran que quieren romper con el pasado en nombre del porvenir. Eso es el futurismo.

El futurismo se da primero en Italia y después en Rusia [...]. Nótese que esta revolución literaria acontece precisamente en dos pueblos donde se registran dos revoluciones sociales diferentes. Se dice que Marinetti, el futurista italiano, es el precursor del fascismo [...]. Pero el futurismo italiano y el futurismo ruso se separaron en dos líneas divergentes, tan divergentes como el fascismo y el comunismo.